Por: Durruty de Alba (México).
Transcurridos tres meses, cuando muchos supervivientes ya se habían acostumbrado a la peste o habían encontrado medios y formas de combatirla, se extendió en el interior de las casas, tras las puertas y ventanas cerradas, una nueva enfermedad, la enfermedad de la curiosidad que para muchos resultaba tan insoportable como el hambre y la sed.
Phillipp Vandenberg, La maldición de Copérnico, Planeta DeAgostini, Barcelona (2005), pp. 108-109
Ahora que en el estado de Jalisco encaramos un semáforo epidemiológico en rojo sin que se vislumbren cambios sustantivos en las directrices y acciones que nos permitan como sociedad contener y revertir la pandemia debida a la presencia ahora mutada del virus SARS-CoV-2, el párrafo entresacado de la novela originalmente publicada como Der Fluch des Kopernikus (Gustav Lübbe Verlag GmbH, 1996) nos permite repasar algunas cuestiones relativas a la historia del conocimiento científico en tanto a su generación y difusión hasta nuestros lares.
Si bien en vida de quien recibió el nombre de Niklas Koppernigk (1473-1543) lo más próximo a una enfermedad epidémica se desarrolló en la ciudad de Nápoles hacia 1495 y fue conocida como la “enfermedad francesa” atribuida su dispersión a los soldados de tal nacionalidad quienes mantenían sitiada la ciudad, según anota Isaac Asimov, el nombre que recibiría más formalmente fue porque: “Dado que el nombre del pastor fue dado por Fracastoro como Sífilis, los europeos en general, y luego el mundo, lo usaron como el nombre de la enfermedad” (Asimov’s Chronology of Science & Discovery, The Easton Press, Norwalk (2004), p. 113).
Curiosamente en la novela de Vandenberg en el capítulo titulado “Los libros y la muerte” relata que el personaje principal, Leberecht Hamann, de visita en el scriptorium de un monasterio revisa el libro Syphilis sive de morbo gallico (La sífilis o enfermedad gálica) cuyo autor es Gerolamo Fracastoro.
Si bien la trama de la novela ronda sobre la búsqueda de un texto atribuido a Copérnico respecto al cómputo de los días y años -históricamente inexistente- debemos al canónigo católico de Toruń la primera obra de la ciencia moderna; en ella se describe lo denominado en ese tiempo como “sistema del mundo”, en que se plasma su teoría heliocéntrica: el Sol como centro del sistema planetario en lugar de la Tierra como se consideraba entonces.
El libro publicado en el mismo año de la muerte de su autor se titula De revolvtionibvs orbium coelestium, Libri sex (Sobre las revoluciones de los orbes celestes, seis libros) y aquí la historia nos alcanza, pues en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco “Juan José Arreola” (BPEJ) se conserva el único ejemplar de primera edición del mismo que hay en un país latinoamericano y que al menos desde 1660 ya estaba en Guadalajara.
Hemos de recordar que la BPEJ se formó a raíz de la aplicación de las Leyes de Reforma en 1861 cuando se confiscaron los fondos conventuales y de instituciones esencialmente religiosas y con los libros y materiales así expoliados se conformó el acervo inicial de la misma; también, es menester comentar una de las prácticas muy difundidas en las bibliotecas institucionales de esa época, la marca de fuego en los cantos de los libros que identifica su pertenencia a determinada congregación.
En el caso del libro de Copérnico la diligencia del novel bibliotecario estatal nos privó de tal al mandar a encuadernar y refilar el volumen, si bien en algunas páginas hay evidencias de que tuvo dichas marcas de fuego, no es posible por lo pronto identificarla. Sin embargo, estudios posteriores nos han permitido identificar a algunos de los lectores que dejaron sus marcas en las páginas del ejemplar, entre ellos con una firma y texto que cruzan la portada del libro al “R[everendo] P[adre] Alonso de Quintana” indicando que es de su uso.
Sacerdote perteneciente a la Orden de los Frailes Menores de San Francisco algo de su historia es rescatada por el recordado miembro de El Colegio Nacional don Antonio Alatorre en su libro El brujo de Autlán, cuya edición más reciente fue auspiciada por el Centro Universitario de la Costa Sur de la Universidad de Guadalajara, toda vez que el padre de Quintana fue testigo en el proceso que le siguió la Inquisición al referido brujo.
En este espacio al que generosamente nos han invitado procuraremos hacer revisión de imágenes y textos (graphé) con los cuales se relaten conocimientos acerca de la ciencia de los cielos y su historia, agradezco a quienes lo han hecho posible.
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Durruty de Alba es licenciado en Física adscrito al Instituto de Astronomía y Meteorología (IAM) de la Universidad de Guadalajara (UdeG), dedicado a la divulgación e historia de la ciencia. Desde 1990 escribe sobre dichos temas en distintos medios de comunicación de Jalisco, México. Es miembro de la Sociedad Mexicana de Física, la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología, del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara y de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.
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