México.
Para las civilizaciones antiguas era claro que entre lo que se come y la salud había una relación estrecha. Sin embargo, nada se sabía sobre lo que sucedía con los alimentos después de haber comido. Experimentos que hoy nos parecen rudimentarios habían determinado que lo que se come y se bebe pesa más que lo que se excreta. Su hipótesis era que el resto se perdía en la transpiración.
En 1780, Antonio Lavoisier propuso que igual que una máquina tiene que quemar carbón para trabajar, la energía que el organismo requiere para funcionar proviene de la combustión de los alimentos. Para demostrarlo, hizo el siguiente experimento: colocó a un conejillo de Indias en una caja de hielo que mantenía a 0 grados centígrados.
El calor desprendido por el metabolismo del cuerpo del animal derritió el hielo y él midió con exactitud la cantidad de agua derretida. Repitió el experimento con una vela encendida colocada dentro de una caja similar y de esta manera, comparó la cantidad de calor desprendida por el cuerpo del animal con el emitido por la vela encendida durante cierto tiempo.
De esta manera obtuvo un valor relativo del calor que se libera en la combustión de los alimentos. Lavoisier también comprobó que durante esta combustión se desprendía dióxido de carbono en la respiración, de la misma manera que se desprende este gas al quemar un combustible, ya sea carbón o vela.
A Lavoisier se le considera el padre de la química por haber enunciado la ley de la transformación de la materia. Una de sus principales aportaciones a la ciencia es haber introducido en el laboratorio aparatos de medición.
Esto transformó a la alquimia en una ciencia que hoy se llama la química.
Por: Dirección General de la Divulgación de la Ciencia UNAM.
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