Colombia.
Conocido como el pintor y escultor colombiano de las figuras voluptuosas, Fernando Botero defendió a lo largo de su excepcional carrera el arte de la generosidad con sus obras, al tiempo que revolucionó el acceso a la cultura.
Nacido el 19 de abril de 1932 en Medellín, la segunda ciudad de Colombia, Botero, se inició en el arte tempranamente y en contra de la opinión de su familia. A los 15 años vendía dibujos sobre temas de tauromaquia a las puertas de la plaza de toros La Macarena.
“La universalidad de un artista es poder hablarle a públicos tan opuestos como por ejemplo el público latino, el público de Corea y de Singapur, etcétera”, relató Botero.
Su primera exposición en Bogotá fue en la década de 1950, tras lo cual partió a Europa, pasando por España, Francia e Italia, donde descubrió el arte clásico.
En su obra también influyó el arte mural de México, donde se instaló posteriormente, pero fue en los años 70 cuando su carrera despegó tras conocer al director del Museo Alemán de Nueva York, Dietrich Malouf, con quien organizó exitosas exposiciones.
Enamorado del ‘Renacimiento italiano’, se proclamaba ante todo defensor del volumen en el arte moderno.
Su escultura, también marcada por el gigantismo, ocupó un espacio muy importante en su carrera y muchas engalanan parques y plazas, ya que el artista reivindicó las exposiciones al aire libre como un acercamiento revolucionario del arte con su público.
Botero fue también un importante mecenas con donaciones estimadas en más de 200 millones de dólares. El artista regaló a los museos de Medellín y Bogotá muchas de sus obras que en 2012 fueron declaradas Bienes de Interés Cultural por el entonces presidente Juan Manuel Santos.
Afincado gran parte de su vida en Pietrasanta en la Toscana italiana, en los últimos años el artista vivía entre Mónaco y Nueva York y volvía cada enero a su hacienda en las afueras de Medellín. “Y me da lástima irme de este mundo y no poder trabajar más porque tengo un gran placer trabajando”, contó Botero.
En sus últimos años, en una carrera febril, trabajaba diez horas diarias, aterrado, según decía, por la sola idea de dejar los pinceles.
Su legado incluye más de 3.000 pinturas y 300 esculturas.
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