Sin embargo, el aumento de la demanda –junto al uso excesivo de pesticidas– pone en riesgo la salud de los agricultores que la cultivan y amenaza la integridad de los ecosistemas nativos.
Su producción global registró un crecimiento anual del siete por ciento entre 2012 y 2022, fenómeno motorizado por las exportaciones hacia el hemisferio norte, pero con consecuencias agridulces para Latinoamérica.
Una investigación publicada en la revista Science of the Total Environment revela que granjeros de palta del estado mexicano de Michoacán, la principal zona productora del país, sufren afecciones respiratorias por exposición a agroquímicos.
Tras monitorear la presencia de 12 productos, los autores encontraron evidencia que los vincula a riesgos aumentados de tos nocturna.
Expuestos a extensas jornadas, estos granjeros suelen recibir remuneración insuficiente, en condiciones irregulares y sin prestaciones de salud.
No es el único caso. En Chile, las empresas tercerizan el trabajo en jornaleros haitianos, venezolanos, colombianos o bolivianos, que realizan tareas sobre terrenos irregulares, dado que los paltos crecen en laderas como protección contra las heladas.
En total, catorce países latinoamericanos producen palta para consumo interno o externo. México, Colombia y Perú son los principales exportadores de la región.
Oro verde
Con el 45 por ciento del mercado internacional, México es el país de origen de la palta y su mayor productor mundial.
Es un negocio de US$ 3 mil millones anuales, que atrajo incluso la atención de los carteles de droga, que se apropian de plantaciones y exigen pagos a cambio de “proteger” a agricultores, según denuncias periodísticas.
La demanda legal e ilegal está llevando al uso generalizado de pesticidas, un problema acuciante en las zonas de cultivo del país azteca, un sistema tropical con alto impacto de plagas.
Allí, los granjeros enfrentan riesgos de exposición a través del manejo deficiente durante la mezcla y aplicación de esos productos, o en las etapas de cosecha y embalaje.
Ana María Mora, una de las autoras del estudio, recuerda que no solo están expuestos por vía inhalatoria, sino que los plaguicidas también se pueden absorber por la piel y llegar a todos los órganos a través del torrente sanguíneo.
“En forma muy frecuente, los trabajadores usaban muy poco −o ningún− equipo de protección, como pañuelos, botas y pantalones largos”, revela a SciDev.Net.
“Muchos piensan que no les va a pasar nada”, en línea con “la idea machista de que «si uso equipo es porque soy un debilucho»”, agrega.
La investigadora reconoce que su trabajo estuvo limitado por el tamaño de la muestra, que no llegó a cien participantes, pero adelanta que un estudio sobre trabajadores de fincas costarricenses (actualmente en revisión) sí encontró mayor evidencia de asociaciones entre plaguicidas y efectos respiratorios.
Por otra parte, un reporte adicional sobre la misma población de Michoacán vinculó el uso de pesticidas con mayor prevalencia de trastornos psicológicos como estrés y ansiedad.
Todos estos hallazgos “resaltan la necesidad de abordar los efectos respiratorios a largo plazo” de pesticidas entre los granjeros, advierte el estudio.
Impactos ambientales
El boom de la palta −que incluso llevó a cocineros famosos a eliminarla de sus platos− también provocó la deforestación de miles de hectáreas en el suelo volcánico de Michoacán, donde los propietarios apelan a la estratagema de sembrarla bajo el arbolado forestal, para luego eliminarlo de forma paulatina.
El monocultivo, además, pone en peligro la biodiversidad de una región habitada por especies tan significativas como jaguares, pumas y coyotes.
En Chile, donde las exportaciones de palta van en aumento, se da un escenario similar.
En la zona central del país, las modificaciones del terreno están alterando un ecosistema con especies endémicas como el naranjillo o la yaca, un marsupial local.
Este avance “genera impacto en la biodiversidad a la que, paradójicamente, también necesita”, advierte el doctor en Ecología y Biología Evolutiva chileno Juan Luis Celis, que no participó del estudio.
“Para que la flor se polinice y se formen los frutos, el árbol [de aguacate] requiere de insectos silvestres. Si su diversidad disminuye, puede haber incidencias sobre la productividad”, explica.
En Chile, los cultivos de palta se realizan en camellones a favor de la pendiente, lo que causa escurrimientos de pesticidas cerro abajo, con potenciales contaminaciones de napas, ríos o lagunas.
“El otro problema es que la palta usa mucha agua”, agrega.
Se estima que cada palto demanda 1.000 litros por kilo de fruta, más de tres veces el volumen necesario para cultivar un naranjo.
“En la zona central estamos experimentando una mega sequía desde hace diez años. Pero como el palto es muy rentable, los grandes agricultores pueden hacer inversiones en pozos profundos”, remarca. Algunos, incluso, han drenado ríos e instalado tuberías ilegales.
Los efectos se sienten particularmente en la comuna de Petorca, epicentro de la conocida variedad Hass, donde unos 3000 habitantes sufren la falta de agua, debido a que el cauce del río que abastecía a la población fue desviado para abastecer a los grandes cultivadores de palta.
Con vistas a una mayor eficiencia en la mitigación de esos impactos, Celis propone implementar prácticas como la reintroducción de especies, la creación de islas de vegetación nativa y la incorporación de sistemas de cultivo comunitario dentro de los emprendimientos.
Para proteger la salud de los trabajadores, Mora plantea la necesidad de que las empresas brinden capacitación y equipamiento adecuado.
Así podrán direccionarse mejor las políticas de apoyo, incluyendo asistencia financiera para generar una transición hacia prácticas más sostenibles, se esperanza.
Al otro lado de la cadena de valor, los compradores pueden abastecerse en mercados locales o apoyar iniciativas de comercio justo de un fruto que, aunque sabroso, hoy genera más daños que beneficios.
Por: Pablo Corso vía SciDev.Net América Latina y el Caribe.
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