Vaticano.

El laboratorio de restauraciones de los Museos Vaticanos, fundado en 1923 por Pío XI, ha cumplido su primer siglo de historia como un «hospital» que vela por el enorme patrimonio artístico de los papas.

En este taller, los restauradores, ataviados con batas blancas, se convierten en auténticos ‘médicos’ para devolver su esplendor original a obras de diversos periodos históricos y técnicas, desde cuadros, esculturas, frescos y materiales de todo tipo.

Un taller en el que la evolución del concepto de restauración y conservación ha sido la máxima que ha asegurado el cuidado de las 5.300 cuadros y otros cientos de frescos que abarrotan los casi ocho kilómetros de galerías en los Museos Vaticanos.

El equipo de restauradores, historiadores y científicos está compuesto por 26 personas con un contrato fijo en los talleres a las que se suman otros 10 trabajadores «externos» que van y vienen en función de los trabajos que se estén acometiendo en los 350 metros cuadrados de unas instalaciones dotadas con la última tecnología.

Desde entonces, y especialmente desde 1923, se han llevado a cabo importantes actuaciones. Como, por ejemplo: como la limpieza de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina en 1984.

Las técnicas de restauración que se llevan a cabo en estos talleres varían «en función del tipo de problemas» que presentan las obras y del «estudio del caso» llevado a cabo por el laboratorio científico.

Este trabajo en equipo con los científicos e historiadores es esencial para utilizar los materiales menos invasivos para la obra y menos tóxicos para el operador en lo que es un equilibrio necesario para no alterar el espíritu original de cada pintura.