Por: Car­los Iván Mo­reno (Mé­xi­co).

«De toda crisis surge una oportunidad», dice el mantra del management. «Las adversidades nos hacen mejores», dice la literatura de superación personal. La realidad es muy distinta. La pandemia por COVID-19 ha mostrado al mundo -y a México- que las crisis pueden dejarnos en una situación igual, o peor, que al inicio; que no aprendimos mucho.

Tiene razón Ian Bremmer cuando afirma que “la crisis global por el COVID-19 ha profundizado nuestra recesión geopolítica… produjo más discordia y conflicto que cooperación”. El resultado es que no estamos en una situación mejor para enfrentar la próxima pandemia; que podría ser muy pronto.

Cada año surgen hasta cinco nuevas enfermedades zoonóticas en el mundo; debido, principalmente, al cambio climático y a la devastación de los hábitats para la vida silvestre. Muchas de estas enfermedades con el potencial de causar una crisis sanitaria similar o peor que de la que aún no terminamos de salir.

Pero no solo nos vemos amenazados por estas nuevas enfermedades transmitidas desde la naturaleza, también estamos en riesgo por los patógenos creados artificialmente en alguno de los 59 bio-laboratorios que están en operación alrededor del mundo. Los cuales al día de hoy, de acuerdo con las y los expertos, no son más seguros de lo que eran antes de la pandemia (ver: t.ly/KRa7). El “error humano”, imposible de eliminar, continúa siendo uno de los mayores riesgos para la fuga de patógenos mortales pese a protocolos y entrenamiento (ver: t.ly/z_PF).

No obstante el riesgo inminente, en poco ha mejorado la estrategia global de prevención de enfermedades infecciosas. De los 195 países considerados en el Índice de Seguridad Sanitaria Mundial 2021, solo 17 por ciento tienen un plan de preparación y respuesta ante emergencias epidemiológicas, con énfasis en la población más vulnerable (ver: cutt.ly/OBbXl2R).

El informe COVID-19 publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) hace notar la magnitud del problema en la región. La mejora de los servicios públicos de salud continúa siendo uno de los mayores desafíos para la gran mayoría de países latinoamericanos, en donde predomina un bajo gasto público en salud. La CEPAL, por ejemplo, recomienda a los gobiernos invertir en salud por lo menos el equivalente al 6 por ciento del PIB; en México destinamos apenas el 3.3 por ciento y en Brasil solo el 3.9 por ciento (ver más: t.ly/RTtg).

Como resultado de este insuficiente gasto público en materia de salud, las desigualdades sociales se acentúan entre la población; entre quienes pueden acceder a los servicios médicos (públicos o privados) y quienes no, pues este rezago presupuestal implica un importante aumento en el gasto privado de las personas; cada vez deben pagar más para recibir una consulta médico o comprar sus medicamentos.

En México, el quinto país con más muertes asociadas al COVID-19, las lecciones de la pandemia son inexistentes. Estamos peor que en aquel marzo del 2020. El aumento presupuestal para el sector salud ha sido prácticamente marginal, insuficiente para resarcir el rezago histórico y satisfacer la creciente demanda de servicios médicos, lo que agrava problemas como el desabasto de medicamentos o la falta de equipo e insumos en las clínicas y hospitales del país. Ya mejor ni hablemos de vacunas.

La eliminación del Seguro Popular y el fracaso del INSABI afecta, sobre todo, a la población más pobre. Según cifras del CONEVAL, de 2018 a 2020 la población sin acceso a servicios de salud aumentó casi 80 por ciento; pasamos de 20.1 millones a 35.7 millones ¡en apenas dos años!

En este mismo periodo, de acuerdo con datos del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP), ahora las y los mexicanos gastamos, en promedio, 40% más de nuestro ingreso en servicios de salud; al pasar de $2,358 pesos en 2018 a $3,299 en 2020. Para el sector de la población más pobre (aquella en el primer decil de ingresos) el aumento fue de 68 por ciento; una tragedia (ver: t.ly/_ov6).

El mundo está por salir del COVID-19, pero esta gran crisis no nos hizo mejores. No hemos aprendido las lecciones. La próxima pandemia podría ser más devastadora.

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Car­los Iván Mo­reno es Es Li­cen­cia­do en Fi­nan­zas por la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra (UdeG), Maes­tro en Ad­mi­nis­tra­ción Pú­bli­ca por la Uni­ver­si­dad de Nue­vo Mé­xi­co y Doc­tor en Po­lí­ti­cas Pú­bli­cas por la Uni­ver­si­dad de Illi­nois-Chi­ca­go. Reali­zó es­tan­cias doc­to­ra­les en la Uni­ver­si­dad de Chi­ca­go (Ha­rris School of Pu­blic Po­licy) y en la North­wes­tern Uni­ver­sity (Ke­llog School of Ma­na­ge­ment). Ac­tual­men­te se desem­pe­ña como Coor­di­na­dor Ge­ne­ral Aca­dé­mi­co y de In­no­va­ción de la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra.