Kiev

La música medieval y barroca cosaca cobra actualidad y relevancia en la guerra de Ucrania de la mano de Tarás Kompanichenko, militar voluntario y seguidor del compositor y musicólogo español Jordi Savall que devuelve su función original a las baladas de sus ancestros llevándolas al frente y a los pueblos devastados por los invasores de hoy.

Siempre acompañado de una de sus ‘banduras’, la bandurria tradicional sobre la que gravita el folk ucraniano, Kompanichenko se ha convertido en una presencia habitual en entierros de militares, sótanos que sirven de refugio a civiles y campamentos militares donde se concentran los soldados.

El repertorio depende de la ocasión e incluye baladas sentimentales, salmos religiosos y ‘dumas’, los poemas épicos sobre gestas militares con que los cosacos de los que se reivindica heredera la actual Ucrania iban a la guerra con los reyes e imperios contra los que se rebelaban.

“Mientras que en la vieja Europa este tipo de música tiene una función decorativa, en Ucrania vuelve a tener hoy la función de construcción nacional, de comunicación primaria y educativa que tenía en el pasado”, dice a EFE Kompanichenko en una entrevista celebrada junto a la Catedral de Santa Sofía de Kiev.

‘KOBZAR’

Su dedicación durante más de tres décadas a estudiar y mantener viva la música tradicional ucraniana protagoniza una de las siete entregas de la serie de documentales Culture versus War’, que pueden verse en YouTube y cuentan la historia de artistas ucranianos que tomaron las armas para defender a su país de la invasión militar rusa.

“Kompanichenko es mucho más que un músico, es un maestro ‘kobzar’”, señala Andrí Rizol, productor de esta serie de documentales que aspira a ser proyectada ante auditorios del mayor número posible de países.

Además de dominar a la perfección la bandura y otros instrumentos tradicionales que ellos mismos hacen a mano, los ‘kobzar’ son depositarios de una compleja tradición de costumbres y códigos a menudo secretos que Rizol compara con la que define a los samuráis en Japón.

Uno de los requisitos para pertenecer a la hermandad de los kobzar es saberse de memoria los “miles” de poemas, cantos, salmos y ‘dumas’ que después de varios años de formación con un maestro deben interpretar en público.

La razón de esta importancia de la memoria tiene una clara explicación histórica. Durante buena parte de su existencia, los ‘kobzar’ fueron perseguidos y a veces asesinados por los imperios ruso y polaco, que veían su papel como depositarios de la identidad que hoy llamamos ucraniana como una amenaza para su dominio en la zona.

No tener papeles y partituras que pudieran ser descubiertos y eliminados ayudó a los kobzar a sobrevivir y a transmitir hasta hoy esta forma de arte que recobra parte de su sentido original con el regreso de la guerra de conquista rusa en Ucrania.

PATRIMONIO INMATERIAL DE LA UNESCO

Estos trovadores empezaron en las cortes de Moscú y Polonia, se convirtieron después en una pieza clave en las sociedades cosacas que viajaban además por todo el territorio de la actual Ucrania cantando canciones y transmitiendo noticias, a veces con metáforas y fórmulas difícilmente accesibles para los no iniciados.

Tras sobrevivir a los reyes y los zares, los kobzar se enfrentaron a la represión y los intentos de sistematización de la Unión Soviética. Algunos de ellos luchan ahora de nuevo contra una nueva invasión rusa en una Europa que creía haber dejado atrás para siempre las gestas militares de sus ‘dumas’.

Para ayudar a conservar esta forma artística de afirmación nacional, Rizol y otros entusiastas de los valores y la estética de los ‘kobzar’ -a menudo identificables por el bigote y el mechón largo característico de los cosacos- han solicitado a la UNESCO que la declare Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

“En la actualidad existen sólo 36 maestros kobzar, de los que cinco o seis han muerto en la guerra”, dice Rizol, que insiste en la necesidad de que el proceso se lleve a cabo de manera urgente para reforzar la protección de la tradición ‘kobzar’.