México.

Algunas veces resulta difícil definir a qué se debe el atractivo que ejerce sobre la gente, algunas pinturas realizadas por los grandes maestros. Los estudiantes de arte las observan con meticulosidad con el fin de aprender sus secretos. Un ejemplo de esto es la Mona Lisa de Da Vinci, en donde una de las cualidades de esta obra es la tersura y el sombreado de la piel, en donde no es posible, como en la mayoría de las pinturas, observar los trazos del pincel.

Un estudio realizado por los científicos del Museo de Luf, que emplearon una técnica no invasiva de fluorescencia de rayos X, ha permitido conocer el secreto. Leonardo solía aplicar en primer lugar una capa de pintura blanca a base de plomo, sobre la cual colocaba el color piel.

El siguiente paso consistía en crear el sombreado con pigmentos inorgánicos a base de óxidos de manganeso, fierro y calcio y sobre estos un brillo translúcido que preparaba con resinas y aceite de linaza.

La preparación de cada una de estas capas requería ser ajustada para que la pintura pudiera fluir entre el pincel y el lienzo sin dejar rastro del trazo del pincel. El estudio mostró que son más de 30 pinceladas finísimas de solo unos micrómetros de grosor las que logran el efecto.

Las pinturas de Rembrandt se han caracterizado por un aspecto ahumado en las oscuras sombras que se aprecian en la mayoría de sus cuadros. Los expertos en arte lo llaman sfumato. Los análisis de espectrometría de masa revelan hoy que esto es debido a una capa de almidón que aplicaba sobre el bosquejo antes de poner la pintura.

Por: Dirección General de Divulgación de la Ciencia UNAM.