Melles, Francia.
En los Pirineos, expertos en plantígrados recorren sus escarpados bosques para confirmar la presencia de 70 osos pardos que viven en libertad en estas montañas entre Francia y España, donde un día casi desaparecieron.
«Vemos claramente las marcas de sus garras», dice Pierre-Luigi Lemaitre, coordinador de la red de seguimiento de osos pirenaicos, mientras señala feliz el tronco de un árbol donde uno marcó su territorio, a 1.200 metros de altitud.
La corteza ha sido recubierta con alquitrán de madera de haya «para invitar al oso a frotarse contra ella y dejar pelos que podremos analizar», explica el agente de la Oficina Francesa de Biodiversidad (OFB).
Para no alterar la huella genética, se pone unos guantes, saca un sobre y una pinza que esteriliza con la llama de un mechero y retira con cuidado la muestra de la «trampa a pelos», que consiste en trozos de alambre clavados en el tronco.
También examina una «cámara trampa» instalada a pocos metros del árbol para captar automáticamente imágenes de los animales que atrae. Los resultados son interesantes: se plasmó el paso de un oso.
Un perro ayuda a los expertos a encontrar otras pistas, como excrementos. Su contribución permite desde 2015 recabar cinco veces más índices.
Identificar cada oso
Todos estos elementos, a los que se suman los transmitidos por 450 observadores de Réseau Ours brun (Red Oso Pardo), permiten el seguimiento «más preciso del mundo», apunta Julien Steinmetz, coordinador de la gestión del oso en la OFB.
Como se conocen los perfiles genéticos de la mayoría de los individuos, es posible seguir sus movimientos y algunos de sus comportamientos que pueden interesar a los investigadores.
Los expertos intercambian estas informaciones con sus homólogos españoles, ya que los osos recorren una superficie de varios miles de kilómetros cuadrados entre el sur de Francia y el norte de España, así como en Andorra.
Durante su salida de cuatro horas en los bosques escarpados de hayas, robles y coníferas de la localidad francesa de Melles, fronteriza con España, los agentes de la OFB examinan también la vegetación que sirve de alimentación al oso.
«Comen los hayucos en otoño«, cuando se preparan para la hibernación, asegura Steinmetz, con uno de esos frutos del haya en la mano.
Aunque el objetivo es no ver el animal de cerca, los dos hombres intentan a menudo contemplarlos de lejos gracias a sus prismáticos.
«No queremos que el oso nos detecte. Es una forma más respetuosa e interesante de ver la fauna salvaje. Podemos ver a los osos alimentándose y desplazándose» normalmente, sin intervención humana», agrega Lemaitre.
Este enfoque coincide con el instinto de este imponente mamífero, que puede medir hasta 2,10 metros y pesar 250 kilos, pero que «teme a los humanos y hará todo por evitarlos».
Realidad y fantasía
La OFB acoge con prudencia las numerosas alertas sobre su presencia. «Hay que distinguir entre lo que es real y la imaginación. Por ejemplo, cuando campistas escuchan un gruñido y piensan que es un oso, pero en realidad es un jabalí o un zorro», explica.
Otrora presente en toda Francia, el oso pardo vio cómo su población disminuyó a lo largo de los siglos por la persecución y la destrucción de su hábitat, hasta el punto que casi desaparece.
En 1995, solo quedaban cinco ejemplares en los Pirineos. Francia lanzó entonces un programa para introducir osos procedentes de Eslovenia. Desde entonces, llegaron 11 individuos.
Con un récord de camadas en 2020, la población progresó aún más: 70 osos pardos se detectaron el año pasado (+9%).
Sin embargo, esta presencia, defendida por el Estado y las asociaciones de protección de la biodiversidad, no es del gusto de todos.
Ganaderos, cazadores y responsables políticos locales protestan regularmente, alegando daños a los rebaños.
En 2021, según la OFB, el oso mató o hirió a 570 animales, principalmente ovejas, menos que el año anterior (636).
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