Por: Car­los Iván Mo­reno (Mé­xi­co).

En México, la instalación en Nuevo León de la “Gigafactory” de Tesla, la fábrica de autos eléctricos más grande del mundo, ha sido reivindicada como un logro tanto del gobierno estatal como del gobierno federal; a pesar de que éste último se ha vanagloriado de combatir al “neoliberalismo”. No es este el espacio para debatir las implicaciones del concepto “neoliberal”, pero es claro que la construcción de la planta se sujeta a dinámicas de libre mercado, enmarcadas en la globalización.

Con matices (es importante supervisar el impacto ambiental y las condiciones laborales de sus empleados), la inversión de Tesla –de alrededor de 5 mil millones de dólares, de acuerdo con Martha Delgado, subsecretaria de la SRE–, es buena noticia para nuestro país: no se puede distribuir riqueza que no se crea.

En 2021, Tesla fabricó un tercio de la producción global y vendió más de la mitad del total de autos eléctricos en Estados Unidos. En 2022 vendió 1.3 millones de autos; 40% más que en 2021 y se estima que en 2023 la cifra de unidades vendidas alcance los 2 millones.  Hoy día, Tesla es la marca automotriz más valorada en el mundo: 75 mil millones de dólares, muy superior al valor de sus competidores más cercanos como Toyota (33.1 mil millones), Mercedes Benz (30.3 mil millones) y BMW (27.5 mil millones) (ver t.ly/euyJ).

Dado este importante potencial, la principal expectativa es que la planta genere miles de empleos directos e indirectos en la región, aunque un punto a destacar, no tan presente en el debate, es que también contribuiría a la transferencia del conocimiento.

La llegada de Tesla a México es, sin duda, un símbolo de apertura, innovación y vinculación, y se da precisamente cuando en la Cámara de Diputados comienza la discusión sobre la nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación.

Esta Ley pondrá a prueba las posturas radicalmente opuestas en el seno del gobierno de la 4T. Por un lado, aquellos que apuestan por un México abierto, global y diverso, en donde la ciencia, gobierno e industria colaboran desde la confianza recíproca. Por otro lado, el sector más radical del oficialismo, con una visión ultranacionalista y antiglobal, donde la ciencia es de y para el gobierno.

De esta disputa dependerá el futuro no solo de la ciencia, sino del país que queremos para los próximos 50 años. Ni más ni menos. Si queremos atraer más Teslas y eventualmente crearlas, debemos construir una Ley que promueva y financie la ciencia abierta, vinculada con la industria, no que estigmatice lo privado y lo global.

Como lo advierte la economista de la University College London, Mariana Mazzucato, “el Estado no es mero corrector de las fallas de mercado, es también creador de riqueza y motor de la innovación”. En el caso del desarrollo científico y tecnológico, las políticas exitosas que han conducido a innovaciones radicales se han centrado en un fuerte financiamiento público y la colaboración directa con el sector privado.

Tesla existe gracias a la vinculación entre investigación pública e innovación privada; es producto de la “ciencia neoliberal”. Desde 2012 ha recibido más de 2,500 millones de dólares en subsidios del gobierno de Estados Unidos, donde se reconoce el potencial de la colaboración público-privado para generar valor público.

Empresas como Tesla vienen e invierten porque confían en la Ley, no en la voluntad de los políticos. No ahuyentemos a la innovación global.

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Car­los Iván Mo­reno es Li­cen­cia­do en Fi­nan­zas por la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra (UdeG), Maes­tro en Ad­mi­nis­tra­ción Pú­bli­ca por la Uni­ver­si­dad de Nue­vo Mé­xi­co y Doc­tor en Po­lí­ti­cas Pú­bli­cas por la Uni­ver­si­dad de Illi­nois-Chi­ca­go. Reali­zó es­tan­cias doc­to­ra­les en la Uni­ver­si­dad de Chi­ca­go (Ha­rris School of Pu­blic Po­licy) y en la North­wes­tern Uni­ver­sity (Ke­llog School of Ma­na­ge­ment). Ac­tual­men­te se desem­pe­ña como Coor­di­na­dor Ge­ne­ral Aca­dé­mi­co y de In­no­va­ción de la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra.