Moanda, Gabón.
En el vientre de la mina a cielo abierto de Moanda, en Gabón, los brazos de hierro de las excavadoras se hunden en la montaña verde y cargan los camiones. En este rincón de África, no hay necesidad de excavar mucho para extraer de la tierra el precioso manganeso.
«Tenemos suerte en Moanda, a unos 5 ó 6 metros bajo la superficie encontramos» el mineral, explica Olivier Kassibi, responsable de la explotación de la cantera, un paisaje de colores volcánicos del que salen cada día 36 toneladas de manganeso.
Este mineral, usado actualmente para aleaciones como el acero, forma parte, con el litio, el cobalto y el níquel, de los metales llamados a asumir un papel central en la transición energética.
Para África, que acoge por primera vez la conferencia internacional sobre el clima (COP27) en noviembre, estos metales representan un maná en ciernes.
Moanda y sus alrededores albergan supuestamente el 25% de las reservas mundiales de manganeso, calcula la Compañía minera del Ogooué (Comilog), filial del grupo francés Eramet, que explota el yacimiento.
Pero la esperanza para África convive con el miedo a una maldición similar a la asociada con la explotación petrolera en los países ricos en oro negro: la de una riqueza que escapa a la población local, empobreciéndola incluso más, devastando el medioambiente y dando alas a la corrupción.
«Hay muy pocas razones para creer que este negocio vaya a beneficiar a las poblaciones africanas, especialmente por los problemas de gobernanza» en el continente, afirma el execonomista jefe del Banco Africano de Desarrollo Rabah Arezki.
Compromiso social
La industria necesita montañas de esos minerales, actualmente presentes en las baterías de automóviles, en los sistemas eólicos y paneles fotovoltaicos, para prescindir del petróleo y las energías fósiles.
Y la carrera de las grandes potencias por aprovisionarse de estas materias ya ha empezado: la demanda y los precios suben cada día.
África es uno de los escenarios de esta gran competición y su potencial es «inmenso», asegura Arezki.
Los anuncios de nuevos descubrimientos se suceden a ritmo sostenido en distintos países.
Las compañías mineras prometen crear empleo, dar formación y contribuir a las economías locales con salarios, impuestos o regalías.
«Hay que tener una política social lo más comprometida posible para compartir esta riqueza», afirma Léod Paul Batolo, director general de Comilog, la empresa que opera la mina de Moanda desde 1960.
Comilog presume de rehabilitar y repoblar las áreas de extracción una vez finalizada la explotación, así como de respetar las áreas que albergan pangolines, panteras o mandriles.
Sin embargo, de Guinea a República Centroafricana pasando por República Democrática del Congo (RDC), innumerables estudios han demostrado que las actividades de extracción y explotación de minerales o petróleo, dejan tras de sí daños colaterales como el desvío de riquezas, la deforestación, la contaminación de suelos y aguas, la destrucción de los recursos y la violación de los derechos humanos de las poblaciones locales.
Mejorar la trazabilidad
«Si la actividad se limita a la prospección y extracción de metales, África no obtendrá ningún beneficio de la transición energética de Europa. Debe invertir en la cadena de valor«, dice Gilles Lepesant, geógrafo e investigador del Centro Nacional francés de Investigación Científica (CNRS).
En RDC, primer productor mundial de cobalto y cuyo subsuelo contendría la mitad de las reservas mundiales, «la riqueza en metales es al mismo tiempo una suerte y una maldición«, afirma.
El trabajo infantil en las minas ha sido denunciado con frecuencia, pero impedir a los niños trabajar cuando la subsistencia de sus familias depende de ellos es complejo.
El impacto medioambiental también es importante, ya que para aislar el mineral, la industria emplea peligrosos químicos muy contaminantes que no desaparecen tras la extracción.
Y las leyes de ciertos países productores son insuficientes para proteger su medioambiente.
Lepesant recuerda que los países ricos podrían regular la trazabilidad de estas materias.
«En gran parte de los casos, el metal extraído es exportado para ser refinado en otros países, como China, y después se mezcla con otros metales. Así que es difícil saber si el cobalto que tienes en tu línea de producción viene de una u otra mina en República Democrática del Congo», lamenta.
Queda en manos de los países africanos encontrar el «delicado equilibrio» entre ser atractivos para los inversores y cumplir con estándares que solo vinculan a quienes los adoptan, dice el analista Hugo Brennan, de la firma británica Verisk Maplecroft.
Por: Laura Diab, con Amaury Hauchard en Niamey.
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