Por: Camilo Cortés- Useche, PhD (Colombia).
Hace algunos años que llegué a la gran plaza de la ciudad, encontré en cada calle y ermita que caminé, detalles delicados y finos que hacían girar mis ojos pequeños sin parar.
Navegando como leal bucanero entre colonias que me eran desconocidas en aquellos tiempos, me acerqué lentamente atraído por el aroma que emanaba de una hermosa casa; dos ventanas verdes adornaban su fachada color vainilla, dos árboles de ceiba flanqueaban su estructura curva y, en la parte de atrás, el sol se asomaba como fuego sobre su techo.
Levitando entre ese perfume fresco y cálido que me llevaba al mar, pregunté con curiosidad a un viejo en la esquina de la calle, sobre la historia que envolvía dicha casa, tan parecida sin duda, a las que alguna vez observé el los bulevares franceses durante mi época de estudiante en París.
La revelación fue para mí una chispa de realidad, porque desde el primer día que recorrí la ciudad percibí en el horizonte un resplandor oscuro. El cielo era morado y con cúmulos de nubes indomables que lanzaban rayos a lo lejos. Por supuesto me hizo pensar sobre los días de tormenta que seguramente habían azotado la capital con anterioridad.
La génesis del relato que escucharía sobre esa tarde empezaría con la rebeldía del clima. A pesar de ser un día caluroso y soleado, según el relator, entrando el atardecer desde la parte baja de la cruz del gran campanario se podían observar vientos revoltosos y gotas que brotaban del cielo sin clemencia.
Las calles empezaron rápidamente a rebosar de agua tapando cada una de las fachadas de las calles del centro. Las hojas de los árboles se fundían con los ríos que llegaban a la plaza grande como destino final.
Todo parecía indicar que sería imposible salir de las casas del casco antiguo. La superstición de penumbra para muchos se aclaró cuando de aquella noble casa que vi, cinco infantes tomaron mando de una balsa de color azul y oro para navegar los ríos callejeros y movilizar a propios y extraños por la ciudad.
La hazaña de estos marineros de aguas meridianas sería la portada épica del periódico en días siguientes, haciendo referencia al entusiasmo ante las adversidades y la resiliencia ante los disturbios, en este caso, ocasionados por el clima.
Cada 26 de marzo, por resolución de Naciones Unidas, se celebra el Día Mundial del Clima para concienciar sobre la importancia de nuestras acciones en la variación climática y promover hábitos más sustentables.
El cambio climático está generando tormentas y disturbios más frecuentes y destructivos, sequías graves y aumento del nivel del mar, afectando especialmente a las poblaciones más pobres y vulnerables, incluyendo mujeres e infantes.
Es crucial respetar acuerdos internacionales, promover legislaciones ambientales, adoptar fuentes de energía alternativas, usar productos agroquímicos de manera más eficiente, invertir en riego eficiente y reforestación.
Este día sirve como plataforma para sensibilizar a la población sobre los impactos del cambio climático en la vida cotidiana, así como para impulsar la acción climática tanto a nivel individual como colectivo. Además, proporciona una oportunidad para que gobiernos, organizaciones internacionales, empresas y ciudadanos trabajen juntos para encontrar soluciones sostenibles y mitigar los efectos del cambio climático.
Durante el Día Mundial del Clima, se organizaron eventos, campañas de sensibilización, conferencias y actividades educativas para informar a las personas sobre los impactos del cambio climático y la necesidad de adoptar comportamientos más sostenibles. También moviliza a los gobiernos, empresas y ciudadanos a tomar medidas concretas, más allá de voluntades para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, conservar los recursos naturales y proteger el medio ambiente para las generaciones futuras.
Hay quienes no quieren oír hablar del clima y mucho menos del cambio que lo produce, porque les parece cliché y, lo peor de todo, un romántico cliché de algunos que no vale ni un peso, en contraste hay otros románticos que lo respetan, incluso lo inundan con pasión y tiene el poder de que todo valga la pena.
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Camilo Cortés- Useche es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, con doctorado e investigación postdoctoral en el área de las Ciencias Marinas. Su trabajo en el campo de la gestión y ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del CINVESTAV en la Categoría Doctorado. Innovador de la sostenibilidad, científico y distinguido por sus aportes en la conservación de la naturaleza. Durante los últimos años ha liderando coaliciones para un modelo resiliente al cambio climático basado en la ciencia, con una idea firme del desarrollo social justo.
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