Por: Carlos Iván Moreno (México).
El año 2016 quedará marcado como el antes y el después en la historia de la tecnología, y de la humanidad. Fue cuando el programa AlphaGo, de Google, dejó atónito al mundo al derrotar a Lee Sedol, campeón mundial de Go, un juego milenario de origen chino de alta complejidad y casi infinitas combinaciones.
Más de 200 millones de personas observaban esa batalla entre el humano y la máquina. Ocurrió entonces la mítica Jugada 37: AlphaGo realizó un movimiento considerado “absurdo”, pero que a la postre resultó la clave para la victoria. No fue una jugada errada sino brillante y creativa, pero invisible a la mente humana a lo largo de milenios. Fue una humillación geopolítica, a la vez que una revelación filosófica: la IA puede superar a la mente humana en tareas extremadamente complejas que requieren no solo análisis, sino intuición, estrategia y creatividad.
Desde entonces los vertiginosos avances no han dejado de sorprender al mundo. Desde el ChatGPT, que está a punto de superar la “prueba de Turing” (cuando una persona no puede distinguir si interactúa con un humano o con una máquina), hasta AlphaFold, que ha logrado resolver uno de los problemas más difíciles y longevos de la biología: la predicción de la estructura tridimensional de las proteínas. Con ello, el sueño de Asimov de que la IA salve vidas humanas es ya una realidad.
Según explicó Heidegger en “La cuestión de la tecnología” (1954), la historia ha estado atravesada por nuestra incesante necesidad de controlar la naturaleza. Para él, aludiendo a la filosofía griega, toda técnica (tekné) –y con ella la tecnología– busca revelar la verdadera esencia de las cosas (aletheia), como quien siembra una semilla sabiendo que surgirá en árbol. En este sentido, el papel del técnico es asegurarse que la naturaleza manifieste su verdadero ser. El proceso era tan místico que lo denominaban «poiesis», origen etimológico de la palabra poesía.
Con el tiempo las cosas han cambiado. La tecnología moderna no busca “revelar” la esencia de la naturaleza sino provocarla, apresurarla y controlarla. Muestra de ello son las cámaras que apresuran el proceso de germinación de semillas y los laboratorios transgénicos que mezclan especies vegetales, pero también los sistemas bancarios automatizados y los sistemas de vigilancia inteligentes que mantienen a todo y a todos en su lugar.
Hemos creado un mundo tecnocrático capaz de organizar y ajustar la realidad a un marco preestablecido, de tal manera que la realidad ya no puede ser comprendida sin los estímulos de la tecnología. Heidegger llamó a este fenómeno el Gestell, en alemán “armazón o soporte”.
Con la IA, el ingenio humano ha creado un artefacto que a su vez tiene la capacidad de crear, y que ha manifestado un poder insólito. Si aceptamos esa insuperable capacidad analítica y predictiva de la IA, ¿qué nos reivindica como humanos?
No debemos olvidar que las máquinas sólo son capaces de procesar ordenamientos lógicos expresados numéricamente, el problema de limitarnos a los algoritmos es que imponen una interpretación reductiva sobre el mundo.
Para ser libres y hacer un verdadero uso instrumental de la tecnología debemos pensar fuera del cálculo automatizado e idear más allá de los códigos con el fin de abrir espacio a otras formas de relacionarnos con la realidad. Esto implica aceptar que no todo puede ser reducido a un número, y que hay aspectos de la realidad que deben ser respetados en su misterio y complejidad.
Frente a las máquinas nos queda la empatía y la emoción. Nos queda lo ilógico y lo irracional; pensar fuera del algoritmo. Nos queda la poesía.
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Carlos Iván Moreno es Licenciado en Finanzas por la Universidad de Guadalajara (UdeG), Maestro en Administración Pública por la Universidad de Nuevo México y Doctor en Políticas Públicas por la Universidad de Illinois-Chicago. Realizó estancias doctorales en la Universidad de Chicago (Harris School of Public Policy) y en la Northwestern University (Kellog School of Management). Actualmente se desempeña como Coordinador General Académico y de Innovación de la Universidad de Guadalajara.
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