París, Francia.

«Ahí está el perímetro rojo, aquí el perímetro gris» dice un gendarme en la plaza Palais Royal de París, donde ha entrado en vigor la restricción de acceso a las orillas del Sena ocho días antes de los Juegos Olímpicos.

El perímetro «gris», también llamado perímetro de Seguridad Interna y Lucha contra el Terrorismo (SILT), entró en vigor el jueves a las 05h00 de la madrugada.

En toda la capital hay controles para acceder a las orillas del Sena.

Según un balance las 11h00 (09h00 GMT) de la prefectura de policía, «el 90% de los usuarios han podido acceder al perímetro y entre el 10% de denegaciones, el 98% son personas con pase para la zona roja alrededor de las sedes olímpicas», que aún no se ha activado.

En las rejas que han instalado frente al museo del Louvre, un grupo de turistas y parisinos intenta pasar el control. Cuatro gendarmes controlan el pase de acceso, en forma de código QR

«Hoy vamos a ser amables» dice un gendarme a Inès, que se dirige a su trabajo y respira aliviada.

A esta zona pueden acceder residentes, profesionales y visitantes, a condición de que tengan un comprobante de reserva de un hotel, un museo o un restaurante.

Tras franquear la barrera hay que someterse a un rápido registro corporal. Inés llega por fin a la Rue Rivoli, normalmente saturada de tráfico y ahora casi desierta tras la prohibición de circular por la zona.

Pauline, una abogada, aún no pudo obtener su pase a pesar haberlo pedido «hace tres semanas».

«Durante las primeras 24 horas habrá controles con pedagogia, con flexibilidad, pero solo para residentes y trabajadores permanentes» de la zona gris, dijo el prefecto de policía de la capital francesa, Laurent Núñez.

«¿Puedo pasar?»

Al otro lado del Sena, frente al puente de Saint-Michel, se repiten las mismas escenas.

«¿Puedo pasar?», pregunta un transeúnte a los policías que bloquean la acera y la calle. «Sin un código QR, no es posible, señor», responden.

Casi 300.000 personas tienen derecho a un pase, según el prefecto de policía.

En esta zona, envían a los ciclistas y peatones a los que se les rechazó el paso al puente Notre-Dame cercano, todavía abierto al tráfico.

Thiong Tran, que vive en las afueras de París, quería mostrar el mercado floral cerca de Notre Dame a su familia, que ha venido de Polonia. Pero no podrá ser.

«Ni siquiera sé si lograremos subir a un barco en el Sena», dice.

Cerca del gran edificio del ayuntamiento de la ciudad, un agente envía a los peatones que no tienen pase al mismo puente de Notre-Dame, a 200 metros.

«Cuando llegue a la oficina estaré sudando», se queja una mujer de 43 años que tiene que tomar un desvío.

Xavier Bosert, de 31 años, tiene que cruzar todo París en bicicleta de sur a norte para llegar a la localidad de Pantin.

«Al menos podrían haber organizado mejor el tráfico para los Juegos Olímpicos», lamenta.