Por: Car­los Iván Mo­reno (Mé­xi­co).

 

El horror de los cinco jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno, municipio de Jalisco, México, ha sacudido al país entero. Es tal el desconcierto que una de las reacciones más repetidas ha sido afirmar que los perpetradores no pueden ser humanos, sino bestias, carentes de cualquier rastro de civilidad. Este análisis puede ser tranquilizador en términos morales, pero no ayudará a salir del profundo abismo en el que estamos sumergidos como país.

Este macabro acontecimiento sólo puede explicarse a través del funcionamiento de un perverso sistema de incentivos, alimentado por la impunidad. Debido a que la disputa de los cárteles se ha trasladado también al plano mediático, los grupos criminales tienen que dar golpes de efecto: hacer propaganda. Esto explicaría la filmación del aterrorizante video difundido en redes sociales.

Luego, estos grupos no son un ‘tumor’ ni un accidente de la sociedad. Son el resultado de tolerar la violencia, la impunidad y la corrupción. No actúan para desestabilizar al Estado mexicano, como ISIS u otros grupos terroristas, sino que el Estado está profundamente imbricado con ellos.

México se encuentra entre los 10 países más corruptos de América Latina, al nivel de países como Haití, Nicaragua y Venezuela, según revela el Índice de Percepción de Corrupción 2022 (cutt.ly/9wh9hXyy). Además, la tasa de resolución de delitos es alarmantemente baja; de cada 100 delitos que se cometen, menos del 1% son resueltos (n9.cl/4r7bu). Fiscalías, policías municipales y estatales, las fuerzas armadas, jueces corruptos: el crimen opera gracias al Estado, no contra él.

Finalmente, se ha desarrollado –quizás como mecanismo de defensa y adaptación a una realidad que no se puede cambiar­– una cierta indiferencia social. Me atrevería a decir, incluso, que la sociedad refrenda la dinámica de poder de los criminales. Analizando las letras de los denominados ‘corridos tumbados’ de moda, se pueden leer frases espeluznantes, como: “Y esos que se portan mal / Aquí no hay chanza de hablar / Los echo pa’ la fosa” (Peso Pluma).

Lo simplista sería dividir a la sociedad entre bárbaros y ciudadanos, pero la interacción es más compleja. En realidad, sin darnos cuenta, hemos normalizado la existencia entreverada del crimen con la prosperidad de nuestras ciudades; de la barbarie con el desarrollo. Nos reconforta pensar que un mundo es ajeno al otro, leyendo sobre fosas y tomando lattes en ostentosas plazas comerciales. Si de plano renunciamos a la empatía y a la indignación colectiva, habremos perdido también la batalla moral.

Que el dolor nos lleve a reflexionar nuestra responsabilidad colectiva: qué hicimos o dejamos de hacer para que Diego, Uriel, Dante, Roberto y Jaime hayan padecido algo que no debió suceder jamás.

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Car­los Iván Mo­reno es Li­cen­cia­do en Fi­nan­zas por la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra (UdeG), Maes­tro en Ad­mi­nis­tra­ción Pú­bli­ca por la Uni­ver­si­dad de Nue­vo Mé­xi­co y Doc­tor en Po­lí­ti­cas Pú­bli­cas por la Uni­ver­si­dad de Illi­nois-Chica­go. Reali­zó es­tan­cias doc­to­ra­les en la Uni­ver­si­dad de Chica­go (Ha­rris School of Pu­blic Po­licy) y en la North­wes­tern Uni­ver­sity (Ke­llog School of Ma­na­ge­ment). Ac­tual­men­te se desem­pe­ña como Coor­di­na­dor Ge­ne­ral Aca­dé­mi­co y de In­no­va­ción de la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra.