De acuerdo con un estudio reciente de Andra J. Garner, investigadora de la Universidad de Rowan, en Estados Unidos, publicado en Scientific Reports, la posibilidad de que una tormenta tropical débil se convierta en un huracán de alta intensidad en poco tiempo (12 horas) es tres veces más probable que suceda ahora que antes de 2000.

“Ya estamos asistiendo a un aumento general de la velocidad a la que se intensifican los huracanes atlánticos, lo que significa que probablemente ya vemos un aumento del riesgo de peligros para nuestras comunidades costeras”, dijo Garner a SciDev.Net, luego de analizar datos desde 1970 a 2020.

Pero los huracanes no solo afectan a las personas y las estructuras. También dañan bosques, playas y arrecifes de coral, merman la cantidad y diversidad de especies que dependen de estos hábitats, y afectan la calidad del suelo y el agua en la zona donde impactan.

Para Naxhelli Ruíz Rivera, coordinadora del Seminario Universitario de Riesgos Socioambientales del Instituto de Geografía, de la Universidad Nacional Autónoma de México, es urgente considerar los ecosistemas costeros porque si se pierden, también cambia la integridad de la costa cuando ocurren huracanes.

Los ecosistemas naturales costeros son fundamentales para reducir los eventos extremos como los huracanes. En primer lugar, porque muchos de ellos, como las turberas costeras, son grandes captadores de CO2 y pueden ayudar a reducir las emisiones de cambio climático”, dijo a SciDev.Net Luis Zambrano, investigador del Instituto de Biología, de la UNAM.

Asimismo, ecosistemas, como los manglares, reducen los efectos de huracanes. “Cuando el huracán pasa por encima de un manglar los efectos de olas y vientos se reducen”, dijo Zambrano.

La preocupación sobre la pérdida de ecosistemas costeros está en aumentó especialmente por la posibilidad de que los huracanes se vuelvan más intensos en menos tiempo.

Según el trabajo de Garner, estos fenómenos serán más desafiantes en el suroeste del Mar Caribe, pues “tienen el potencial de crear impactos devastadores en muchas naciones centroamericanas relativamente pobres”.

Así pasó en la costa de Nicaragua, en 2020, cuando los huracanes Eta y Iota se intensificaron en cuestión de horas.

También en el Pacífico ocurre algo similar. A fin de octubre, la débil tormenta Otis que llegó al estado de Guerrero, en México, pasó a ser un huracán de categoría 5 en unas horas, convirtiéndose así en el más fuerte en la historia de ese estado. Hasta ahora dejó 48 muertos, 26 desaparecidos y miles de pérdidas de infraestructura, según el informe más reciente del gobierno mexicano.

Varios investigadores consideran que para prevenir este tipo de daños no sólo hay que poner la lupa en las personas y las ciudades, sino en los ecosistemas costeros.

En un artículo de marzo de 2023, investigadores de Estados Unidos y Dominica describen cómo los huracanes pueden ser devastadores para la cobertura forestal pues “eliminan partes importantes de las copas de los árboles y rompen los tallos. El aumento de las precipitaciones, combinado con los fuertes vientos, hace que los árboles se desarraiguen, y que los bosques en laderas pronunciadas sean cada vez más propensos a los deslizamientos de tierra”.

Aunque está claro que los huracanes pueden afectar de muchas formas a los hábitats y sus servicios ecosistémicos, algunos especialistas señalan que también pueden ser oportunidades para cambiar el entorno y reducir riesgos.

“Todas las ciudades del mundo, costeras o no, necesitan considerar sus condiciones geofísicas, geológicas, hidrológicas, meteorológicas y ambientales, porque esta configuración lleva a ciertas vulnerabilidades físicas “intrínsecas (…) Entonces, si queremos recuperarnos ante el desastre, el primer paso es pensar cómo integrar este tipo de visión en la planeación de la ciudad y en las estrategias de reconstrucción e intervención en las comunidades, para que los beneficios de los espacios verdes y la infraestructura verde y azul hagan que se reduzcan las vulnerabilidades físicas y sociales”, dice Ruíz Rivera.

En el caso de Otis, en México, devastó la costa de Guerrero debido a que fue “construido en las cañadas que son pieza fundamental para desaguar el agua excedente del huracán, en los deltas que son parte de la interacción agua-tierra y en las playas que son pieza importante en la reducción de los efectos del huracán y la pérdida de arena”, dijo Zambrano.

Por eso, “ahora se tiene la gran oportunidad de reconstruir una ciudad dejando que los ecosistemas fluyan con el mar, y por lo tanto, que sean más resilientes y hagan más resiliente a la ciudad frente a otro evento extremo. (…) debe de generar corredores en las cañadas, zonas de manglar cerca del mar y en los deltas y recuperar dunas y pastos costeros. Eso haría que se pierda espacio para hoteles y campos de golf, pero el próximo evento extremo no devastaría todo”, concluyó.

Por: Aleida Rueda en SciDev.Net América Latina y el Caribe.