México.
En estos canales y humedales en Xochimilco, al sureste de la Ciudad de México, habita un ser único: el ajolote. Con cuerpo robusto, cabeza ancha, sin párpados y con tres pares de branquias, esta salamandra conserva siempre su aleta de renacuajo, permanece en estado larvario toda su vida. Su nombre viene del náhuatl axolotl, que significa monstruo acuático.
Las culturas prehispánicas creían que era la reencarnación de Xolotl, hermano de Quetzalcoatl. Esta criatura ha traído el interés de los científicos por su extraordinario proceso para regenerar casi cualquier extremidad, órgano o tejido. No solo eso, posee el genoma más grande que se ha secuenciado hasta ahora, diez veces más grande que el genoma humano.
Los ajolotes de la especie Ambystoma mexicanum, una de las 17 de ajolotes del país, únicamente habitan de manera silvestre en estos humedales. Lamentablemente la degradación de este ecosistema ha llevado al ajolote a casi desaparecer de estas aguas por el descontrolado crecimiento urbano y la mala calidad del agua, además de la introducción de carpas y tilapias para consumo humano.
Hace 25 años existían en Xochimilco 6,000 ajolotes por kilómetro cuadrado. Hoy solo quedan 36, según un censo desarrollado por el doctor Luis Zambrano y su equipo de laboratorio de restauración ecológica del Instituto de Biología de la UNAM.
Con el proyecto Chinampa Refugio, este grupo de investigación trabaja en el rescate del ajolote a través de la recuperación de su hábitat, de la mano de los pobladores de la zona. De no hacer nada, estas aguas podrían desaparecer en 30 años, al igual que la población de ajolotes que solo habita aquí y, por supuesto, los servicios ecosistémicos que Xochimilco nos brinda, como la protección contra el cambio climático. Al preservar este último refugio de vida en medio del concreto, protegemos la naturaleza, nuestra cultura y a nosotros mismos.
Por: DGDC.
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