Igual que siglos atrás, el teocentrismo de la Edad Media dio paso a la luz del humanismo ilustrado en las regiones del sur de Chile y en particular en Magallanes, la más austral. Ahora se trabaja para superar el antropoceno desarrollista actual, que ha socavado el planeta y propiciar una nueva era la del naturacentrismo.
La geografía actual del sur de América se constituyó hace nueve mil años tras el retroceso paulatino del manto de hielo que cubría la región y la aparición de islas y canales que permitieron el desarrollo de los pueblos originarios patagónicos.
El segundo fue la llegada de las naves europeas y en particular la expedición de Hernando de Magallanes, que dio la vuelta al mundo y descubrió el estrecho que conecta el Atlántico y el Pacífico. Si el primero apenas transformó la estructura medioambiental de la región, el segundo supuso el origen de un declive que ha hecho por acción directa del hombre que este paraíso de la biodiversidad se haya alterado y empobrecido a una velocidad inaudita, perdiendo flora, fauna y hielo.
Marcelo Poblete, guía, explorador, investigador, conservador y uno de los habitantes de la Región de Magallanes que mejor conoce el estrecho y las diversas islas por donde navega desde hace más de 20 años, explicó el fenómeno.
“En algún momento nos vimos afectados por un efecto que se llama ‘la marea roja’, que es un efecto muy nocivo de una microalga que vive en el fondo marino. Se vieron afectados, por ejemplo, los pescadores, que es otra gran industria, y los pescadores vieron cómo sus recursos están siendo cada vez más limitados. Y en el mundo, por ejemplo, se comercializaba el agar a través de un alga. Y llegó un momento en que, dado que los pescadores no tenían recursos para pescar, se le ocurrió a alguien sacar el recurso de estas algas».
«Y al sacar las algas, que es el bosque marino, en diez años se cortó casi todo el bosque marino del Estrecho de Magallanes. Y ahí vino el gran cambio, porque el bosque marino de algas es como el bosque en tierra, que es el sostenedor del inicio de la cadena, y al no encontrar más bosques de algo, hubo una gran mutación en el desarrollo del Estrecho de Magallanes”, explicó Poblete.
En su opinión, el desarrollismo y el conservacionismo no son conceptos excluyentes. Pueden convivir si se modifica el modelo económico y social neoliberal y se reemplaza el crecimiento extractivista por la acción industrial sustentable.
“Qué es lo que tenemos que hacer realmente es conservar nuestro aire, conservar nuestros generadores de aire, de oxígeno. También, al mismo tiempo, mientras más prístinos se encuentren, mayor cantidad de especies vamos a ir teniendo. Y esa mayor cantidad de especies hace que podamos ir conservando una cadena alimenticia, una cadena de desarrollo bien nivelada. Pero si entonces si ese modelo lo seguimos ampliando, lo que vamos a hacer es que directamente ni siquiera nuestros bisnietos, tal vez ni nuestros hijos, ni los hijos de nuestros hijos alcancen a ver lo que nosotros estamos viendo en esta pasada”, destacó Poblete.
Así, una abigarrada y bella masa de ríos caudalosos, islas mágicas, fiordos exuberantes, montañas blancas, glaciares prístinos y bosques frondosos que a duras penas resisten los embates de la emergencia climática, lucha por consolidarse como el laboratorio de un cambio crucial para el devenir de la humanidad.
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