Una investigación reciente centrada en el Golfo de Cádiz y el Mar de Alborán ha expuesto las conexiones entre las presiones humanas, la pérdida de biodiversidad, la prestación de servicios ecosistémicos y las estrategias de conservación y gestión implementadas en los ecosistemas marinos. Los resultados, publicados en la revista Sustainability, muestran que la biodiversidad en ambas áreas marinas ha estado en constante declive durante las últimas tres décadas.
Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto EME-Mar, con la participación de la bióloga Paloma Alcorlo del Centro de Investigación en Biodiversidad y Cambio Global (CIBC-UAM), en colaboración con un equipo de científicos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), la Universidad de Murcia y la Universidad Rey Juan Carlos, y cuenta con financiación de la Fundación Biodiversidad.
“Nuestra hipótesis de partida era que las presiones antropogénicas intensifican la pérdida de biodiversidad marina y reducen los correspondientes servicios ecosistémicos”, explica Alcorlo.
Según la investigadora principal, los resultados evidenciaron una disminución de la biodiversidad marina y de sus servicios ecosistémicos, “a pesar del creciente número de respuestas aportadas por la sociedad, que son insuficientes y/o necesitan más tiempo para surtir efecto».
Los océanos, que cubren más del 70 % de la superficie de la Tierra, proveen una variedad de servicios ecosistémicos. Estos son los beneficios derivados del propio funcionamiento del ecosistema marino, por ejemplo: la provisión de alimentos y la generación de oxígeno. Los mares juegan, asimismo, un papel crucial en la regulación del clima al absorber dióxido de carbono e influir en los patrones meteorológicos.
La importancia de estos servicios para las poblaciones humanas ha crecido exponencialmente durante el último siglo. Sin embargo, el avance tecnológico y social ha permitido la explotación de ecosistemas costeros y marinos, resaltando la necesidad de estrategias para contrarrestar esta tendencia.
Políticas de conservación: un desafío pendiente
En 2018, la industria pesquera mundial alcanzó un hito histórico al capturar 96,4 millones de toneladas de peces marinos, moluscos, crustáceos y otros invertebrados, con al menos el 34,2 % de las poblaciones mundiales evaluadas sobreexplotadas.
Esta situación se agudiza en el Mar Mediterráneo: según el Comité Científico Técnico Económico de la Pesca de la Comisión Europea (CCTEP), el 83 % de las poblaciones de peces evaluadas están sobreexplotadas.
La creciente conciencia científica y social sobre la precariedad de los océanos y la biodiversidad marina ha impulsado la creación de áreas marinas protegidas en todos los océanos del mundo. Estas áreas se caracterizan por tener objetivos de protección establecidos y limitar las actividades pesqueras permitidas, centrando esfuerzos en la conservación. Sin embargo, a pesar del incremento constante de normativas y políticas de conservación, los esfuerzos para proteger la biodiversidad marina aún no alcanzan lo necesario.
La experta admite que aunque habían confiado en que “las políticas de gestión implementadas pudieran mitigar la intensidad de las presiones antropogénicas que desencadenan la pérdida de biodiversidad en el Golfo de Cádiz y el Mar de Alborán”, estas “no han tenido el efecto protector deseado”. Esto implica que no han podido “garantizar una recuperación a largo plazo de las poblaciones y una pesca sostenible”, en sus propias palabras.
Adoptar un enfoque ecosistémico
El estudio deja entrever que las estrategias de conservación actuales pueden ser insuficientes o ineficaces, o que existen otros factores en juego en este declive. Entre las posibles razones que explican esta incapacidad de mitigar la pérdida de biodiversidad están las políticas ineficientes por falta de conocimiento o interés político, y el diseño y tamaño inapropiados de las áreas marinas protegidas.
El trabajo señala otros factores de estrés que contribuyen a la pérdida de biodiversidad y que no están cuantificados oficialmente, como la extracción por parte de embarcaciones de pesca deportiva, el comercio de pescado en el mercado negro, la pesca de subsistencia, la pesca artesanal no registrada y la pesca furtiva.
Por último, el equipo científico destaca que “gestionar la pesca de una manera sostenible que permita la producción de alimentos de alta calidad, al igual que garantizar ingresos y medios de vida para las sociedades que dependen de la pesca, a la vez que se minimizan los efectos negativos sobre la biodiversidad, son desafíos ineludibles”.
Para ello, resulta fundamental “adoptar un enfoque ecosistémico que conecte las necesidades y los impactos humanos con el estado de la biodiversidad y su conservación”, concluyen los autores.
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