Por: Walter Pengue (Argentina).

La comida es una instancia crucial de la humanidad. Una necesidad y un derecho humano básico. No obstante, en las sociedades que en apariencia han resuelto su problema, pareciera una cuestión menor preocuparse tanto por la producción como el acceso a una diversidad importante de alimentos.

Más allá de las discusiones convencionales, durante las últimas décadas, el problema del hambre se ha alejado de la preocupación general de los decisores de las grandes políticas, aunque cada año el mundo camina peligrosamente por un andarivel de producción y consumo casi siempre en el límite.

Ahora mismo, son varios los países del mundo que padecen el flagelo del hambre, la mayoría de ellos en territorios que sufren restricciones físicas y climáticas para la producción o problemas relacionados con guerras locales, corrupción u otras limitaciones de índole directamente social.

En la reciente Actualización del Informe Mundial sobre Crisis Alimentarias se apunta que el COVID-19, el rezago en la vacunación y las conmociones económicas,  revirtieron los avances en la reducción de la pobreza y el acceso a los alimentos.

Más de 155 millones de personas de 55 países o regiones en el mundo (seleccionados para el estudio), se encuentran en una situación de crisis o emergencia alimentaria, el 66 por ciento de esta cifra global se localiza en República Democrática del Congo, Yemen, Afganistán, Siria, Sudán, Nigeria (15 estados y Territorio Capital Federal), Etiopía, Sudán del Sur, Zimbawe y Haití, lugares donde ocurrieron las peores crisis alimentarias durante el 2020.

Aparentemente el año 2022 no será mejor sino mucho peor y los efectos y vinculaciones del hambre y los desplazamientos son muy notables. Según Acción contra el Hambre, 6 de cada 10 personas con hambre viven en un país en conflicto. Los datos revelan que 3 de cada 4 personas refugiadas están atrapadas en situaciones de desplazamiento prolongado, llegando a pasar una media de 17 años en campos o poblaciones de acogida. En este contexto, las personas refugiadas encuentran muchas dificultades para alimentarse.

La invasión de Ucrania por parte de Rusia y los efectos devastadores que la guerra está generando en el sistema productivo del país ocupado, no sólo impactan sobre su mercado interno y una crisis alimentaria en ciernes. Sino también que ya afectan el mercado mundial y amenazan fuertemente el abastecimiento de regiones del mundo, como África, que hasta ahora no ha  podido o logrado resolver el problema del hambre.

En 2020, por ejemplo en los países del sur de África y Central, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo, Lesotho y Zimbawe experimentaron su mayor número de personas en crisis o su empeoramiento.

Los choques climáticos han sido históricamente el principal impulsor de la crisis de alimentos en el sur de África. A esto, las crisis económicas relacionadas con la COVID-19 están impulsando necesidades adicionales. Alrededor del 72 por ciento de los niños de la región que sufren emaciación residen en seis países: Angola, República Democrática del Congo, Mozambique, Madagascar, la República Unida de Tanzania y Zambia.

Más del 70 por ciento de los 7,1 millones de desplazados internos de la región viven en la República Democrática del Congo, que tiene la población desplazada interna más grande de África. La región acogió a más de 1 millón de refugiados y solicitantes de asilo, la mayoría de la República Democrática del Congo, así como Burundi, la República Centroafricana, Chad, Etiopía, Mozambique, Ruanda y Somalia, entre otros.

En América Latina, señalaba que, en 2020, 11.8 millones de personas se encontraban en situación de crisis o emergencia alimentaria en cuatro países centroamericanos (El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua) y Haití presentando un aumento en la inseguridad alimentaria.

Por otro lado, los efectos de la crisis climática limitaron el acceso a los alimentos de las poblaciones más vulnerables e impactan directamente en el medio de vida de las poblaciones rurales, que necesitan trabajar la tierra para alimentarse. La crisis climática impacta fuertemente sobre los países pobres y todo hace parecer que en el año 2040, puede llegarse a pérdidas en el rendimiento de los cultivos del 50 por ciento lo que afectaría a casi 1.000 millones de personas.  Muchas de las vulnerabilidades parece llegarán a encontrarse con mayor intensidad en los países africanos y en vías de desarrollo.

Por todo lo dicho, es claro que la combinación de factores y no sólo uno a la vez, son cuestiones relevantes a considerarse bajo el nuevo escenario de complejidad creciente. En condiciones normales el flujo biofísico de alimentos, siempre encuentra restricciones y complejidades, sea por el clima, sea por los recursos, sea por cuestiones sociales, económicas y hasta por la misma guerra. Incluso en los próximos meses, el flujo de suministros, comienza a percibirse y afectará como ya destaca Naciones Unidas fuertemente a África, con la reducción a cero (en las exportaciones) de las exportaciones de Ucrania.

De esta forma, el mundo comienza a tener más en cuenta a la agricultura, el papel de la agronomía y los sistemas alimentarios y las fuertes dependencias entre cuestiones biofísicas, energéticas, climáticas y sociales

“La agricultura es la cosa más fácil del mundo, cuando el arado de uno es un lápiz y se está a mil millas del maizal…”, dijo alguna vez un ex presidente de los Estados Unidos, David Eisenhower. Y claramente esa es la frase que me acompañó durante toda mi vida profesional, intentando desde el principio el comprender la complejidad de un sistema productivo tan especial que, a pesar de todo, viene siendo por algunos sectores hasta hoy en día, como una cuestión sencilla.

Un grave error. Existe una fuerte correlación, interacción y aleatoriedad entre distintas variables que inciden fuertemente sobre los sistemas alimentarios, sea desde el plano local y regional hasta el global.

Hasta ahora, la mayoría de los abordajes sostuvieron un análisis que revisaba de a una variable por vez: el suelo, el agua o por ejemplo el clima. O eventualmente algunas de sus interacciones con el sistema productivo. Pero el sistema alimentario es algo complejo y comprende muy fuertes interacciones tanto biofísicas como climáticas y decisiones institucionales y de gobernanza que inciden de una forma u otra sobre el resultado final: la comida y los distintos bienes que el campo o hasta la ciudad producen.

Un reciente artículo de Mattis Wackernagel y otros (2021) titulado La importancia de la seguridad en los recursos para erradicar la pobreza  (The importance of resource security for poverty eradication), alerta también en el plano de los límites y la biocapacidad del planeta para buscar un equilibrio acorde a las posibilidades del desarrollo humano global con equidad.

Agua, energía y alimentos son recursos imprescindibles para la humanidad, mejorar su calidad de vida y de manera justa y acceso equitativo, permiten enfrentar los serios problemas de hambre y pobreza. Evidentemente, estos están relacionados y podría considerarse que a los fines de la producción agropecuaria son indivisibles o prácticamente imposible analizarlos de forma separada.

Una década atrás, tanto desde la escuela agronómica como desde la ecológica se produjo una reorientación en el análisis de los recursos involucrados en la producción de alimentos que llevó a creación de un marco metodológico y un abordaje integral del sistema agroalimentario.

Por un lado, claramente se focalizaron los científicos en identificar todos los bienes y servicios devenidos en capitales tangibles e intangibles que involucraban a este sistema y por el otro, se amplió la escala para integrarlos a la comprensión de las interacciones y efectos que el cambio climático podría tener sobre un sistema tan sensible.

Nace de esta forma un nuevo enfoque metodológico para la evaluación de los agroecosistemas conocida como Nexus.

Nuevo sistema: Nexus

El Nexus o Nexo en español, considera en su evaluación el papel de los impulsores de cambio indirectos (es decir, valores sociales, patrones de producción y consumo, demográficos, tecnológicos, cuestiones culturales y hasta de gobernanza) y directos (es decir, la tierra, el agua, la biodiversidad), sus interrelaciones entre sí, con otros organismos, los cambios de uso y explotación y las relaciones con el cambio climático.

Considera asimismo, el relevante papel de las instituciones formales e informales y los impactos de los patrones de producción, suministro y consumo (incluido el telecopling o teleacoplamiento), las contribuciones de la naturaleza a las personas y a una buena calidad de vida.

El nuevo concepto del Nexo se destaca en el debate internacional a partir de la Asamblea Anual del Foro Económico Mundial (WEF) del año 2008, que enfatizó la necesidad de desarrollar una mejor comprensión de cómo el agua está vinculada al crecimiento económico a través de su relación con otros temas y el desafío que representa para la seguridad alimentaria un enfoque comercial en la gestión de los recursos hídricos (WEF, 2011).

Celebrada  en Bonn en 2011, se realizó la Conferencia sobre el Nexo entre Agua, Energía y Seguridad Alimentaria “Soluciones para la Economía Verde”. Allí entendían que enfoques como el de la llamada economía verde y el de la bioeconomía darían como resultado un mayor bienestar humano, con equidad social y significativas reducciones de riesgos ambientales y escasez ecológicas.

Los niveles de producción de dióxido de carbono serían progresivamente más bajos y la eficiencia en el uso de los recursos se incrementará. Las conexiones con la implementación del Acuerdo de París sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero son evidentes, dice la CEPAL.

En 2014, FAO publica un documento sobre el Nexo, focalizando la discusión en recursos como la energía, el agua y el alimento y su vinculación con la demanda hacia otros recursos naturales.

Figura: El abordaje de la FAO sobre el Nexo entre Agua-Energía-Alimentos.

Tiene en cuenta el análisis bajo un paraguas y un enfoque holístico basado además en los diferentes sistemas de conocimiento.

En su abordaje metodológico, quienes trabajan en la investigación del Nexus, consideran a la Biodiversidad, tal como la define, la Plataforma IPBES: “La variabilidad entre los organismos vivos de todas las fuentes, incluidos los ecosistemas terrestres, marinos y otros ecosistemas acuáticos, y los complejos ecológicos de los que forman parte. Esto incluye la variación en los atributos genéticos, fenotípicos, filogenéticos y funcionales, así como los cambios en la abundancia y distribución a lo largo del tiempo y el espacio dentro y entre especies, comunidades biológicas y ecosistemas”.

Con respecto al clima comprende al sistema climático mundial y sus interacciones con las actividades humanas, que consideran el cambio climático, la adaptación y la mitigación incluidos los aspectos pertinentes relacionados con el  sistema energético.

El agua incluye todas las formas de agua superficial y subterránea y los procesos y sistemas biofísicos y humanos que regulan su calidad, cantidad, distribución y uso.

Los alimentos incluyen en este caso a la cadena de valor completa para todos los alimentos cultivados y silvestres, fibras, piensos, madera y materias primas industriales, desde la producción hasta el consumo y la eliminación. Incluye la salud y el bienestar físicos y mentales humanos, cómo emergen las enfermedades infecciosas de la naturaleza, incluido el papel de la actividad humana en su propagación y los sistemas relacionados con la prevención, el tratamiento y el manejo de enfermedades, y se aborda utilizando marcos como como One Health (Una Salud) y otros enfoques holísticos.

El abordaje del Nexus, temática que las Naciones Unidas ha tomado también actualmente a través del IPBES para el desarrollo de un nuevo documento global a generar entre los años 2022 a 2025 representa un esfuerzo sustantivo para integrar la mirada de la complejidad en el sistema alimentario global. Y que comienza a hacer un trabajo integrador entre la necesidad de una utilización más eficiente y equitativa de los recursos naturales, la energía, el agua y la complejidad y diversidad de los diferentes sistemas sociales bajo distintos esquemas de conocimiento.

La principal premisa del enfoque del Nexo es que nuestros hiperconectados mundos del agua, de la energía y de la alimentación son cada vez más interdependientes y que los impactos en un sector afectan a los otros. En un planeta bajo la presión del cambio climático y de las crecientes demandas de una población cada vez mayor, comprender y tener en cuenta estas interdependencias es vital para alcanzar a largo plazo las metas económicas, medioambientales y sociales.

Según la CEPAL, el enfoque del Nexo busca ofrecer mecanismos para la adopción de decisiones para conseguir determinadas “metas económicas, medioambientales y sociales”, formuladas en el contexto de “presión del cambio climático” y las demandas de una población urbana creciente.

Inicialmente se ha intentado buscar la incorporación conceptual del Nexo para reflejar los progresos de la ciencia y de la tecnología que pudieran hacer posible realizar proyecciones a medio y largo plazo. Mediante tales proyecciones pueden considerarse los incrementos de consumo de recursos naturales (agua, suelos, energía y alimentación) que, por su cuantía, plantean la necesidad de formular políticas mediante las que se puedan alcanzar dichas metas o, al contrario, disminuirlas por medio de un uso más eficiente de los recursos.

Según la CEPAL, se presupone una conexión más eficaz entre los elementos del Nexo, que se alcanzaría por la utilización de nuevas tecnologías o formas de producción energética (por ejemplo, producción y uso más intenso de las energías renovables y el aprovechamiento de los desechos biomásicos agrícolas y alimentarios en la producción). En muchas ocasiones, también, es la constatación de la frecuencia de eventos catastróficos (como sequías más prolongadas e intensas, inundaciones y otros) y sus consecuencias dañinas, lo que suscita la reflexión con un planteamiento del Nexo.

Para el caso específico de América Latina, dice la CEPAL, que la región se caracteriza por patrones de desarrollo intensivos en la explotación de sus recursos naturales, recursos muchas veces no renovables, como sucede, por ejemplo, con el petróleo, el gas o la minería, cuya explotación además puede ser intensiva en el uso del agua. Se trata de un modelo de desarrollo unidimensional, no diversificado, y por tanto muchas veces insostenible desde el punto de vista ambiental y también inequitativo socialmente. Eso lleva consigo también una vulnerabilidad, una exposición a riesgos que se traduce en inseguridad, inestabilidad política y dependencia.

Claramente, la promoción de una diversificación progresiva de dichos patrones de desarrollo en el marco de la planificación de los tres componentes del Nexo, multiescalar, intersectorial y pluritemporal. Con ello se debería llegar a unas matrices de uso de agua, suelos, recursos genéticos, generación de energía y producción de alimentos más sostenibles, resilientes, equitativos y eficientes. Al mismo tiempo, el enfoque del Nexo puede constituir una oportunidad para enfrentar de forma eficaz el cambio climático y el cambio ambiental global al tiempo que se modifican patrones de desarrollo no sustentables.

Sin embargo, el papel de la tierra y el uso del suelo, muy relevante a la discusión sobre las formas de utilización del recurso en América Latina, no ha tenido una profundización intensa aún en los documentos globales y regionales (producidos hasta ahora por la CEPAL en América Latina o la Unión Europea para su propio territorio), con respecto al enfoque de Nexus.

Aquí hay un aspecto y un nuevo escenario a considerar, particularmente vinculado a un recurso claramente limitado como es la tierra, de una inelasticidad completa.  Y especialmente importante, cuando consideramos las formas de explotación, acceso y uso del suelo, en las economías de los países en vías de desarrollo como las de América del Sur y Central, África y algunas economías asiáticas. O también, los nuevos escenarios por el acceso y uso de la tierra a través de la guerra o la invasión de los territorios como sucede actualmente en el mismo corazón de Europa.

A ello se suman nuevas variables de alto impacto, que hasta ahora, la familia de Naciones Unidas no venía abordando en su complejidad como lo son,  las nuevas tensiones sociales derivadas de la lucha por el acceso a recursos estratégicos como la tierra, el agua o los alimentos, que a veces se dirimen con guerras como las mencionadas en esta nota de opinión.  Todo ello, suma a la perspectiva integral y holística que las nuevas investigaciones basadas en el Nexus deberán tener.

Toda una nueva gran oportunidad para la ciencia ecológica.  Todo un nuevo desafío para su mirada y perspectiva holística sobre los escenarios por venir en el mediano plazo.

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Wal­ter Pen­gue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.