Guadalajara, Jalisco.
«Manos negras… manos que resisten… puntada a puntada, entre risas y lágrimas, sanan sus heridas, mientras tejen el futuro y el de sus familias”, se presentan ellas mismas, bien elegidas cada una de las palabras.
Ellas son mujeres que fueron desplazadas de su tierra de origen, que llegaron a la región colombiana del Chocó, y que hoy encaran su futuro juntas.
Lo hacen dándole forma a las «muñecas negras”, producciones artesanales que se han convertido en su modo de vida, y también en su camino de lucha y resistencia pacífica.
«Hacer estas muñecas me ayuda a sobrevivir”, cuenta Edelmira Robledo. «Ellas son nuestra vida y nuestra historia”, asegura esta mujer de 49 años, que llegó a la capital del Departamento, Quibdó, con poco más que lo puesto, desde su Riosucio natal, y que hoy apenas podría imaginar su vida sin esta tarea.
«Sentarme a elaborar una muñeca me llena de tranquilidad, paciencia y felicidad”, comparte, por su parte, Gloria Álvarez Vargas, llegada desde Carmen de Atrato, también desplazada por la violencia en la región.
«Compartir un día entero con mis compañeras, me ayuda a olvidarme de la violencia, los problemas y las tristezas”, agrega en diálogo, entre puntada y puntada.
Cómo empezó todo
Hace más de 20 años comenzaron a llegar mujeres y jóvenes desplazadas desde múltiples rincones del campo chocoano y antioqueño, que huían de los grupos armados.
Con sus pérdidas y traumas a cuestas, con sus hijos e hijas a cargo, y con poco en la maleta.
Fueron a parar al Coliseo de la ciudad, que hizo las veces de casa-refugio, y allí las conoció la iniciadora de la actividad, Ursula Holzapfel, una psicóloga y asistente pastoral nacida en Alemania.
«Mi principal preocupación era encontrar un método para estas mujeres, entre ellas muchas viudas con sus hijos, para curar gradualmente sus heridas emocionales y, al mismo tiempo, resolver los problemas cotidianos más urgentes y dar una nueva ocupación a sus manos, que sólo habían conocido el trabajo tradicional de la tierra”, cuenta la profesional.
El árbol de la vida
El objetivo fue alcanzado con creces. El grupo conformado, que hoy es «Artesanías Choibá” y cuya nave insignia son las muñecas negras, es el sustento principal de estas mujeres. Y no solo eso: «El valor más grande del grupo es que les permite llevar juntas su memoria y poder vivir con sus traumas”, consigna el alma mater de la iniciativa.
Varias decenas de mujeres han pasado por el grupo, con edades desde los 13 hasta los 80 años.
Incluso el nombre del emprendimiento trae el significado consigo: «El choibá es un árbol de la selva chocoana, que es muy duro, como la vida nuestra”, dice la artesana Luz Romaña. «Pero tiene lindas flores moradas. Lo morado es el símbolo de nuestro luto, pero la vida tiene también momentos lindos”, traza el paralelismo.
La tarea apuesta a resignificar lo vivido y a ser un instrumento por la paz. «La vida sigue, pero lo que se ha vivido debe formar parte del futuro para poder seguir adelante”, remarca Holzapfel.
¿Y por qué muñecas negras?
«En el Chocó, el 85 por ciento de la población es negra, pero las niñas y niños tenían que jugar con muñecas blancas, pues muy rara vez se conseguía una muñeca negra, ya que eran ‘feas’, según los estereotipos racistas”, critica Holzapfel, en entrevista en Alemania, a donde ha vuelto tras 40 años de residir en Colombia.
Así, la decisión de crear muñecas negras encontró eco positivo, tanto en el grupo como en la comunidad, desde un primer momento.
«Cada color cuenta su historia, y ellas cuentan nuestra historia”, asegura Gloria Álvarez Vargas sobre el color de sus creaciones.
«Cada muñeca lleva consigo la historia, el trauma, las lágrimas y las sonrisas de quien la hizo, y eso es lo que las hace más preciosas”, destaca, en tanto, Ursula Holzapfel. Y sabe que no es la única que así lo valora.
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