España.
Una gran pradera marina se extiende a lo largo de 15 kilómetros frente a las costas de las Islas Baleares de Ibiza y Formentera, en España. Esta pradera acuática no solo es un rico hábitat para decenas de especies de peces e invertebrados. La Posidonia oceánica – también conocida como hierba de Neptuno o Poseidón, por el antiguo dios de los mares – es probablemente uno de los seres vivos más antiguos de la Tierra. Se trata de una planta acuática con flores y fruto, endémica del Mediterráneo. Los científicos estiman que existe desde hace 100.000 años. Y durante todo ese tiempo, ha ido acumulando reservas de carbono en el Mediterráneo.
«Bajo la capa de vegetación de la posidonia, podemos encontrar depósitos de carbono orgánico que se han ido acumulando a lo largo de la vida de la pradera marina”, explica Núria Marbà, investigadora marina del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA). Según Marbà, esta capa crece un metro cada mil años. Se trata, pues, de un enorme almacén de carbono que se extiende bajo el lecho marino del Mediterráneo en las 55.000 hectáreas cubiertas por los pastos.
Pero estos pastos se enfrentan a enormes presiones. La tormenta Gloria, que azotó las Baleares en 2020, fue solo la última catástrofe para un hábitat que ha sido golpeado por el aumento de la temperatura del mar, el clima extremo, la escorrentía de nutrientes de la agricultura ylas anclas de los yates que raspan el fondo marino .
Un estudio realizado en 2012 reveló que solo las anclas de los yates habían arrancado 11.000 metros cuadrados de posidonia en los cuatro años anteriores.
Sin embargo, cuando el número de turistas se redujo en un 87 por ciento durante la pandemia del COVID-19, también lo hicieron muchas de estas presiones. Marbà describe esta ventana de calma como una «tregua”, algo así como un «alto el fuego” en una guerra que se ha librado entre los seres humanos y el mundo submarino, y que comenzó a más tardar con el turismo de masas en la década de 1970. Esta pausa ha llegado en un momento perfecto para los científicos que estudian cómo los mares ayudan a mitigar el cambio climático.
Carbono azul para mitigar el cambio climático
Desde junio, Verra, una organización sin fines de lucro que desarrolla sistemas de fijación de precios del carbono, intenta evaluar cómo incorporar «todo el paisaje marino” al mayor sistema voluntario de créditos de carbono del mundo, el Verified Carbon Standard (VCS).
La tarificación de las emisiones de carbono permite a las empresas contaminantes compensar sus emisiones comprando créditos que financian proyectos para ahorrar carbono en otros lugares. En términos sencillos, Verra calcula cómo cuantificar la cantidad de carbono que se ahorra, por ejemplo, con una iniciativa de restauración de las praderas marinas. Esto establece un precio para los créditos que puede comprar una empresa manufacturera para compensar un volumen equivalente de carbono de sus operaciones.
Al valorar las praderas marinas del Mediterráneo no solo en términos de biodiversidad, sino también de mitigación del cambio climático, un sistema de fijación de precios del «carbono azul” podría permitir que iniciativas de conservación como Save Posidonia Project de Formentera financiaran su trabajo mediante la venta de créditos de carbono certificados.
«Las iniciativas sobre el carbono serían una forma estupenda tanto de apoyar la restauración, mediante la plantación y recuperación natural de las praderas ya dañadas, como de evitar que se produzcan más deterioros”, explica Marbà.
Le gustaría que los créditos de carbono y las compensaciones financiaran un mejor tratamiento de las aguas residuales de los complejos turísticos de Ibiza. Asimismo, aboga por la aplicación de la legislación introducida en el Decreto de Posidonia de 2018, la primera ley para proteger las praderas marinas en el Mediterráneo. Esto incluye, por ejemplo, la prohibición de fondear en la pradera submarina.
Cálculos complejos
En mayo, Verra registró su primer proyecto de conservación de carbono azul en la costa caribeña de Colombia. Allí se pretende secuestrar casi un millón de toneladas de dióxido de carbono en 30 años – el equivalente a retirar unos 7.000 coches de la carretera – mediante la gestión sostenible de un ecosistema de manglares.
Las praderas marinas, como las de posidonia, son un sistema comparable. Verra ha desarrollado métodos para cuantificar el ahorro neto de carbono que supone la conservación de estos fondos marinos.
Esto implica establecer un valor de referencia que muestre cuánta degradación tendría lugar sin intervención, y cuánto carbono puede ahorrarse mediante medidas de conservación financiadas con créditos, en parte impidiendo que el carbono secuestrado en el pasado se libere a través de la degradación del lecho marino, y en parte permitiendo que la planta secuestre aún más CO2 a través de su crecimiento.
«Para ello miramos los datos históricos de los últimos diez años, por ejemplo, a través del anclaje de barcos que ha afectado al fondo marino o a las praderas, u observando una zona similar que ha estado expuesta a los mismos factores de estrés”, explica Amy Schmid, directora de desarrollo de soluciones climáticas naturales de Verra.
Comprendiendo el ciclo del carbono marino
Los programas de compensación de carbono para financiar iniciativas de conservación de los bosques existen desde la década de 1990. Pero se necesitan nuevos enfoques para cuantificar el secuestro de carbono en el medio marino, lo que supone un reto especial.
En tierra, simplemente hay más datos disponibles, tanto por los proyectos de acreditación de carbono existentes como por el hecho de que los entornos terrestres generalmente están mejor estudiados, explica Amy Schmid. «Para el carbono azul, en la mayoría de los casos, todavía no disponemos de datos globales a nivel de país, de estado o de provincia, sobre la degradación o la conversión de los ecosistemas”.
Según Verra, los proyectos costeros, como el de las praderas marinas, son los más fáciles de introducir en el marco del carbono azul porque existen datos sólidos sobre el almacenamiento de CO2. Asimismo, es más fácil hacer comparaciones con los sistemas ambientales terrestres, con los que Verra tiene 15 años de experiencia.
Según algunas estimaciones, se calcula que los ecosistemas marinos pueden secuestrar una cantidad hasta 20 veces mayor de carbono que los bosques terrestres. No obstante, los científicos siguen trabajando para comprender el funcionamiento de estos ciclos de carbono. El objetivo de incorporar «todo el paisaje marino” parece aún lejano.
Investigando las algas
Sarah Ward es responsable de mares vivos en Sussex Wildlife Trust. Cuenta que la organización conservacionista ha recibido consultas de sistemas de tarificación de emisiones de carbono interesados en financiar el trabajo de Help Our Kelp, una iniciativa para restaurar un bosque de algas marinas, o bosque de quelpos, que está desapareciendo rápido a lo largo de 40 kilómetros de la costa británica. Estas son áreas subacuáticas con una alta densidad de algas pardas.
Pero fijar el precio del secuestro de carbono de algas es complicado. A lo largo de su vida, los pastos marinos almacenan densos depósitos de carbono, atrapando trozos de hierba muertos y en descomposición en sus gruesos sistemas de raíces. Pero aunque las algas absorben mucho CO2 a medida que crecen, cada año se desprenden trozos de sus frondas carnosas, como un árbol de hoja caduca, que son arrastrados por las corrientes oceánicas, por lo que no está claro dónde acaba exactamente el carbono.
Ward admite que ha tenido que desanimar a los posibles inversores, advirtiendo que Help Our Kelp aún no tiene las pruebas científicas necesarias sobre la captación de carbono a largo plazo para vender créditos de carbono.
Steve Crooks, científico costero que ha trabajado en el desarrollo de programas de carbono azul para VCS y otras entidades durante los últimos 15 años, afirma que en casos como el de los bosques de algas, los créditos de carbono solo se venderían sobre la base de estimaciones poco realistas de la cantidad de carbono que se puede ahorrar con su conservación. Al mismo tiempo, Verra espera ampliar los datos en los próximos años para demostrar dónde se puede secuestrar más CO2.
«Tenemos que crear programas de seguros para garantizar que las emisiones se eliminan de forma continua de la atmósfera”, señala Crooks. «Pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer que una de las grandes lecciones es que los proyectos de carbono son complicados. Y tenemos que ser pacientes”, concluye.
Por: Deutsche Welle.
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