Las microalgas, usadas como bioestimulantes y biofertilizantes, pueden disminuir los impactos ambientales y de salud y ser una opción más económica para los productores de cultivos como tomate, lechuga, frijol, pepino, berro y pimiento, entre otros.
Así lo establece un nuevo análisis que reúne evidencia de los últimos 20 años sobre el desarrollo de la investigación en microalgas y su uso para la agricultura en el mundo, y destaca que estas especies producen agentes antimicrobianos útiles para el control de patógenos en cultivos y son una fuente de nutrientes que aumenta la tolerancia de las plantas frente a las sequías, contaminación y exceso de salinidad en la tierra.
Las microalgas son organismos capaces de fijar CO2 y producir biomasa hasta con cuatro veces más eficiencia que las propias plantas. Se pueden obtener de cuerpos de agua dulce y salada y en los últimos años han sido utilizadas para purificar aguas residuales, prevenir contaminación acuática, en la acuicultura, en la industria farmacéutica y en la agricultura.
Sin embargo, pese a sus ventajas, la investigación de microalgas con fines agrícolas aún se limita a unas cuantas especies, admitió Brenda González, autora principal del estudio publicado en el World Journal of Microbiology and Biotechnology.
En América Latina, por ejemplo, se han desarrollado algunos estudios principalmente en México, Ecuador, Cuba y Colombia.
En Ecuador, por ejemplo, se ha demostrado que la especie Spirulina platensis es un sustrato apto para la elaboración de biofertilizantes con aplicabilidad en cultivos, sin embargo, al ser de las pocas especies investigadas en el país, su precio se eleva 25 por ciento más en la venta de mercado.
Por otro lado, en México existen alrededor de 70 especies conocidas, sin embargo, tan solo cinco han sido ampliamente estudiadas y puestas a disposición de los consumidores. Además el 90 por ciento del mercado pertenece a tan solo 7 empresas agroquímicas, se explica en el estudio.
Esto se debe a que uno de los problemas de producción es el “relativo” alto costo del crecimiento y mantenimiento de las microalgas en laboratorio y la poca inversión del gobierno en estos proyectos.
Además, según los expertos, aún falta personal especializado, como microbiólogos, ficólogos y agroquímicos, dispuestos a hacer investigación colaborativa en el campo de los biofertilizantes y bioestimulantes en las fases de cultivo, crecimiento y cosecha de las microalgas.
Si bien no se necesitan laboratorios especiales, sí se necesita material específico, por ejemplo tener la cepa a cultivar. “Se necesita personas que estén capacitadas y que tengan la experiencia del cultivo, de la fase de crecimiento y cosecha de las microalgas”, refiere González.
Debido a esto, solo las empresas con gran capital han podido invertir en la venta y desarrollo de los productos obtenidos, apuntó la bióloga de la Universidad Tecnológica de la Zona Metropolitana del Valle de México.
Por otro lado, el biólogo Aaron Gayosso, coautor del estudio, mencionó que es urgente que los gobiernos valoren la relación costo beneficio que implica la inversión en el estudio de las microalgas.
“Tal vez en un principio la producción sea cara, pero a la larga, el ahorro en pesticidas y problemas ocasionados por las enfermedades que estos provocan traerá muchos más beneficios para la economía mundial y la salud pública”, dijo.
Pilar Sánchez Saavedra, investigadora del departamento de acuicultura del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CISESE), en México, remarcó que en gran parte de los países de América Latina y el Caribe no existe una regulación del uso de microalgas para ser implementadas en la agricultura.
Esto es problemático, detalló Sánchez, debido a que parte de los objetivos de la FAO para 2030 es acabar con el hambre y asegurar el acceso de todas las personas a una alimentación sana, nutritiva y suficiente de manera permanente, para lo cual el uso de estas especies podría ser sumamente útil.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que para 2050 la demanda de alimentos tendrá que satisfacer a más de 9.000 millones de habitantes.
Según datos de la misma organización, actualmente una tercera parte de la tierra agrícola en el mundo está degradada y el 75 por ciento de la diversidad genética de los cultivos se ha perdido.
Las principales causantes de esta problemática son la explotación desmedida de las tierras, el cambio abrupto de uso de suelo y el uso masivo de plaguicidas y estimulantes químicos tóxicos, lo cuáles tienen también serias repercusiones para la salud pública.
Las microalgas podrían ser la respuesta a algunos de esos problemas, coinciden diversos expertos. Pero para ello se requiere implementar nuevas tecnologías e invertir en investigación y desarrollo que permitan conocer los usos que las microalgas pueden tener para la agricultura en la región, señaló Sánchez.
Enlace al resumen del artículo en World Journal of Microbiology and Biotechnology
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