Por: Camilo Cortés- Useche, PhD (Colombia).

El motor de la Himalayan rugía como una bestia vieja y sabia mientras avanzaba por un camino que no aparecía en ningún mapa. A su alrededor, las montañas oscuras se alzaban como murallas, cubiertas por bosques mesófilos donde la bruma parecía colgarse de las ramas como espíritus agonizantes. El frío era tan filoso que hacía crujir las mandíbulas, quebrar los labios y dormir las orejas, aun así, él avanzaba, guiado únicamente por la vibración de su corazón y por la promesa silenciosa de un destino compartido.

Ella iba detrás, anclada, abrazándolo con firmeza, y cada tanto él sentía cómo su respiración se armonizaba con el latido del motor. Aquella ruta había sido su idea, “Llegaremos a un puerto donde el mar tiene vida propia y es abundante”, dijo ella días antes. “Ahí aprenderemos a agradecer incluso lo que nos ha roto.” Pero en algún punto de aquella travesía, nadie podría precisar exactamente dónde, ella desapareció.

Una curva cerrada. Un banco de niebla espesa. Un silencio que se tragó su sonrisa.
Él frenó. Gritó su nombre. Buscó las huellas en el lodo. Pero no había nada.
Como si el bosque la hubiera secuestrado en su profundidad.

Durante días la buscó, recorriendo senderos que no existían, divagando entre la niebla y el polvorín que levantaba la moto. Cada amanecer traía un nuevo nudo en la garganta, cada anochecer, el peso del corazón. Recordaba fragmentos de conversaciones y los repetía para no perder la cordura.

Con el cuerpo agotado, decidió avanzar hasta el puerto prometido, con la esperanza absurda de que quizá ella lo esperaba allí.
Pero al llegar, el sueño se convirtió en caos. El lugar estaba invadido por maleantes y mercaderes, por pillos con cabellos desaliñados y con ropas mugrientas que lo observaban con ojos codiciosos. Las calles eran un laberinto de gente enferma, tosiendo hedores de una peste que lo impregnaba todo. El olor a sal marina se había rendido ante el olor a podredumbre.

Preguntó por ella cada día, la espero, pasó el tiempo. Ella jamás volvió. Se convirtió en un recuerdo, un rayo cálido en medio de un viaje helado, una promesa que se perdió en algún recoveco de la montaña y nunca llegó al mar.

Pero un amanecer, cuando el cielo aún estaba entre violeta y azul, subió nuevamente a su bestia motorizada. El puerto despertaba con su miseria habitual, pero él sintió algo nuevo, un vacío menos punzante, una aceptación que no sabía nombrar. Quizá era agradecimiento. Quizá era el cansancio. Quizá era simplemente que el corazón encontraba su manera de seguir.

Aceleró. El ruido del motor cortó el aire. Y mientras se alejaba, entendió que el paraíso no siempre está en el destino, si no cuando uno se atreve a mirar lo incierto sin miedo y abre espacio en el pecho para que la luz leal vuelva a entrar, y de esta forma encontrar
el paraíso que llega a nuestros ojos cuando los abrimos de forma real.

Pensando en vida y abundancia, esta historia me hizo recordar que cada 21 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Pesca, una fecha que rescata de la niebla la importancia de los sistemas pesqueros que sostienen la alimentación, la cultura y la economía de numerosas comunidades costeras y puertos alrededor del mundo. Se estima que la pesca en pequeña escala, tanto marina como continental, brinda sustento directo a 110 millones de personas, y beneficia a cerca de 500 millones si se considera a sus familias.

En América Latina y el Caribe, cerca de 85 millones de personas dependen de manera directa o indirecta de la pesca. La producción conjunta de pesca y acuicultura en la región alcanzó este año 17,7 millones de toneladas, equivalentes al 8 % de la producción mundial. Solo en acuicultura, la región aporta 4,3 millones de toneladas, ubicándose como la segunda mayor productora mundial después de Asia.

La pesca sostenible es clave para garantizar medios de vida estables, la seguridad alimentaria a largo plazo y la protección de la biodiversidad en océanos, ríos y lagos. Para que la pesca siga proporcionando alimentos e ingresos de forma responsable, es indispensable mantener ecosistemas acuáticos saludables y productivos. Quizá paraísos en medio del caos actual.

Este enfoque implica fortalecer las capacidades comunitarias e institucionales para la gestión sostenible, fomentar prácticas responsables, promover la conservación de hábitats esenciales y asegurar que las actividades pesqueras contribuyan al bienestar de las generaciones presentes y futuras.

En 2025 se celebran dos hitos importantes: el 80º aniversario de la FAO y el 30º aniversario del Código de Conducta para la Pesca Responsable, adoptado en 1995. Este instrumento establece normas para la conservación y ordenación de los recursos acuáticos vivos, orientando a los países hacia el uso sostenible de los recursos pesqueros en beneficio de las generaciones futuras.

En este Día Mundial de la Pesca, la Organización reafirma su compromiso de trabajar junto a los países de la región para fortalecer los sistemas alimentarios acuáticos y asegurar que todas las personas que dependen de la pesca puedan desarrollarse con bienestar, resiliencia y oportunidades, sin dejar a nadie atrás, en la densa niebla de la injusticia.

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Ca­mi­lo Cor­tés- Use­che es bió­lo­go Ma­rino. Maes­tro en Ma­ne­jo de Eco­sis­te­mas Ma­ri­nos y Cos­te­ros, con doc­to­ra­do e in­ves­ti­ga­ción post­doc­to­ral en el área de las Cien­cias Ma­ri­nas. Su tra­ba­jo en el cam­po de la ges­tión y eco­lo­gía ma­ri­na en la Re­pú­bli­ca Do­mi­ni­ca­na le va­lió el re­co­no­ci­mien­to del “Pre­mio Dr. Alon­so Fer­nán­dez Gon­zá­lez 2020” a las Me­jo­res Te­sis de Pos­gra­do del CIN­VES­TAV en la Ca­te­go­ría Doc­to­ra­do. In­no­va­dor de la sos­te­ni­bi­li­dad, cien­tí­fi­co y dis­tin­gui­do por sus apor­tes en la con­ser­va­ción de la na­tu­ra­le­za. Du­ran­te los úl­ti­mos años ha liderado coa­li­cio­nes para un mo­de­lo re­si­lien­te al cam­bio cli­má­ti­co ba­sa­do en la cien­cia, con una idea fir­me del desa­rro­llo so­cial jus­to.