Uno de los elefantes en la habitación de nuestras vidas contemporáneas es lo que contaminamos y nos contaminan en esta era digital. Dependientes confesos de nuestros smartphones y otros dispositivos electrónicos, no queremos ni pensar en lo que deja a su paso la industria de internet.

Sin embargo, hay quienes estuvieron allí desde el nacimiento de la web, contribuyendo a su desarrollo, que hoy se ocupan activamente de concienciar a los usuarios sobre las prioridades en esta lucha contra la polución digital. Es el caso de la ingeniera informática y ecóloga Françoise Berthoud, investigadora en Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia (CNRS) e impulsora de la plataforma EcoInfo.

Este es el enfoque del documental Frankenstream. El monstruo que nos devora, producido por el canal cultural europeo Arte.tv, que está estructurado en cuatro capítulos y da cuenta de cómo el streaming (transferencia de datos en flujo continuo y tiempo real), aparentemente inofensivo, tiene un creciente impacto ambiental. En él dan su testimonio tanto Berthoud como otros padres fundadores y desarrolladores de la web.

En este documental, la ingeniera del CNRS destaca el hecho de que, en el mundo occidental, ya desde el vocabulario se perpetúa la idea de que la industria digital es ‘virtual’, en el sentido de ‘desmaterializada’. Y habla de todo lo que podemos alojar en ‘nubes’, remarcando la ironía de lo que parece ‘etéreo’ y no lo es… “Como si pagar los impuestos online no requiriese ninguna materia”, comentará luego en una entrevista telefónica con SINC desde la localidad francesa de Grenoble.

Berthoud baja la conversación a tierra, a la Tierra con sus límites materiales. En efecto, ella comenzó su carrera como especialista en biomatemáticas y encargada de las máquinas de su centro de investigación, utilizando aquellos viejos equipos informáticos que, en los años 80, ocupaban mucho espacio físico. Así, pronto advirtió que para hacer cálculos en ordenadores más eficaces se requería una mayor potencia eléctrica, porque la que había no alcanzaba.

A ese primer tope, se sumaron las dimensiones de la sala, la cual también hubo que ampliar para dar cabida a más computadoras y más potentes, según rememora la experta.

En cuanto a la existencia de los ordenadores, el avance tecnológico consiguió empequeñecerlos, abaratarlos y extender su uso a toda la población, por lo que su huella ‘material’ hoy abarca al mundo entero. Así llegamos a las primeras décadas del siglo XXI, cuando los internautas apenas imaginan que “detrás de su foto almacenada en Google en la otra punta del mundo, hay tanto material que se moviliza”, apunta.

¿Cuándo empezó a ser consciente del impacto ambiental que tenía el desarrollo de lo digital?

En los años 80, cuando el laboratorio de informática se quedó estrecho para albergar las computadoras que necesitaban los físicos para sus simulaciones. Entonces, empecé a pensar en la noción de los límites en la habitación, e hice la conexión con los del planeta.

¿Son relevantes documentales como el de Arte.tv para concienciar a los usuarios?

Aunque estoy de acuerdo con la mayor parte de las cosas que allí se dicen, cuando participo en uno de estos audiovisuales me digo que esta será la última vez, porque hay muchos otros impactos de la industria digital que se pasan por alto.

Me parecería importante que este tipo de documentales expliciten su propósito, porque, en efecto, lo digital tiene un impacto sobre el cambio climático, pero la mayor parte del daño no tiene que ver con que la gente mire un vídeo en streaming.

A mi juicio, lo esencial es que la industria digital promueve el aumento de la producción y el consumismo en la sociedad sin contar con los efectos sobre la concentración de poder y el hecho de que las personas se vuelvan adictas a cierto tipo de comunicación. Y eso perjudica su capacidad para desarrollar un espíritu crítico. En esta dirección, habría que enfocar el problema, que va más allá de ver un vídeo con menos resolución para generar menos CO2.

‘Frankenstream. El monstruo que nos devora’ puede verse en abierto en Arte.tv.

¿Hay una paradoja en lo ‘Frankenstream’ si estamos viendo estos documentales en streaming?

Se elige hablar de la ‘sobriedad digital’; esto es, de cambiar la forma en que se diseñan los servicios digitales y la manera en que utilizamos los equipos para que los servidores tengan menos impacto en el medio ambiente. En cambio, yo digo que no se trata de sobriedad a secas.

La sobriedad digital no tiene sentido si no se extiende a lo demás, es decir, si montas un servicio con cuidado de que el servidor no consuma demasiada energía, pero este servicio consiste en enviar publicidad para que la gente compre mis mercancías, ahí es cuando entra en juego la sensibilidad.

La tecnología digital no es neutra en el medio ambiente. Pero, de repente, en lugar de mirar la cuestión de su uso global, en lugar de hacerse preguntas como si es pertinente usar la inteligencia artificial para el triaje en las urgencias de los hospitales, las administraciones y las empresas van a hacer lo mismo pero con tecnología digital ‘sobria’. No se preguntan por las necesidades que tenemos sino por optimizar la IA para que consuma menos energía…

¿Qué piensa de iniciativas como la de utilizar el calor de los servidores de un centro de datos para cultivar hortalizas en invernaderos de Suecia, por ejemplo?

Este calor de los data center lo llamamos el ‘calor fatal’. Utilizar el calor para que crezcan los tomates en lugares donde no se cultivarían porque no es la estación correcta o no tienen el clima adecuado me parece bastante poco inteligente. Estamos intentando optimizar algo manteniendo el sistema tal y como está sin reflexionar y decidir que sería mejor no cultivar tomates en ese sitio.

Y cuando tengamos el calor residual, tal vez debamos utilizar otros sistemas de optimización en su lugar o, tal vez, trasladar el centro de datos a un sitio en el que podamos utilizar el aire exterior para refrigerarlo. Hay otras soluciones técnicas disponibles y que no necesitan desarrollos técnicos suplementarios.

De nuevo, esto sería desviar las prioridades, porque los data center no constituyen el problema principal de lo digital. Su impacto ambiental está ligado fundamentalmente a los terminales, lo que usted y yo tenemos en nuestras casas (los ordenadores, tabletas, televisores, teléfonos, etcétera).

¿Entonces el gran impacto viene de nuestra responsabilidad por el consumo excesivo y la extracción intensiva de materias primas?

Efectivamente. Los impactos son de tres tipos: los ligados a la extracción de metales que se hace muy lejos de los lugares en los que consumimos (minerales que estamos contribuyendo a agotar). Y como no reciclamos mucho, esos metales ya se han perdido. El segundo es que la industria minera y el reciclaje en malas condiciones generan contaminación, que es bastante grave porque se trata de sustancias químicas bioacumulativas que permanecen en la cadena alimentaria durante mucho tiempo y tienen efectos sobre las hormonas o en la aparición de diferentes tipos de cáncer.

Además, los equipos que usamos contienen plásticos que liberan disruptores endocrinos, que circulan a través del polvo de la casa. Esto resulta dañino para la biodiversidad y la salud humana. Pero, en el campo de la salud, también cuentan otros efectos por la excesiva utilización de pantallas.

En tercer lugar, en cuanto a lo medioambiental, figuran las emisiones de gases de efecto invernadero que provienen del uso de combustibles fósiles, especialmente durante la extracción de metales, la fabricación de equipos y luego, por supuesto, durante su uso, por la electricidad. Por cierto, también hay un problema con el agua que se utiliza, especialmente durante la extracción de metales.

¿Existen otros asuntos invisibilizados o disfrazados sobre los que sensibilizar los usuarios?

Yo hago mucho hincapié en los impactos indirectos de la tecnología digital para animar a la gente a pensar de una manera más sistémica. A este lado del mundo, habría que poner parte del énfasis en los efectos de la sobreutilización de pantallas en la salud humana. En los adultos, hay problemas ligados a la reducción en la cantidad y la calidad del sueño, o por el estilo de vida sedentario. Y están los riesgos relacionados con la vista: en los niños menores de 3 años, que no deberían mirar pantallas en absoluto, y en los bebés, este problema es especialmente grave, porque su vista se está desarrollando. Además, es preocupante la falta de atención y el desapego de los padres cuando son ellos los que están frente a una pantalla.

Fotograma del documental ‘Frankenstream. El monstruo que nos devora’, producido por Arte.tv.

¿Cuáles serían sus recomendaciones?

En cuanto a una menor utilización de material, creo que actualmente podríamos proponer que la garantía legal de base de todos estos equipos se ampliara a 10 años, por ejemplo, y los fabricantes tienen capacidad para hacerlo. Estas recomendaciones podrían hacerse a escala de la Unión Europea a través de requisitos públicos exigibles a los fabricantes.

Otro conjunto de posibles soluciones podría pasar por los padres y por dejar de usar pantallas en las escuelas. También haría falta contar con legislación que no permitiera la publicidad que promueve ciertas adicciones o la pornografía de libre acceso en internet. En este sentido, el problema no es el porno —ni el ancho de banda que ocupe— sino que casi la mitad de los niños al final de la escuela primaria,es decir, a los 10 años, ya accede al sexo online y eso tiene un impacto enorme en la sexualidad de los jóvenes.

En fin, hay que liberarse un poco de las garras de la tecnología digital para poder encontrar espacio en la cabeza que permita pensar en la construcción de un mundo diferente.

Una estela como la de la industria de la aviación

A la hora de dar a la tecla enter en una búsqueda de Google resulta difícil detenerse a pensar en la  huella de carbono que este gesto genera. No obstante, la contaminación que provoca la industria de internet comenzó a alarmar a los expertos hace ya una década. Porque en 2013, nuestra existencia online producía unos 830 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) por año, que equivalía al 2 % de las emisiones globales, la misma proporción que toda la industria de la aviación.

Desde entonces, la cosa ha empeorado bastante, ya que, en 2020, lo digital comportaba el 4 % de la cifra global de gases de efecto invernadero, es decir, el doble de lo que contaminan todos los vuelos mundiales, según los informes del laboratorio internacional The shift Project. De esta cifra, aproximadamente el 20 % corresponde al streaming (visionado de series y películas, radio, Youtube o llamadas online) y el consumo de energía de la tecnología digital sigue creciendo.

Por: Analía Iglesias para SINC.