Por: Pablo Corso | SciDevNet América Latina.
Aunque Latinoamérica se aleja de las formas más graves de desnutrición, la falta de micronutrientes –16 minerales y 14 vitaminas necesarios para las funciones celulares– también conocida como «hambre oculta» sigue siendo un desafío central.
Así lo sugieren una revisión de estudios publicada en el Food and Nutrition Bulletin y expertos consultados por SciDev.Net.
Si bien la prevalencia del hambre (6,5 por ciento) es inferior al promedio global del 9,8 por ciento, la inseguridad alimentaria afecta al 40 por ciento de la población latinoamericana, más de diez puntos encima de la media.
“La inseguridad alimentaria es una situación en donde la gente tiene angustia porque no logra cubrir completamente sus necesidades”, explica vía WhatsApp María José Soto-Méndez, autora de la introducción del trabajo. “Hambre es cuando ya no tienes para llevar alimento a casa”, complementa.
Latinoamérica supone un caso especial: “Nos vamos librando del hambre, pero seguimos en situación de inseguridad por efecto de la pandemia, los altibajos económicos y los conflictos armados”.
La anemia afectaba al 22 por ciento de latinoamericanas en edad reproductiva antes de la pandemia, cuando –coinciden los expertos– los índices volvieron a agravarse.
Por ejemplo, en la provincia de Tucumán (la más importante del norte argentino), la inseguridad alimentaria aguda alcanzó al 56 por ciento de los hogares durante los primeros meses de aislamiento.
“La estrategia había sido el stockeo de alimentos no perecederos ante el posible desabastecimiento, mientras que los micronutrientes de verduras y frutas fueron los más perjudicados”, recuerda María Laura Cordero, investigadora del CONICET de este país, que no participó de la revisión.
Algunos de los micronutrientes más importantes son vitamina A, hierro y yodo. Su carencia es conocida como “hambre oculta”, ya que, a pesar de no ser tan visible, puede reducir los niveles de energía, claridad mental y capacidad general, lo que a su vez genera peores resultados educativos y laborales.
Los altos requerimientos de micronutrientes en embarazadas y niños los vuelven especialmente vulnerables a su deficiencia.
La región también sufre las consecuencias de los costos elevados de una dieta saludable, con 131 millones de personas –sobre una población de unos 650 millones– incapaces de afrontar los requisitos nutricionales recomendados.
“El paso más importante para cubrirlos es que la dieta sea realmente variada”, reconoce Soto-Méndez. “Pero los alimentos más beneficiosos a veces son los más caros”.
Ultraprocesados en la mira
Otro de los estudios analizados en la revisión mostró que al menos ocho países (entre ellos Argentina, Brasil y Colombia) presentan una prevalencia crítica –mayor al 80 por ciento– de insuficiencia de magnesio, calcio y vitamina D.
El trabajo responsabiliza, en parte, a la transición de dietas tradicionalmente ricas en micronutrientes hacia alimentos “occidentalizados”, con altos niveles de grasas y azúcares.
Rulamán Vargas Quesada, uno de los autores, lo ejemplifica con el poroto, fuente de magnesio: “En Costa Rica, mi país de origen, su consumo –especialmente en adolescentes– se ha reducido en 50 por ciento en los últimos 20 años”.
En el mismo grupo, “la ingesta de alimentos con alto grado de procesamiento ha venido en aumento, tanto así que hace 20 años la principal fuente de energía era el arroz blanco fortificado, mientras que ahora la constituyen bebidas con azúcar añadido”, precisa.
La evidencia asocia el consumo de ultraprocesados con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades no transmisibles, insiste el investigador, que advierte sobre la “necesidad urgente” de mejorar la adecuación de micronutrientes con acciones como la biofortificación agronómica (aplicación de fertilizantes con nutrientes sobre los cultivos).
Desafío mayor
Solo unos pocos países han documentado deficiencias nutricionales en adultos mayores, en un contexto donde –por primera vez en la historia– su cantidad supera a la de los niños.
Esa población representa al 13 por ciento de los latinoamericanos, y se proyecta que llegará al 30 por ciento (220 millones) para 2030.
La falta de vitaminas y minerales en adultos mayores está asociada a la sarcopenia (pérdida de fuerza muscular), problemas cognitivos y caídas.
Las dos deficiencias más estudiadas se centran en las vitaminas D –cuya fuente es la exposición solar– y la B12, cuya absorción se bloquea con los antiácidos.
Entre los componentes aún por estudiar, la investigadora mexicana Vanessa De la Cruz-Góngora menciona al zinc, involucrado en el sistema inmunológico, y al magnesio, con un rol fundamental sobre el control metabólico.
“En México, las encuestas periódicas no tienen en cuenta a esta población”, lamenta. “Hacer un estudio representativo involucra mediciones de sangre venosa, donde la tasa de participación suele ser baja”, además de mayores costos de logística y capacitación.
Sin embargo, “es momento de empezar a invertir”, advierte. “No se ha mirado a este grupo, y para allí vamos todos”.
La revisión insiste en la necesidad de mayor investigación y vigilancia para abordar la carencia de micronutrientes en toda la población.
“¿Por qué no ligar las políticas de subsidio de alimentos a patrones más saludables?”, se pregunta Soto-Méndez, que reconoce que “históricamente la gente dice que las frutas y verduras rinden menos e incluso son más caras”.
De modo complementario, De la Cruz-Góngora llama a los gobiernos a fortificar alimentos de consumo básico, como la tortilla en México o el pan en Argentina, para compensar deficiencias entre embarazadas, niños y adultos mayores.
Para Cordero, es importante lograr articulaciones desde la ciencia y los estados para que “las comunidades se empoderen y avancen hacia una alimentación sostenible, que aproveche sus recursos”.
Más allá de esos aportes, la región necesita más y mejor información sobre la presencia de micronutrientes. Solo así, insiste Soto-Méndez, podrá optimizarse el proceso de toma de decisiones que ayude a mejorar la situación, sobre todo entre grupos vulnerables.
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