Oslo, Noruega.

Cuando instaló una bomba de calor en su casa en las alturas de Oslo, Øyvind Solstad mató tres pájaros de un tiro, cumpliendo con su conciencia ecológica, su comodidad y su billetera.

«A lo largo de mis investigaciones sobre la cuestión, leí que una bomba de calor podía producir una cantidad de calor equivalente a tres o cuatro veces la cantidad de calor inyectada», explica este hombre en la cincuentena, asesor en comunicación en una empresa ferroviaria.

«Eso encendió una bombilla en mi cerebro. Me dije que eso tenía que ser una solución inteligente», afirma.

Centenares de miles de noruegos, entre ellos el príncipe heredero Haakon, tuvieron la misma intuición.

Junto a sus vecinos nórdicos Finlandia y Suecia, Noruega se sitúa entre los países mejor equipados con bombas de calor.

La Agencia Internacional de la Energía sitúa estos aparatos al mismo nivel que los vehículos eléctricos como solución al cambio climático, dado que la calefacción genera actualmente unas 4.000 toneladas de CO2, alrededor del 8% de las emisiones mundiales.

El hecho de que estas naciones nórdicas, con inviernos duros, se sitúen a la vanguardia desmorona la idea de que esta tecnología no es eficaz ante el frío más riguroso, algo que había alimentado la resistencia a instalar bombas de calor en el continente europeo.

«Existen mucho mitos erróneos respecto a las bombas de calor: algunos países productores de petróleo y de gas como Rusia, algunas personas, algunos sectores y algunas empresas no quieren esta transición», apunta la investigadora Caroline Haglund Stignor, del instituto de investigación sueco RISE.

«Sí, las bombas de calor funcionan en los climas fríos. Sí, funcionan en los edificios antiguos», rebate.

Ausentes en los rudimentarios modelos de primera generación, las bombas de calor actuales cuentan con sistemas de deshielo y compresores de velocidad variable que permiten a estos aparatos (que extraen las calorías del exterior para reinyectarlas en el interior) ser eficaces en un amplio abanico de temperaturas.

Incluso si su eficacia decae cuando hace frío, la ecuación sigue siendo positiva, aseguran los expertos.

«Es una tecnología madura que funciona y caliente millones de hogares cada año, pero que está en perpetuo desarrollo para ser todavía mejor», afirma Caroline Haglund Stignor.

Según un estudio del grupo independiente Regulatory Assistance Project, bombas de calor aerotérmicas (que usan el calor contenido en el aire) especialmente adaptadas a los climas fríos pueden ser hasta dos veces más eficaces que una calefacción a temperaturas exteriores de -30 ºC.

Pero la preferencia por las calderas de gasóleo o gas es tenaz.

En Francia, los detractores de las bombas de calor aseguran que provoca un aumento del consumo eléctrico y que no está adaptada a los hogares que son «coladeros térmicos».

En Alemania, los partidos de la coalición de gobierno se enfrentaron este año por el calendario de prohibición de los sistemas de calefacción con combustibles fósiles, que recién tendrá lugar en 2045.

Mientras tanto, el Estado subvenciona las bombas de calor, presentes en 2022 solo en un 3% de los hogares, aunque ahora empiezan a repuntar.

Fuente de ahorro

A la inversa de muchos países europeos, Noruega se encuentra casi desprovista de calefacción urbana y prohibió las calderas a gasóleo en enero de 2020.

Para el invierno, el país nórdico se apoya sobre todo en su electricidad, abundante y limpia ya que manera casi integral es de origen hidráulico.

Con una producción de entre 3 a 5 kWh de energía térmica por cada kWh de electricidad consumido, las bombas de calor son un vector de eficacia energética, un eje clave en la lucha contra el cambio climático, pero también una fuente de ahorro.

Øyvind Solstad cambió su radiador eléctrico por su bomba de calor aire-aire hace dos años y desde entonces vio cómo sus facturas eléctricas disminuían.

«Los cuatro primeros meses nuestro consumo bajó 20% con respecto al año anterior, y eso que compramos un auto eléctrico entre tanto», afirma.

Incluso si la inversión al inicio es importante (unos 2.650 dólares con la instalación), Solstad piensa que podrá amortizarla «en unos años solamente».

Además, en verano, su bomba de calor también le sirve como aire acondicionado.

Cuando los precios de la electricidad aumentaron el año pasado en plena crisis energética vinculada con la guerra en Ucrania, las ventas de bombas de calor alcanzaron un nivel récord en Noruega con un salto de 25%.

En el primer semestre de este año, continuaron con la misma tendencia.

«Los noruegos asimilaron el hecho de que en los próximos años habrá que acostumbrarse a precios de la electricidad más elevados que antes», dice Rolf Iver Mytting Hagemoen, presidente de la Asociación Noruega para las Bombas de Calor (NOVAP).

«La eficiencia energética es una cuestión de cada vez más actualidad», concluye.