Por: Walter Alberto Pengue (Argentina).
“La agricultura es la madre fecunda que proporciona todas las materias primeras que dan movimiento a las artes y al comercio.” Manuel Belgrano (1770-1820).
La agricultura y los sistemas alimentarios vinculados son enormes transformadores de los espacios naturales. De una u otra forma, impactan sobre la estabilidad de los ecosistemas, llevando a una transformación sustantiva del espacio hacia agroecosistemas, cuyo principal objetivo es la producción de alimentos y productos para el consumo directo de los humanos, de los animales con los que estos se alimentan o de los animales domésticos que conviven con los primeros.
Todo este proceso, produce lo que en Economía Ecológica (Pengue 2023) hemos recurrentemente insistido en llamar Intangibles o Invisibles Ambientales, o más comúnmente reconocido en parte por la Economía como Externalidades.
Todo tipo de agricultura y todo sistema alimentario – sea desde la más intensiva agricultura industrial hasta la más armónica con la naturaleza como la agroecología, la biodinámica, la permacultura o todas sus derivaciones hermanas – producen una transformación de un sistema que pasa de una estabilidad sin intervención humana o un proceso de sucesión, mantenido en tal situación, por nosotros, los humanos. Posiblemente sean la caza, la pesca o la recolección de productos – en baja intensidad y a escala individual humana – de aquellas actividades que menos impactan sobre el ambiente.
No obstante, todas las demás formas de producción, producen impactos en distintas escalas en función de las prácticas, el manejo, el tamaño y los elementos utilizados para la producción.
El uso intensivo de agroquímicos, sus distintos niveles de letalidad, los coadyuvantes y aceites minerales acompañantes, los fertilizantes sintéticos, la deriva generada por el mal uso de estos productos, la intensificación energética en el uso de no renovables, la presión por el cambio de uso del suelo y la consiguiente deforestación y defaunación y una notable pérdida de biodiversidad son los principales impactos que mueven el avance de los aumentos de la producción de la agricultura industrial.
Una suma de alimentos baratos, de productos ultraprocesados que intentan emular sabores, colores, aromas similares a aquellos naturales. Pero que no lo son. Y que nuevamente producen sumas de impactos sustantivos sobre la sociedad y el ambiente.
Unos cinco años atrás, una unidad de las Naciones Unidas, The Economy of Ecosystem and Biodiversity (TEEB 2018) publicó un Reporte de más de 414 páginas y un Resumen denominado Measuring what matters in agriculture and food systems (Midiendo lo que importa en la agricultura y los sistemas alimentarios), donde se ponían en valor y en advertencia también, los impactos que el sistema alimentario estaba teniendo sobre la sociedad y la naturaleza, la mayoría de los cuales venían siendo vilipendiados por los distintos actores de la cadena productiva de la agricultura y los sistemas alimentarios. Y que ya no podían, ni debían quedar escondidos debajo de la alfombra y mirada productivista.
Esta sumatoria de costos y daños colaterales de la agricultura industrial especialmente anunciaban la necesidad de una transformación sustantiva de los sistemas alimentarios y de sus procesos de producción, poniendo cara y número a algo que venía siendo ocultado desde la propia emergencia de la Revolución Verde. Hasta ese momento, sólo científicos independientes en distintos lugares del mundo denunciaban los impactos de esta agricultura y sus sistemas asociados sobre la sociedad y el ambiente. Pasaron poco más de 60 años nada más (1962) desde el lanzamiento de la Primavera Silenciosa, la obra icónica de la Dra. Rachel Carson, donde se denunciaban los impactos de esta agricultura industrial. Los costos de tales denuncias, fueron brutales para Carson y las persecuciones y el silencio académico siguieron durante décadas, cuando los perseguidos lo eran en todos los continentes como luego sucediera con Arpad Putsztai en Inglaterra, Ignacio Chapela en México y Estados Unidos, Jack Heinemann en Nueva Zelanda, Guillermo Eguiazu, Andrés Carrasco o nosotros mismos en la Argentina, entre varios otros, produciendo desde diásporas importantes hasta un obligado ostracismo o luchas desiguales cual francotiradores científicos en un sistema que no quería ver ni utilizar herramientas de análisis desde la complejidad y la integralidad de procesos fuertemente relacionados, pero difíciles de mensurar y cuantificar de forma holística.
No obstante, la historia previa, algunas cosas están cambiando. Los costos ocultos del actual sistema de producción y consumo de la sociedad, comienzan a tener representación cuantitativa. Y son impresionantes.
En el pasado año 2022, la economía mundial ascendía a los 102 trillones de dólares. Pero no exenta de costos. Los daños “identificados” en el mismo período rondan entre el 9 y el 10 % de tales externalidades, alcanzando los 9 trillones de dólares según datos del Banco Mundial (World Bank 2022). Algunos nuevos documentos incluso llevan el número a impactos en la salud que adelantan unos 11 trillones de dólares en términos de impactos sobre la salud humana en general.
En el reciente Informe 2023 de la FAO (2023) anuncia que los costos ocultos de los sistemas alimentarios estarían alcanzando los 10 billones de dólares. Si bien el documento aborda cuestiones generales de estos costos y no de forma exhaustiva los daños ambientales, se ha atrevido por primera vez, a reconocer que hay daños relevantes, que deben ser tanto reconocidos como medidos, por los actuales sistemas alimentarios.
Es una cuestión de supervivencia y de responsabilidad frente a la generación actual como con las generaciones futuras. En mi columna anterior del NCC del pasado mes de octubre, destacaba que era la propia FAO la que indicaba que el número de personas en situación de inseguridad alimentaria grave seguía siendo de unos 900 millones en 2022, 180 millones más que en 2019. Alrededor del 29,6 por ciento de la población mundial – unos 2.400 millones de personas – padecían inseguridad alimentaria moderada o grave en 2022, es decir unos 391 millones de personas más que en 2019. De los 735 millones de personas desnutridas en 2023, 402 millones de personas viven en Asia y 282 millones lo hacen en África. 43 millones están en América Latina y el Caribe y 3 millones en Oceanía. La pequeña diferencia vive en los países más desarrollados de Occidente (FAO 2023).
Es decir, además del hambre recurrente, sumamos la “mala praxis” de un sistema alimentario que aún sigue fracasando. Los costos ocultos ambientales, que indica la propia FAO que no se han calculado de manera exhaustiva, constituyen más del 20 % de los costos ocultos cuantificados y equivalen a casi un tercio del PBI agrícola.
Para la FAO, que sólo estudió por ahora algunos de estos impactos, lo relacionan con las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y nitrógeno, y resultan pertinentes para todos los grupos de países por nivel de ingresos.
Los costos ocultos parecen constituir una carga mayor en los países de ingresos bajos, donde se estima que ascienden, de media, al 27 % del producto interno bruto (PIB), en comparación con el 11 % registrado en los países de ingresos medianos y el 8 % en los países de ingresos altos.
El informe de FAO de este año introduce el concepto de contabilidad de costos reales (CCR) como un enfoque para desvelar las repercusiones ocultas de nuestros sistemas agroalimentarios en el medio ambiente, en la salud y en los medios de vida, de forma que los actores de los sistemas agroalimentarios estén mejor informados y preparados antes de adoptar decisiones.
Existe siempre la preocupación que, si consideramos todos los costos ocultos de la producción de alimentos, los precios aumenten, pero la integración de estos costos en el proceso de adopción de decisiones, así como en los incentivos disponibles para los productores y los consumidores, es parte de un proceso mucho más amplio de transformación de los sistemas agroalimentarios.
La finalidad de la CCR es ayudar a los países y al sector privado a tomar las decisiones correctas en materia de inversiones, a fin de reducir los costos actuales en lugar de perpetuarlos (FAO 2023).
Esto representa un avance importante. Las Escuelas de la Economía Ecológica, han venido alertando – en soledad – sobre la relevancia de incorporar en los cálculos de la producción, los valores reales de tales procesos, que incluyen aquellos daños que la economía convencional no venía incorporando hasta nuestros días. Prevalecía la idea de ponderar la producción en detrimento de los daños producidos. Hechos que ahora son iluminados, identificando impactos que contribuirán seguramente en el mediano plazo a la transformación de estos sistemas.
La crisis climática, el cambio ambiental global, la creciente conflictividad social, los impredecibles impactos de la guerra y la productividad de conflictos ambientales, junto a la emergencia de nuevas amenazas – como sucedió hace tan poco tiempo con el COVID19 – ha puesto en alerta a algunas unidades de investigación y puesto el foco sobre instancias que no se estaban viendo. La crisis ha abierto a nuevas oportunidades para la ciencia para investigar y poner en valor – al menos crematístico – a los daños que, en este caso, los sistemas alimentarios, en especial, los industriales y desde las distintas economías se están produciendo sobre la sociedad y la naturaleza.
Es un paso hacia mayor luz y construcción de un conocimiento más integral. Nuevos saberes que quizás hoy día, sirvan para proponer nuevas líneas de investigación, relegadas pero imprescindibles de llevar adelante una transformación de un sistema alimentario en riesgo y casi quebrado.
Bibliografía
FAO (2023). The State of Food Security and Nutrition in The World 2023 https://www.fao.org/3/cc3017en/online/state-food-security-and-nutrition-2023/food-security-nutrition-indicators.html
FAO (2023). The State of Food and Agriculture 2023 – Revealing the true cost of food to transform agrifood systems. Rome. https://doi.org/10.4060/cc7724en
Pengue, W.A. (2023). Economía Ecológica, Recursos Naturales y Sistemas Alimentarios: ¿Quién se come a quién? GEPAMA. Colección Economía Ecológica. Orientación Gráfica Editora, Buenos Aires. https://www.researchgate.net/publication/370068450_Economia_Ecologica_Recursos_Naturales_y_Sistemas_Alimentarios_Quien_se_Come_a_Quien
TEEB (2018). Measuring what matters in agriculture and food systems. A synthesis of the results and recommendations of TEEB for Agriculture and Food’s Scientific and Economic Foundations Report https://teebweb.org/wp-content/uploads/2018/10/Layout_synthesis_sept.pdf
TEEB (2018). Reporte Completo. Measuring what matters in agriculture and food systems. https://teebweb.org/wp-content/uploads/2018/11/Foundations_Report_Final_October.pdf
World Bank (2023). https://blogs.worldbank.org/opendata
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Es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.
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