Quito, Ecuador. 

«Las meninas» de Diego Velázquez, asume tintes andinos de manos del pintor ecuatoriano Miguel Betancourt, en una muestra interpretativa que incluye paisajes de su país y mariposas multicolor, y en la que vuelca toda su admiración por el artista español del siglo XVII.

«Ninfas, meninas y la mirada del pintor«, es la exposición con la que Betancourt establece con Velázquez «un diálogo» al que también «invita» a Pablo Picasso, para ofrecer al público 44 acuarelas y óleos con nuevas y variadas versiones del famoso cuadro.

Cubismo, «pop art» y arte geométrico proyectan así a una infanta Margarita, hija de Felipe IV, rodeada de su servicio, en múltiples colores y diversos escenarios con los Betancourt trastoca lugares y personajes en una original narración pictórica sobre tela, papel de arroz, yute e, incluso, los restos de un antiguo vestido.

«Todos estos colores contrastivos, como los fucsias, verdes… proceden de toda esta inspiración que tuve con los textiles y los tapices prehispánicos. Hay una suma de varias esencias en esta propuesta«, explica el artista a Efe al destacar su trabajo sobre yute, un tejido áspero y rudo de color pardo, «piel andina«, dice.

Nacido en 1958 y con medio centenar de exposiciones individuales en Europa, Asia y América, y un número superior en colectivas, el autor ecuatoriano expone en la Alianza Francesa de Quito una selección de las setenta interpretaciones que ha hecho de «Las meninas«, un proyecto en el que ha trabajado durante tres años.

Cautivado por la famosa obra de Velázquez, que encierra una compleja composición a partir de su habilidad para usar la perspectiva y la luz, Betancourt ha extraído fragmentos del cuadro en los que ofrece una Margarita «picassiana«, otra con aires tropicales y una que muta en planta.

Un ejemplo es el retrato con técnicas mixtas de la infanta, en el que combina el retazo de un vestido de mujer con hilos dorados -en honor al magistral uso que hacía el español de la luz- y en el que perfila con yute una parte del rostro del maestro de la pintura universal.

En otras resaltan las descomposiciones y deformaciones que Picasso impuso a sus personajes, como es su óleo «Margarita con atuendo tropical«, de un dominante tono rojizo.

Betancourt confiesa que, con esta reinterpretación, quiso que Velázquez «pasee» por los Andes y por ello, en su versión de «Las meninas«, hay trazos de su natal Cumbayá, al norte de Quito, así como de edificaciones coloniales de Ecuador.

Su obra favorita expone a Margarita sobre papel de arroz, rodeada de un fondo de pinceladas rojas, coronando un conjunto de iglesias y otras edificaciones.

Un matiz que recuerda inevitablemente a la monumental Virgen de Quito encaramada sobre el Panecillo, con el centro colonial a sus pies.

«Mi intención ha sido siempre reactualizar esencias que nos pertenecen, que son muy propias de aquí, para mostrarlas al mundo«, comenta sobre esa relación.

El espejo, un elemento fundamental en «Las meninas«, es también esencial en la interpretación de Betancourt, y así lo deja plasmado en un cuadro en el que se aprecia a Velázquez de cuerpo entero con la paleta de colores y un pincel, reflejado en un espejo oval.

Como lo es el misterioso personaje que, bajo el marco de un puerta, aparece en el cuadro original envuelto en una bocanada de luz, y al que el artista ecuatoriano también realza en varios de sus cuadros de esta exposición mediante un juego de planos.

La imaginación fue lo que indujo a Betancourt a «vaciar» «Las meninas» y ofrecer una serie de obras en las que predomina el blanco y que, con mucha paciencia, trabajó de manera casi caligráfica.

En su óptica de «Las meninas«, el artista ecuatoriano deja su impronta con una mirada interrogante hacia los personajes de Velázquez, y rodea a Margarita, figura central de su obra, con mitos propios del trópico ecuatoriano.

Se convierte en «otro ser y se deja invadir del ambiente y las flores«, explica el autor.

En su obra todo se mueve de forma armoniosa gracias a la conjugación de colores y trazos que cobran vida en cabellos, casas ondulantes o en el aleteo de mariposas de mil colores que, tres siglos y medio después, trasladan a Velázquez desde la España barroca hasta las altitudes andinas de Ecuador.

Por: EFE