Banyuls-sur-Mer, Francia.

La crisis de los ecosistemas marinos forzó la primavera pasada la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos y toda esa causa cuenta en Francia con una iniciativa transfronteriza de investigación y divulgación, Biodiversarium, en la que España está muy presente.

Apenas dieciséis kilómetros separan el epicentro de Biodiversarium, con sede en la localidad de Banyuls-sur-Mer, en la Costa Vermeille, del último municipio de la Costa Brava, Portbou (Girona).

Las instalaciones del Biodiversarium disponen de un acuario abierto al público y un equipo paralelo que trabaja en el observatorio anexo, con implicación de expertos de los centros nacionales de investigaciones científicas francés y español, CNRS y CSIC.

La hibridación llega al punto de que una de las investigadoras del CNRS, Eva Ortega, es una granadina especializada en oceanografía microbiana.

Ella y los científicos del Biodiversarium tienen conexión con el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona y con el Centro de Estudios Avanzados de Blanes, dos organismos del CSIC, pero también con universidades como las de Sevilla o Málaga y, de manera especialmente intensa, con la de Concepción en Chile.

Sobre la mesa, el impacto del cambio climático, para lo que Ortega pone el foco en lo más pequeño, las comunidades microbianas, y alerta de que el aumento de temperaturas estratifica los océanos, genera problemas de nutrientes «y el fitoplancton crece peor».

Al ver que su afirmación no genera alarma fuera del mundo científico, entra en detalles: «El océano capta dióxido de carbono y lo hace a través del fitoplancton».

Esta andaluza precisa que el fitoplancton realiza la fotosíntesis y que hay tanto que resulta exagerada su aportación de oxígeno a la atmósfera.

Su labor pasa por estudiar el impacto humano en estos microorganismos, para lo que comparan los datos propios con los que llegan desde Blanes e incorporan también inteligencia artificial.

Ortega detalla otras líneas de investigación del Biodiversarium, donde se analizan especies invasoras como el cangrejo azul y se ha llegado a reproducir un tiburón -el visitante puede contemplar los huevos fecundados con crías visibles en su interior- para conocer su evolución y estudiar paralelismos con el cerebro humano.

Todo este trabajo científico precisa de divulgación que conciencie al ciudadano y ahí entra en juego el acuario, dividido en sectores que van de los ecosistemas marinos de superficie a los más profundos.

Primero se pueden ver rayas, estrellas de mar, doradas o herreras, pero también ejemplares curiosos como un nudibranquio descubierto en Banyuls-sur-Mer, que recibió el nombre científico de Nemesiguis banyulensis.

Ecosistemas de lagunas marinas o tortugas como ejemplo de animal afectado por el plástico al confundirlo con medusas, que son su alimento, dan paso al final de la visita a peces de las profundidades como el músico o el tordo de fondo.

Banyuls-sur-Mer presume de unos cañones submarinos a pocos metros de la línea de costa que alcanzan los 2.000 metros de profundidad y que se definen como el verdadero final de los Pirineos.

El trabajo que se desarrolla en el Biodiversarium proviene de una iniciativa del zoólogo Henri de Lacaze-Duthiers, que fundó en 1882 el observatorio oceanográfico, conocido históricamente como Laboratorio Arago y origen de la primera reserva natural marina francesa, la de Cerbère-Banyuls.

Toda esta actividad ha redundado también en la aparición de empresas emergentes como Plastic at Sea, surgida del Biodiversarium y que monitoriza la contaminación.

Uno de sus responsables, Emmanuel Maillard, muestra cómo analizan el agua con mejillones, «que son filtros naturales», o erizos de mar para obtener datos de microplásticos y lo hacen con mentalidad transfronteriza, que incluye a la Universidad Politécnica de Cataluña o a la de Barcelona.

«La contaminación marina se habrá triplicado en 2050 si nadie hace nada», concluye Maillard, que pone al ciudadano en el centro de la solución, incluida su aportación en forma de ciencia colaborativa.