Luján, Argentina.
Decenas de recolectores aguardan ansiosos la llegada de un nuevo camión de la basura. Plásticos, vidrios y toda clase de desechos orgánicos desaparecen entre sus manos, mientras de fondo se erige la majestuosa catedral de Luján, un espejismo divino en medio de tanta miseria.
El mayor basural a cielo abierto de Argentina tiene los días contados. El Gobierno nacional y el ayuntamiento local están dispuestos a convertir este enorme vertedero en un centro ambiental, acabando con décadas de contaminación e insalubridad, pero también con la forma de vida de quienes viven de estos residuos.
«Nuestro propósito era ordenar esto y construir un centro ambiental para cambiar las condiciones socioambientales, porque esto es un problema estructural. En Luján debe de estar entre los tres problemas más graves que tiene la ciudad», comenta Pedro Vargas, director de Residuos Urbanos de ese municipio, situado unos 70 kilómetros al oeste de la capital argentina.
Tres generaciones
La atmósfera del basurero no ha cambiado demasiado en sus cincuenta años de historia. Grupos de aves oportunistas y perros callejeros acompañan cada día a los casi doscientos trabajadores informales que, haga frío o calor, acuden al recinto para separar cientos de toneladas de desperdicios.
Uno de ellos es Pablo López, quien a sus 26 años ha pasado la mitad de su vida «recuperando» basura del vertedero, como hicieron previamente su padre y su abuelo.
«Tengo primos y tíos que también vienen acá a laburar. Yo, por lo menos, sé albañilería, sé otras cosas, pero la mayoría está solo en esto (…). Ahora estoy terminando el secundario y después me gustaría estudiar abogacía o contaduría (contabilidad); siempre está el proyecto de salir adelante«, relata.
Desde la municipalidad reconocen las «condiciones pésimas» de estos recolectores, por lo que, durante los últimos dos años, han concentrado sus esfuerzos en mejorar la organización del lugar, mediante el cierre de varios accesos, la prohibición de los «vuelcos ilegales» de otras ciudades y la construcción de nuevas infraestructuras.
«Son personas que se rebuscaron su trabajo, que se reinventaron y llevan un plato de comida a su casa trabajando en condiciones que son malísimas, las peores para un trabajador, pero de a poco fuimos tratando de darle una vuelta junto con varias organizaciones y cooperativas», subraya Pedro Vargas.
Centro ambiental.
La culminación de ese cambio de rumbo está en el próximo Centro Ambiental de Luján, un proyecto impulsado por el Ministerio de Ambiente nacional y que contará con una inversión del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), equivalente a unos 10,7 millones de dólares.
Según el director de Residuos Urbanos de Luján, las obras comenzarían a mediados de octubre con la construcción de una «planta de tratamiento del residuo seco y reciclable» y después arrancarían los trabajos en el propio basural, que iría reduciendo poco a poco sus doce hectáreas de superficie hasta casi desaparecer.
«El vertedero dejaría de existir, se haría un ecoparque, se taparía todo de tierra y se aplanaría todo el residuo sin tratamiento, lo que cambiaría radicalmente un problema histórico de la ciudad. Estamos realmente muy entusiasmados», manifiesta Vargas.
Sin embargo, una pregunta surge, de forma inevitable, al plantear el cierre del basural: ¿qué pasará con los trabajadores y sus familias cuando no puedan separar y vender esos desechos?
En opinión de Vargas, la integración de los recolectores en este proyecto resulta «fundamental», no solo por el funcionamiento óptimo del centro ambiental, sino para brindarles, por fin, unas «condiciones dignas de trabajo».
«Hay miedo, hay temores, porque todo lo nuevo te genera eso, pero también hay un convencimiento de que esto no da para más, que en algún momento se va a acabar y que si hay algo nuevo, en eso ellos tienen que ser los protagonistas, porque fueron los que más hicieron por el ambiente en Luján«, asegura el funcionario municipal.
Fin de una época.
Las dudas todavía embargan a muchos trabajadores, que sienten ese vertedero como algo «propio», intrínseco de su personalidad y su biografía; pero Pablo López está decidido: su generación será la última en vivir de él.
«Yo no quiero esto para mis hijos, quiero que ellos tengan una buena educación, que terminen la escuela y que disfruten de su infancia (…). Creo que eso de la reconversión del basural para nosotros está buenísimo, porque ahí empieza el cambio a futuro. Vamos a dejar de ser excluidos de la sociedad», sostiene.
Un cambio que, en caso de concretarse, sentaría un precedente decisivo para un país, Argentina, en donde todavía hay más de cinco mil basureros a cielo abierto pendientes de cerrar.
Por: Javier Castro Bugarín.
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