Buenos Aires, Argentina.
Cerca de cuatro meses de parálisis por el coronavirus han supuesto un desafío mayúsculo para la estabilidad emocional de los habitantes de Argentina, uno de los países con mayor número de psicólogos per cápita del mundo, que ha visto en la pandemia la enésima amenaza a la salud mental de su población.
Al menos así lo evidencian numerosas estadísticas a nivel nacional, entre ellas las elaboradas por la Fundación INECO, cuyo último informe cifra en un 45 por ciento las personas que reportaron signos de decaimiento anímico «relevantes», ya sean clínicos o subclínicos, tras los dos primeros meses de cuarentena, una cantidad «mayor» a lo esperado en circunstancias normales.
«En general, estos estudios muestran un impacto de la cuarentena emocional en un porcentaje elevado de la población, alrededor de un tercio o un poco más», señala Fernando Torrente, psicólogo y director del Instituto de Neurociencias y Políticas Públicas de la Fundación INECO.
De hecho, al inicio del confinamiento un 23 por ciento de la población ya mostraba ansiedad «a niveles significativos», mientras que otro 33 por ciento presentaba «signos compatibles con estados depresivos», según otra investigación realizada por la misma entidad con 10.000 participantes de todo el país.
La ansiedad permanece y la depresión avanza
En cualquier caso, las inquietudes de los argentinos hoy no son las mismas que al principio de la pandemia. Aunque los niveles de ansiedad se han mantenido estables estos últimos meses, son los factores vinculados al estado de ánimo los que han sufrido un progresivo deterioro, en especial los de tipo depresivo.
Así, mientras que al principio del confinamiento el porcentaje de personas con signos de depresión «moderados» o «severos» era del 28,6 por ciento, a los 72 días este indicador ya había trepado hasta el 37,7 por ciento de la población adulta.
Otras instituciones muestran cifras en esta línea, como es el caso del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires, que situó en un 80,3 por ciento los argentinos cuyo estado de ánimo «empeoró un poco o mucho» tras 80 días de cuarentena.
¿En qué se traduce esto?
La fatiga mental, en intolerancia ante la incertidumbre y en dificultades cognitivas para concentrarse o tomar decisiones, unos factores agravados por la preocupación en torno a la economía del país austral, en recesión desde 2018 y que podría caer hasta un 12 por ciento este año.
«La crisis del 2001 fue la más fuerte previa a esta, en términos de caída económica y de impacto social, y hubo estudios que mostraron claramente que eso impactó en nuestra salud mental. Tenemos factores que nos permiten imaginar que los efectos (de esta crisis) sobre la salud mental van a ser importantes», indica el directivo de la Fundación INECO.
Con todo, un dato revelador publicado por esta última organización es que la pandemia afecta la estabilidad emocional de todos los argentinos por igual, independientemente de la situación epidemiológica de su región o de la dureza en las medidas de aislamiento social.
«En el área metropolitana de Buenos Aires –donde sigue vigente la cuarentena obligatoria tras 119 días– los niveles de ansiedad y depresión no eran distintos a otras regiones del interior del país (…). El impacto es bastante global y no depende de cuánto me puedo mover o con quién estoy», argumenta Fernando Torrente.
Los jóvenes los mas afectados
La pandemia atravesó la sociedad argentina en su conjunto, sí, pero ningún grupo de edad ha sufrido tanto sus consecuencias como los jóvenes de entre 18 y 25 años: hasta un 74,1 por ciento de ellos presenta síntomas compatibles con la depresión y otro 38,5 por ciento tiene signos de ansiedad después de dos meses de aislamiento; cifras muy superiores a cualquier otra franja etaria.
Esto se debe, según el psicólogo de la Fundación INECO, a que son ellos quienes «se ven más limitados» en su día a día y a las cesiones que, entienden, han tenido que acometer en beneficio del resto de la población.
«Es el grupo que tiene menos vulnerabilidad y menos riesgo de sufrir complicaciones (por el virus) y, sin embargo, es el que de alguna forma más tiene que ceder (…). Tuvieron una conducta realmente altruista, pero también un costo emocional y personal muy alto», explica.
Las infancias
También los menores de edad han visto interrumpidas sus rutinas de un modo incomprensible para muchos de ellos, una circunstancia muy condicionada por su entorno familiar, según cuenta Alejandra Libenson, psicóloga especializada en infancia.
«Los niños son espejos de lo que uno siente y piensa, entonces al ver a los papás tan afectados, con tanta información, tanto miedo y tanta preocupación, los chicos empezaron a tener nuevos miedos que antes no tenían, o a tener conductas regresivas por este temor a la pérdida de los seres queridos», afirma la experta .
Uno de esos miedos tiene que ver, precisamente, con el momento en que puedan volver a hacer su vida con naturalidad, un desafío que empieza por la mismísima puerta de sus casas y que no se solventa de un día para otro.
«Algo que tenemos que trabajar desde la prevención de salud mental es cómo prepararlos para salir. No es que un sábado se puede y abrimos la puerta, no. Los chicos son personas y necesitan comprender que el mundo no es hostil, que si nos cuidamos, nos protegemos bien y mantenemos ciertas condiciones, podemos salir un poquito», relata Libenson.
Continúan las consultas
Por todo esto, no sorprende que las consultas de salud mental hayan aumentado su frecuencia durante estos meses de pandemia, en un país que cuenta con más de 200 psicólogos por cada 100.000 habitantes, casi la mitad de ellos ubicados en su capital.
La imposibilidad de concertar citas presenciales ha llevado a muchos psicólogos a adoptar plataformas como Zoom o Skype, puesto que los pacientes «necesitan la pantalla para poder ver al profesional».
«Hay pacientes míos que me dicen ‘no te quiero escuchar solo, te quiero ver’. Esto demanda mucha exigencia para el terapeuta, mucho más que la presencia física. Creo que las palabras pueden abrazar también a través de la pantalla, y lo que está buscando la persona que consulta es ser escuchado, poder nombrar aquello que es tan fantasmagórico», destaca Alejandra Libenson.
Sin embargo, esta particularidad ha terminado por recrudecer las desigualdades en el acceso a los servicios de salud mental. Con cerca de un 40 por ciento de la población argentina viviendo bajo la línea de pobreza, son muchos los que se quedan fuera de este sistema.
La desigualdad
«Esto es posible para un grupo de gente que tiene acceso privilegiado a la salud mental. Tenemos una gran cantidad de población que probablemente no tiene vías fáciles de acceso, al estar cerrada la consulta de hospital, y no tienen acceso a una cobertura privada que le permita una consulta virtual«, reconoce Fernando Torrente.
Como esos niños con miedo a rebasar el umbral de la puerta, los adultos también tendrán que concienciarse para salir, convivir con ese miedo al virus y entenderlo como un «miedo protector, que no nos paralice y nos permita ir volviendo a una nueva normalidad».
En ese proceso, de duración y profundidad inciertos, resultará imprescindible el fortalecimiento del sistema de salud argentino y la planificación de una «campaña de salud mental importante«, con los psicólogos y terapeutas como acompañantes irrenunciables.
«Debería ser una política pública, así como (lo es) la salud sanitaria desde el punto de vista epidemiológico, ver las consecuencias psíquicas sociales que podemos atravesar como sociedad, (para así) acompañar desde un lugar preventivo y prepararnos para la salida», concluye Libenson.
Por: EFE
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