Brujas, Bélgica

Terrazas llenas junto a los canales, multitudes en las calles empedradas, cruceros sin cese… la pequeña localidad flamenca de Brujas, en Bélgica, busca una salida a la masificación turística, que exaspera cada vez más a sus habitantes y pone a prueba la capacidad de acogida de la ciudad.

«Hemos cruzado una línea roja. No necesitamos más turistas, ya tenemos suficientes. Necesitaríamos, en todo caso, un poco menos», lamenta Arnout Goegebuer, arquitecto de 55 años residente de la ciudad, refugiado en el interior de una cafetería.

Brujas, joya del oeste de Bélgica clasificada como Patrimonio Mundial de la Unesco y apodada la «Venecia del norte», tiene 119.000 habitantes y acoge cada año a ocho millones de visitantes, la mayoría en verano y para una estadía que generalmente no excede las 24 horas.

Para la ciudad, el objetivo es, precisamente, no convertirse en Venecia, a la que la Unesco amenazó hace una semana con poner en su lista de patrimonio mundial en peligro debido al turismo extremo que vive.

Para los habitantes de Brujas contactados por la AFP, hace tiempo que se excedió la capacidad de acogida del casco histórico en periodos estivales.

Aun reconociendo los efectos positivos del fenómeno en la economía y el empleo local, denuncian un turismo que transforma su ciudad varios meses al año en un parque temático en el que no se puede ni caminar por la afluencia excesiva de visitantes.

«Hay muchos problemas» derivados de la masificación, opina Kurt Van Der Pieter, jubilado de 62 años y residente de toda la vida. «La gente de Brujas dice que es demasiado… demasiado demasiado, algunos días», advierte.

El número de turistas ha vuelto a los niveles de antes del covid-19, especialmente por los cruceros que llegan al puerto vecino de Zeebrugge y cuyos pasajeros apenas pasan unas horas en la ciudad.

-Problemas de alojamiento-

El hartazgo de los locales encuentra su eco en una clasificación del sitio de búsqueda de alojamiento Holidu, competidor de Airbnb, que censa los destinos europeos más frecuentados en número de turistas respecto al número de habitantes.

Venecia, Brujas y la isla griega de Rodas comparten la segunda posición, por detrás de la ciudad croata de Dubrovnik, invadida por los fans de la serie «Juego de Tronos».

La oficina de turismo de Brujas refuta esa clasificación afirmando que, según los datos de telefonía móvil, de media hay 131 visitantes al día por cada 100 habitantes.

«Con frecuencia Brujas es considerada destino turístico de masas, pero no es el caso. Es una idea falsa hablar de ciudad superpoblada», asegura la portavoz Ann Plovie.

«No podemos negar que hay muchos turistas, pero hay que venir en periodos distintos, verán la diferencia», promete una de sus compañeras, Anne De Meerleer.

El municipio, no obstante, ha constatado el problemático número de visitantes durante el verano. En 2019 adoptó una estrategia a cinco años para fomentar estancias de varias noches, visitas a la región circundante y experiencias culturales y gastronómicas más allá del selfi y el gofre.

«El objetivo no es atraer a más visitantes: no es el volumen lo que cuenta, sino el tipo de visitantes que recibimos», explica De Meerleer.

Contrariamente a otras ciudades turísticas europeas, Brujas no ha prohibido el acceso con vehículos a su casco histórico, pese a que la estación de tren queda a pocos minutos: en las calles, pueden verse matrículas de autos de toda Europa.

«No creí que fuera a haber tanta gente», se asombra Lee Hotae, turista surcoreano, admirando una antigua fachada durante una visita guiada.

«Tampoco está tan lleno», relativiza Ross Henderson, visitante escocés de 43 años. «Es como ir a otro sitio tan bonito como Ámsterdam, Florencia o Venecia pero con menos gente».

Para Diego Rodríguez, venezolano de 41 años, la afluencia es aceptable, «sobre todo, estando en periodo de vacaciones de verano». Él descubrió la ciudad la primavera pasada y recuerda que estaba «mucho más vacía».