Por: Walter Pengue  (Argentina).
Introducción

La humanidad de esta primera parte del siglo XXI ha alcanzado límites incontrastables de crecimiento y desarrollo.  Mucho de ello se logró merced a reconocimientos sustantivos de derechos humanos y naturales y ciertamente al irrefrenable avance de la producción científica y tecnológica.

Por otro lado, la inequidad y conjunto de injusticias construidas por los propios humanos, hace que el festejo no sea ni total ni completo.  Menos aún, si consideramos los impactos que la creciente economía marrón contaminante aún hace sobre el ambiente y la sociedad.

Nuevamente, en esta lucha de tensiones, nuevos esfuerzos humanos, liderados entre otros por un pequeño país centroamericano, Costa Rica y seguido por 161 naciones, logró el pasado 26 de Julio el reconocimiento por parte de La Asamblea General de la ONU que declara el acceso a un medio ambiente limpio y saludable, un derecho humano universal.

Un hito en la coevolución de la especie humana en conjunto con la naturaleza. Sin embargo no todos apoyaron plenamente esta promoción del derecho ambiental.  Sin embargo a un derecho tan trascendente, se abstuvieron de apoyarlo ocho países: China, Rusia, Bielorrusia, Camboya, Irán, Kirguistán, Siria y Etiopía.

Actualmente, los efectos, claramente antrópicos del impacto del cambio climático, el cambio ambiental global,  la gestión y el uso insostenibles de los recursos naturales, la contaminación del aire, la tierra y el agua, la elevada carga y la gestión inadecuada de los productos químicos y los residuos, y la consiguiente pérdida de biodiversidad interfieren en el disfrute de este derecho universal, y que los daños ambientales tienen implicaciones negativas, tanto directas como indirectas, para el disfrute efectivo de todos los derechos humanos.

En este sentido, el papel de la ciencia y la tecnología cumple un rol trascendental. Hoy en día, el hombre conoce mucho más y acumula más información que en toda su historia previa.  Sin embargo, a pesar de todo lo que se sabe, enfrentar a esta tríada de crisis planetaria que combina el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación bajo no un enfoque de impactos aditivos sino y especialmente de empuje hacia daños de progresión geométrica, amerita a la combinación de los datos de la mejor ciencia, integrada justamente a la construcción de derechos y la aplicación de la legislación existente y una gestión global y nacional que trabajen al unísono.

Desde 1972, se viene hablando y comenzando a demandar procesos que protejan al ambiente, bajo parámetros de transformación que ya la ciencia advertía. Durante estas cinco décadas, los gobiernos han prometido limpiar el medio ambiente y hacer frente a la emergencia climática, pero el cambio transcendente hoy, como destacó el relator especial de la ONU sobre Derechos Humanos y Medio Ambiente, es el hecho de tener un derecho a un medio ambiente sano que cambia la perspectiva de la gente, que pasa de ‘mendigar’ a exigir a los gobiernos para  que actúen.

Y justamente también otro avance importante en estos últimos días ha sido el reconocimiento de la multiplicidad de los valores de los servicios ecosistémicos y la biodiversidad.  Una significancia en la que el trabajo de la ciencia ha tenido especial relevancia al identificar una multiplicidad de valores que hasta ahora las sociedades no venían percibiendo.

Decía justamente, mi colega colombiana Ana María Hernández Salgar, Presidenta de la IPBES: “Es fundamental conocer tanto la gran variedad de formas en que las personas valoran la naturaleza como las múltiples formas que existen para medir estos valores. Las políticas actuales a menudo pasan por alto la diversidad de valores de la naturaleza.

Para que resulten eficaces, las decisiones normativas relacionadas con la naturaleza deben adoptarse teniendo presente el amplio abanico de valores y métodos de valoración existentes, lo cual hace de la Evaluación de los Valores de la IPBES un recurso científico imprescindible para las políticas y la adopción de medidas en favor de la naturaleza y el bienestar humano”.

La importancia de la ciencia sobre la naturaleza y sus recursos tiene clara relación con una necesidad de ampliar las perspectivas y de sumar miradas a lo que previamente y en forma convencional se tenía hasta hace algunos pocos años en la ciencia ambiental.  El paso de un enfoque antropocéntrico hacia otro ecocéntrico o cosmocéntrico es un aporte relevante para la comprensión de los procesos que incumben a la naturaleza en su relación con la sociedad.

Fuente del Diagrama: IPBES (2022) Methodological assessment regarding the diverse conceptualization of multiple values of nature and its benefits, including biodiversity and ecosystem functions and services.

El aporte de instrumentos de valoración que superan ampliamente lo monetario o crematístico y llegan a poner en valor enfoques no monetarios e invisibles y valores multidiversos que las sociedades a nivel global y nacional comienzan a considerar es uno de los aspectos que los científicos han puesto de manifiesto en reportes de esta índole.

Reportes que contribuyen en forma específica a los más altos niveles de decisión y gestión ambiental.  Debemos reconocer que la ECONOMÍA ECOLÓGICA ha hecho un aporte relevante hacia esa mirada multivalor y multicriterial, en tanto, muchos científicos que hoy construyen, trabajan, interactúan en estas Plataformas, provienen de esta formación académica básica.

No obstante, muchas de estas decisiones a veces quedan atrapadas en instancias de información y de gestión, algunas veces alejadas del común de la sociedad.

Y es aquí, donde la función de la ciencia, la tecnología, la innovación y especialmente la difusión de sus resultados y saberes se hace relevante.  El rol que el Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano (NCC) en estos últimos cinco años ha sido crucial.  Este papel en el tema ambiental, nos ha encontrado en este último año en Plumas NCC para intentar acercar desde el Verde Sur un mensaje claro y basado en el conocimiento y la difusión científica sobre los impactos y el desborde que implicaría sobrepasar los límites. 

Un punto de “no retorno” al menos para el estilo de civilización tal como la conocemos.  Por el otro lado, acercando miradas e información sobre las alternativas y caminos que permitan promover un paradigma diferente al actual, un paradigma sostenible.

En nuestras primeras notas para Plumas, destacábamos, para el caso ambiental, la necesidad de una mirada desde la complejidad, el manejo del riesgo  y de la incertidumbre, a través de la ciencia postnormal. La cuestión no se resuelve con un dato o con una decisión meramente ingenieril. Necesita analizar y entender los pros y contras de procesos, muchas veces incluso,  contradictorios. Y que dependiendo además de la escala y el espacio temporal, muestren  uno u otro resultado.  Merced al aporte de los datos de la ciencia, la sociedad y particularmente hasta la parte más joven de ella, se apoya y levanta nuevas demandas. Que nuestras generaciones anteriores, o sólo algunos pocos dentro de ellas, teníamos.   Los límites son concretos. Los recursos son restringidos.

América Latina, la tierra prometida para muchos o la última frontera para otros, necesita de una mejora sustantiva en la gestión sostenible de sus recursos, empezando con su suelo.  La deforestación en el Brasil vuelve a crecer a pasos agigantados.  El avance en la frontera agropecuaria en la Argentina, tiene altísimos costos ecológicos y sociales. Y todo ello amerita de una gestión sostenible, acotada a los propios límites y no ajustada a las demandas de los depredadores globales.

La tierra es limitada y la buena tierra disponible lo es aún más.  Hace muy poco, en 2016 destacaba que solo quedan siete grandes espacios en el mundo que mantienen la canasta de alimentos de la humanidad, de los cuales uno es el «sur del sur» de América. La superficie total de los continentes es de 14.900 millones de hectáreas, de las que los cereales y granos constituyen en la actualidad alrededor de 10% (unos 1.500 millones de hectáreas), mientras que el área para pasturas representa alrededor de 33% (4.900 millones de hectáreas).

Mientras a nivel mundial, proyectados entre los años 2005-2050 (datos de Lambin) el aumento en el rendimiento de los cultivos se explicará en un 78 % por el aumento de los rindes, un 13 % por la intensificación en las prácticas de manejo y sólo un 9 % derivada de la extensión en tierras arables (nueva deforestación), en el caso de América Latina, esto cambia fuertemente hacia un aumento de la extensión de la deforestación en un 40 %, la productividad un 53 % y la intensificación del manejo en un 7 %.  Conclusión, América Latina será una de las regiones del mundo que seguirá aportando vía deforestación, nuevas tierras arables para la agricultura mundial.

Hoy día, nuevamente desde la ciencia, la tecnología y la innovación agropecuaria y ambiental el trabajo es enorme.  Debemos contribuir, con estudios serios y continuados promover procesos que permitan construir una mejor ciencia agronómica que facilite un importante proceso de transformación socioecológica.  Aquí, la información científica disponible ha sido un factor importante a tener en cuenta para cambiar y promover los cambios hábitos de segmentos importantes de la población.  En fin: Necesitamos una CIENCIA CON CONCIENCIA.

La presión de los consumidores, la respuesta de los agricultores y un Estado interesado en resolver los serios problemas derivados de los impactos de la agricultura industrial y en la seguridad alimentaria, impulsan la necesidad de un conjunto de metas que lleven hacia un “círculo virtuoso de sustentabilidad” e impulsen la concreción de objetivos socioambientales, que ya no se apoyen entonces en la productividad sino en escenarios de sustentabilidad ecológica, social, económica y cultural.

Desde Plumas estamos intentado promover y facilitar la comprensión de estos Nuevos Paradigmas y saludamos por tanto al NCC en este quinto aniversario. Su rol es sustantivo en la contribución a la transformación necesaria de las sociedades, basadas en principios científicos y técnicos que tienen como enfoque el bien común y la mejora del bienestar material, físico y espiritual de las sociedades a las que sirve.

Bibliografía

ONU (2022). La Asamblea General de la ONU declara el acceso a un medio ambiente limpio y saludable, un derecho humano universal. Disponible en: https://news.un.org/es/story/2022/07/1512242

Pengue, W.A. (2016). Comida no, biomasa. Nueva Sociedad 262, Marzo – Abril 2016. Disponible en:  http://nuso.org/articulo/comida-no-biomasa/?page=2

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Wal­ter Pen­gue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.