Por: Carlos Iván Moreno (México).

Se está incendiando la pradera en los campus universitarios en Estados Unidos —y también comienza en Francia, España, Portugal, e incluso México—, en protesta por el evidente genocidio en Gaza, a manos del ultraderechista gobierno israelí.

Para inicios de mayo, se habían manifestado estudiantes en más de 100 universidades de Estados Unidos; más de dos mil habían sido arrestados por pronunciarse a favor de Palestina, exigiendo un alto al fuego y la “desinversión” en fondos vinculados a empresas que, argumentan, apoyan la ocupación israelí en territorios palestinos (ver: t.ly/nepBb).

De acuerdo con cifras del Departamento de Educación de los Estados Unidos, alrededor de 100 universidades han informado haber recibido donaciones o contratos de Israel por cerca de 375 millones de dólares en los últimos veinte años (ver: t.ly/UYZa-).

Algunas protestas han sido objeto de controversia debido a la supuesta presencia de retórica antisemita o intolerancia hacia aquellos que expresan puntos de vista diferentes, por lo que han sido reprimidas por el temor a que se radicalicen al grado de provocar atentados “terroristas”.

En algunas instituciones educativas, como la prestigiosa Universidad de Columbia en Nueva York, la fuerza pública ha intervenido. La violencia, una vez más, acecha a los “templos del conocimiento”.

Observo, con cierta sorpresa, como diversos sectores en Estados Unidos se muestran sorprendidos y hasta indignados con estas protestas, tachándolas de “anti-americanas”. Una interpretación errónea y muy peligrosa.

Estas legítimas —en tanto pacíficas— manifestaciones nos recuerdan el compromiso de la academia con la justicia social y con el pensamiento crítico, en un marco irrenunciable de libertad académica y de expresión.

Más allá de ser simplemente eventos políticos, estas manifestaciones están creando un espacio de diálogo y conciencia sobre justicia social y derechos humanos a nivel local e internacional. Están dejando una marca significativa en la comunidad estudiantil. Los estudiantes se están involucrando en debates profundos sobre la responsabilidad de sus instituciones y están presionando a las administraciones universitarias para que tomen medidas concretas al respecto. Pero no es la primera vez que las universidades se convierten en centros de debate en torno a problemas públicos.

Las universidades “Ivy League” han sido históricamente escenarios de activismo estudiantil. No olvidemos que en los años 60’s, Columbia fue escenario de protestas contra la guerra de Vietnam y en Princeton los estudiantes abogaron por los derechos civiles. En los 80’s, en Harvard protestaron contra el apartheid en Sudáfrica. En aquellos entonces, como ahora, los estudiantes y algunos profesores fueron descalificados y tachados de “comunistas”. El tiempo les dio la razón.

Hay quien argumenta que las manifestaciones contribuyen a la polarización política y al conflicto interno en los campus universitarios, creando tensiones entre diferentes grupos estudiantiles y dificultando el diálogo constructivo. Pero ninguna crítica debería invalidar el derecho legítimo de las y los estudiantes a protestar y expresar sus opiniones.

Más allá del terrible e interminable conflicto Israel-Palestina, lo que está en juego en las universidades es la libertad académica. Tan condenable es la intervención de la fuerza pública o la sanción académica contra los manifestantes pacíficos, como la “cultura de la cancelación” de las voces que, también pacíficamente y con argumentos, disienten del actuar de los estudiantes.

Las universidades tienen la misión de permitir que todas las voces sean escuchadas. Las ideas “radicales” y políticamente incorrectas de hoy, pueden ser las verdades inobjetables de mañana. Defender la libertad académica es salvaguardar el avance civilizatorio.

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Es Licenciado en Finanzas por la Universidad de Guadalajara (UdeG), Maestro en Administración Pública por la Universidad de Nuevo México y Doctor en Políticas Públicas por la Universidad de Illinois-Chicago. Realizó estancias doctorales en la Universidad de Chicago (Harris School of Public Policy) y en la Northwestern University (Kellog School of Management). Actualmente se desempeña como Coordinador General Académico y de Innovación de la Universidad de Guadalajara.