Un sorbo rápido de café antes de revisar provisiones y combustible para emprender el viaje hacia lugar seguro. Era una madrugada de septiembre en aguas del Caribe. Horas antes se había emitido una alerta máxima para todo el territorio nacional, el cielo estaba cargado de nubes y el mar un tanto agitado. Se percibía una tensa calma, así que era momento de buscar resguardo.
Como era costumbre en cada alerta de huracán, la comunidad local preparó sus embarcaciones a tiempo para adentrarse en la densa selva de árboles retorcidos. Y digo retorcidos para empezar esta historia. Estos árboles con nombre propio “Mangles”, tienen la característica de poseer grandes raíces que les dan apoyo y los conectan de manera especial con la tierra.
Son árboles exclusivos y muy resistentes, ya que son tolerantes a condiciones extremas de salinidad, a la inundación y a la falta de oxígeno. Se caracterizan por estar presentes en sitos de transición entre la tierra y el mar, por ejemplo, los podemos observar en desembocaduras de ríos, lagunas costeras y en la franja de playa.
Para muchas culturas, incluidas las que zarparon esa mañana turbulenta, los mangles son árboles místicos, por los beneficios que ofrecen a su gente. Entre esos beneficios se puede resaltar el rol que tienen como una barrera de protección contra las tormentas y huracanes que los sacuden constantemente.
Además, sirven de guardería para peces y otros animales que se convierten en fuente de alimento para las personas. Mejoran la calidad de agua al ser filtradores de nutrientes y tienen la capacidad de capturar los gases contaminantes en el aire incorporándolos en sus hojas, tallos, raíces y en el sedimento.
Hace algunas semanas se conmemoró El Día Internacional de la Conservación del Ecosistema de Manglares, momento apropiado para reflexionar sobre un ecosistema que ha sufrido los improperios de la actividad humana, degradación y deforestación como principales amenazas. Y al mismo tiempo resiste los intensos y frecuentes fenómenos naturales.
Esa situación reitera sin duda que la protección y la gestión de este ecosistema es vital para la salud de las costas. Además, de ser clave en el desarrollo de los pueblos, su infraestructura costera y en la generación de servicios ecosistémicos que proporciona a las comunidades.
Comunidades que precisamente encontraron refugio y protección ante un poderoso huracán de nombre “Mathew”, que azoto el pueblo ese día con vientos máximos de 270 km/h. Por fortuna el final de esta historia, no es un final retorcido, los navegantes encontraron serenidad y provisión de alimentos entre los mangles, durante el paso de aquel “Mathew”.
Como es costumbre durante ese tiempo pudieron reflexionar sobre la conexión especial que tenemos con los océanos y tomar su taza de café.
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Camilo Cortés es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, doctor y post doctor en Ciencias Marinas. Su investigación en el área de la ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del Cinvestav en la Categoría Doctorado. Forma parte del movimiento Wave of Change del Grupo Iberostar, como Coastal Health Regional Manager, donde trabaja en la salud Costera en la región Caribe, llevando a cabo investigación científica.
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