México.

A principios del siglo XX, un médico francés reportó que seis pacientes fallecidos por hipertensión e infarto ingerían mucha sal en sus alimentos, a partir de entonces se generalizó la idea de que al disminuir la ingesta de cloruro de sodio o sal de mesa, se reducía el riesgo de hipertensión.

Años después, una revisión de estudios realizados en diversos países reveló que el único dato experimental que sostenía una relación entre la ingesta de sal y la hipertensión, fue un experimento en ratas a las que se les provocó este padecimiento elevando su consumo de sodio. Sin embargo, ese aumento de sodio equivaldría a una ingesta humana de medio kilo de sal al día, por lo que le restó validez al estudio.

Asimismo, una investigación reciente en 6 mil 500 individuos sin hipertensión, tampoco indicó una reducción significativa en la presión arterial al restringirles el consumo de sal durante un tiempo prolongado.

A ello se suma que un estudio epidemiológico realizado durante más de 14 años, entre 12 mil adultos, ha sugerido que no fue propiamente el consumo excesivo de sal el culpable del incremento de enfermedades cardiovasculares, incluida la hipertensión, sino que tales padecimientos aumentan cuando ese hábito se asocia con un bajo consumo de potasio.

Aunque se encontró cierta relación entre el consumo de sodio y un incremento de la mortalidad, también se descubrió que quienes consumían suficiente potasio, presente en alimentos como los plátanos, tuvieron menor riesgo de fallecer por problemas cardiovasculares.

En resumen, la mayoría de los individuos del estudio consumía más sal, pero también menos potasio del recomendado, por lo que se deduce que es el equilibrio de ambos minerales lo que ofrece mejor salud y mayores perspectivas de supervivencia.

Por: DGDC.