Por: Camilo Cortés- Useche, PhD (Colombia).

En los vientos fríos de la sabana, donde las montañas se colorean de un verde intenso y las nubes parecen rezos detenidos, nació Lola, una mujer fuerte como un roble y ligera como un suspiro. Desde niña aprendió a escuchar el murmullo del suelo y a interpretar los mensajes del viento, como si los páramos le confiaran secretos que solo las almas destinadas a trascender podían comprender.

A corta edad emprendió su viaje hacia el corazón palpitante de la capital, sin más equipaje que su anhelo desbordado de familia, prosperidad y amor. Y vaya que lo supo forjar. Con manos pacientes y corazón incansable, como aquellas matriarcas que, sin saberlo, sostienen al mundo, levantó una familia desde cero, alimentó bocas de propios y extraños, y entregó un amor que solo una esposa, una madre y una abuela pueden dar; un amor hecho de silencios bondadosos, de gestos diminutos y de esa ternura que permanece aun cuando los tiempos se vuelven duros.

Lola habitaba la vida con la nobleza de los seres puros, con una inocencia que no ignoraba la realidad, sino que la transformaba. Era paciente para esperar desde la ventana, escuchar cada palabra y estar siempre pronta para servir, como si en cada acto suyo se tejiera un pedazo de eternidad. Su fe en el Todopoderoso y en Nuestra Señora de las Nieves era una luz que siempre la acompañaba, incluso en los momentos más ásperos de su vida.

Por más de noventa y siete años fue testigo y protagonista silenciosa de los acontecimientos legendarios y tristes de la capital, de un país que parecía reinventarse en medio de dolores y esperanzas. Vivió en carne propia la lucha campesina y obrera, comprendiendo que el suelo —ese mismo que ahora vuelve a acogerla— es al mismo tiempo cuna y campo de batalla.

Hoy, Lola parte de este mundo con la serenidad de quienes saben que han cumplido su misión. Hoy se cierra un ciclo generacional: Lola se une a los fundadores de mi legado, a las raíces más antiguas de mi árbol de vida, y completa ese viaje inevitable que todos, tarde o temprano, debemos emprender. Su partida no es un adiós, sino una continuidad sagrada, un eslabón que se integra a la historia profunda de los que la precedieron y que ahora la reciben en la eternidad.

Se despide de la capital que la vio crecer en coraje, lucha y entrega, y abraza, con su último aliento, las cumbres de la sabana que la vieron nacer y volar tras un sueño. Su partida deja un legado de amor verdadero, de ese amor que en estos tiempos se vuelve efímero, pero que en ella se hizo eterno.

En cada persona que tocó dejó una lección, un rastro de luz, una forma de recordar que la vida, pese a su brevedad, puede llevar el peso dulce de lo trascendente.
Hoy se despide Lola… pero en el eco del viento sabanero, en los rezos de la montaña y en los corazones que formó con sus manos, seguirá viviendo para siempre.

Esta historia me hizo reflexionar profundamenre sobre cómo la supervivencia de nuestro planeta depende profundamente del suelo. De él proviene más del 95% de los alimentos que consumimos y 15 de los 18 elementos químicos esenciales para el crecimiento de las plantas. Sin embargo, hoy este recurso vital enfrenta una crisis silenciosa: el 33% de los suelos del mundo están degradados debido al cambio climático y a prácticas humanas insostenibles.

La erosión y la gestión inadecuada deterioran su equilibrio natural, reducen la disponibilidad de agua y disminuyen la calidad nutricional de los alimentos. Frente a ello, las prácticas sostenibles de manejo del suelo, como la conservación de vegetación, el control de la erosión y la restauración ecológica, son fundamentales para mejorar su salud, preservar la biodiversidad y aumentar la capacidad de retención de carbono, contribuyendo así a mitigar el cambio climático.

Aunque solemos asociar el suelo con paisajes rurales, también es crucial en las ciudades. Por eso, el Día Mundial del Suelo 2025 centra su atención en los entornos urbanos bajo el lema “Suelos sanos para ciudades saludables”. Bajo el pavimento, los edificios y las calles existe un suelo que, cuando es permeable y está cubierto de vegetación, ayuda a absorber el agua de lluvia, regular la temperatura, almacenar carbono y purificar el aire. Cuando se sella con concreto, pierde estas funciones esenciales, haciendo que las ciudades sean más vulnerables a inundaciones, olas de calor y contaminación.

Esta conmemoración invita a gobiernos, sector privado y ciudadanía a repensar el diseño urbano desde el suelo, promoviendo espacios verdes, superficies permeables y una relación más consciente con este recurso fundamental.

Y así, mientras la sabana respira su nombre y la eternidad se prepara para recibirla, Lola nos recuerda que la vida y la muerte son apenas dos estaciones de un mismo viaje. El suelo que hoy la acoge es el mismo que templó su coraje, sostuvo sus pasos y alimentó los frutos de su amor.

 

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Ca­mi­lo Cor­tés- Use­che es bió­lo­go Ma­rino. Maes­tro en Ma­ne­jo de Eco­sis­te­mas Ma­ri­nos y Cos­te­ros, con doc­to­ra­do e in­ves­ti­ga­ción post­doc­to­ral en el área de las Cien­cias Ma­ri­nas. Su tra­ba­jo en el cam­po de la ges­tión y eco­lo­gía ma­ri­na en la Re­pú­bli­ca Do­mi­ni­ca­na le va­lió el re­co­no­ci­mien­to del “Pre­mio Dr. Alon­so Fer­nán­dez Gon­zá­lez 2020” a las Me­jo­res Te­sis de Pos­gra­do del CIN­VES­TAV en la Ca­te­go­ría Doc­to­ra­do. In­no­va­dor de la sos­te­ni­bi­li­dad, cien­tí­fi­co y dis­tin­gui­do por sus apor­tes en la con­ser­va­ción de la na­tu­ra­le­za. Du­ran­te los úl­ti­mos años ha liderado coa­li­cio­nes para un mo­de­lo re­si­lien­te al cam­bio cli­má­ti­co ba­sa­do en la cien­cia, con una idea fir­me del desa­rro­llo so­cial jus­to.