Jalisco, México.

La escritora portuguesa, Lídia Jorge, galardonada con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2020 dirigió un mensaje virtual durante la premiación dentro de la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Agradeció la distinción y compartió la historia de Homero si hubiera sido mujer, se llamaría María Encarnación, alguien a quien conoció hace muchos años.

Antes de la intervención de Lídia Jorge,  Anna Caballé, secretaria y portavoz del jurado del Premio FIL en Lenguas Romances 2020 leyó el acta del jurado, en el que destacó las características y elementos por los que fue elegida la obra de la escritora portuguesa para el premio:

“El jurado decidió concederle por mayoría el galardón a Lídia Jorge, por la altura literaria con la que su obra novelística retrata el modo en que los seres individuales se enfrentan a los grandes acontecimientos de la historia”.

Caballé comentó, que Lídia es una de las principales autoras y autores en lengua portuguesa por una obra no solo novelística, sino también poética, ensayística y teatral, además de contar con una notable proyección internacional, por lo que consiguió el respeto unánime de la crítica:

“Su manera de fundir la historia de Portugal con la personalidad de los personajes que la viven, alcanzan una cima difícilmente superable, su novela más reciente “Estuario”, publicada en 2018 y concedida al hilo de la crisis económica de 2008, trata de la ruina de una familia lisboeta adinerada y de nuevo sus personajes deben enfrentarse a lo que les ocurre”.

De acuerdo con Caballé, esta novela refleja sutilmente la permanente inquietud de Lídia Jorge por el estado del mundo y la extrema vulnerabilidad de la vida humana. Razones fundamentadas para la decisión del jurado de conceder el Premio FIL Literatura en Lenguas Romances 2020 a la escritora portuguesa.

La historia de Homero en mujer

Cuando en Europa se aproxima el final del verano, la dirección de la FIL, acostumbra a anunciar en cuál de las ocho lenguas romances encontró un imaginario literario digno de ser premiado. Este año por cuarta ocasión en 30 años, se eligió a una lengua portuguesa y en el destinatario de esta carta estaba escrito mi nombre. Gracias”, expresó Lídia Jorge al inicio de su mensaje.

Después,  la autora compartió la historia de María Encarnación, para ella se trataba de Homero en mujer, a quien conoció en la tierra donde nació:

“Era una anciana muy pequeña, vestía ropa oscura, tenía su escaso cabello de color plateado. Sus párpados estaban enrojecidos y uno de sus ojos vacío, sin globo ocular. Estaba siempre sentada, inmóvil, solo sus manos se movían para tejer cordelitos de palma, a primera vista parecía un despojo de persona, pero los niños sabían que no era así”.

Los niños se sentaban en el suelo para oír lo que aquella mujer analfabeta tenía para contar, sólo que ella contaba, cantando. Cantaba con una voz débil, con un vibrato muy fino y prolongado, a pesar de nunca haber tenido un libro, ella cantaba romances antiquísimos aprendidos de memoria en su infancia.

“Cuando falleció, vi su cabeza pequeñita desaparecer bajo las tablas, pero a la luz de las candelas de aceite. Creo haber tenido por primera vez la idea de que algo del ser humano podía triunfar sobre la muerte. después de tanto tiempo, hoy sé que ella fue el último eslabón de una cadena que perduró por siglos y que ahora está fracturada para siempre y tengo la certeza de que esa experiencia me enseñó lo esencial sobre la capacidad de transfiguración que caracteriza a la especie humana”, narró Lídia.

Para Lídia, aquella mujer unos años después merecía haber leído un libro que iniciase así: “Vine a Comala, porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Merecía haber acompañado a los personajes y deambular con ellos en aquel pueblo fantasma y sentir respeto por ese libro, porque también en su tierra la porosidad entre la vida de los vivos y los muertos es total”, describió.

Porque igual que en Comala María Encarnación conocía la prepotencia feroz y la insultante división de clases. Sabía cómo las mujeres eran obligadas a permanecer mudas e impotentes, similares a sombras.

“Muchas veces escuchó aunque no exactamente iguales, las pisadas de don Pedro Páramo, aquel que se desmoronó en la tierra como un montón de piedras, para luego volver a sentir el rencor que le producía la obligación de respetarlo. Qué narrativa perfecta. Ella hubiera sido feliz por haberla encontrado al inicio de su vida adulta y leer ese libro perfecto”, detalló la autora.

En la poesía María Encarnación encontró la forma de engañar al destino. El destino la quería muy vieja, ciega, coja señaló Lídia. Y ¿no es acaso la literatura la prueba de que uno mismo se puede convertir en otros a través del lenguaje? Y esa fuerza de alteridad ¿no es acaso tanto el motor de la belleza como la base de la compasión?

“Por eso, ella Homero involuntario, como adulta del siglo XXI sería la figura ideal para decir a quienes tienen el poder de tomar decisiones, que las artes de la palabra serán el salvoconducto hacia la armonía en la civilización del futuro”, señaló la autora.

La materia prima del arte es el lenguaje, dijo Lídia. Y las literaturas que se generan en cada una de ellas son sistemas mixtos por naturaleza y abarcan la vida vivida y la vida soñada de cada persona.

“Son lugares de salvación, por eso ella si viviera en estos días, se sentiría feliz al saber que progresivamente viviríamos rodeados de aparatos cada vez más perfectos. Estaría convencida de la necesidad de prepararnos para convivir con la parte de ese nuevo mundo que también augura deterioro”.

También detalló, que, si el Homero femenino hubiera nacido a mediados del siglo XX, sería natural que advirtiera que gracias al poder de los aparatos todos estaríamos conectados y eso sería bueno.

Compartió, que María Encarnación tal vez diría a los jóvenes que no se engañaran, que se alejaran de todos aquellos que les prometen felicidad a cambio de soledad, o en otras palabras, que se alejaran de todos aquellos que les prometían artefactos en lugar de compañía.

“Aunque no había leído ningún libro, comprendería en qué medida esa escultura de papel que habla sin sonido, es un objeto perfecto. Y esas serían las palabras que también yo misma hubiera querido pronunciar en persona, cerca de las interminables filas de jóvenes que visitan como en ningún otro lugar de la tierra la FIL”, concluyó Lídia Jorge.

Por: Mayra Vargas/NCC Iberoamérica.