Calcuta, India.

La campana del tranvía de Calcuta, cuyos chirridos retumban desde hace siglo y medio por las calles de esta ciudad del noreste de India, podría dejar de sonar pronto, un final que, aunque todavía no anunciado, ya apena al joven Deep Das.

«Cuando lo pienso, me invade la tristeza», comenta Deep Das. Este estudiante de 18 años lo dice sin rodeos: siempre ha preferido los destartalados tranvías a la comodidad de un taxi o de un autobús. Aunque esto suponga tener que renunciar al aire acondicionado.

«Algunos días hay muchos más autobuses o autos. Pero yo siempre he esperado al tranvía, a veces más de dos horas», explica orgulloso.

«Quizá este sea el último tranvía que tome», agrega, sentado en uno de los bancos de madera del convoy. «La verdad, no sé qué voy a hacer cuando ya no haya…».

El primer tranvía circuló por los tortuosos raíles de Calcuta en 1873, cuando corrían los primeros años del «Raj», el Imperio Británico de las Indias (1858-1947).

Al principio, sus vagones estaban tirados por caballos, hasta que llegó la máquina de vapor y, más tarde, en 1900, el motor eléctrico.

Actualmente, sus vagones azules, blancos y amarillos siguen cubriendo su trayecto a 20 km/h, en medio del caos de autos, taxis, camiones, autobuses, tuk-tuks e incluso ganado.

Pero, ¿por cuánto tiempo? Las autoridades locales aseguran que al tranvía de Calcuta aún no le llegó la hora de jubilarse, pero muchos usuarios creen que, en vista de la falta de mantenimiento y de que cada vez circula con menor frecuencia, sus días podrían estar contados.

La compañía de transporte de Bengala Occidental, que lo opera, asegura que el tranvía sigue siendo, de lejos, el medio de transporte más barato del mercado. Actualmente, el billete se vende a 7 rupias (unos 8 céntimos de euro, 8 centavos de dólar).

Además, afirma la empresa, sus vagones pueden transportar a cinco veces más pasajeros que un autobús. Y a esto se añade la ventaja de que no contamina.

 

Perder su «esplendor»

Sin embargo, los defensores del tranvía señalan que solo quedan dos líneas operativas, y que estas funcionan de forma muy irregular. Además, el tranvía a menudo tiene que ceder prioridad a otros vehículos, y eso, cuando su circulación no se ve interrumpida por quienes aprovechan para tender su colada en las líneas eléctricas.

Pero lo que en realidad está socavando el servicio, afirman sus defensores, es la falta de mantenimiento. En el depósito de la compañía hay decenas de vagones oxidados, abandonados.

Su lentitud e incomodidad hace que muchos eviten utilizarlo, mientras que otros se suben solamente por hacer algo especial.

«Cuando de verdad tengo ganas […] me subo a bordo. Revivo un poco mi infancia», explica, con un deje de nostalgia, Ram Singh, un profesor de 54 años. «Las ciudades tienen que desarrollarse pero su historia también debería preservarse».

Un puñado de usuarios están decididos a evitar la muerte anunciada de «su» tranvía.

«Haré cuanto sea posible», asevera Deep Das. «Quiero más a mi tranvía que a mí mismo», añade el estudiante, que, junto con una asociación de usuarios, intenta movilizar a la población con reuniones informativas y carteles.

A la cabeza de este frente de rechazo se encuentra Debashish Bhattacharyya, un bioquímico que hace campaña sobre las ventajas económicas y ecológicas del tranvía.

«Las inversiones necesarias son muy bajas», argumenta. «La esperanza de vida de un tranvía es de 50 a 80 años, y el coste de su explotación es realmente mínimo«.

«Calcuta es la única ciudad de India que todavía tiene tranvía», insiste Bhattacharyya. «Si desaparece, no solo se perderá el esplendor de la ciudad, sino el de toda India».