Alemania.

El pescador alemán Henry Schneider tuvo que parar de trabajar varios meses después que la proliferación de las  algas tóxicas matara en agosto cantidades  enormes de peces del Oder, un río fronterizo con Polonia.

Schneider, de 43 años, reanudó su actividad pero teme que la catástrofe se reproduzca debido al calentamiento climático que propicia ese tipo de plaga.

«Es increíble que aún queden peces», observa maniobrando su barca en las tranquilas aguas del río.

En agosto de 2022, el Oder experimentó una proliferación de microalgas «prymnesium parvum«, cuyas secreciones envenenan a los peces perturbando su respiración. En pocos días, la mitad de la fauna del río pereció.

Aunque las mediciones volvieron a la normalidad, las algas no desaparecieron y el riesgo de que el fenómeno se repita es alto debido al aumento de las temperaturas.

«En un mililitro de agua todavía vemos varios cientos de células» de algas, explica Martin Pusch, investigador en ecología del instituto Leibniz de Berlín.

Entre los pescadores, que reanudan progresivamente su actividad para ayudar al río a regenerarse, reina la preocupación. «Si esto vuelve a suceder, no habrá nada que pescar en los próximos años», subraya Schneider.

El año pasado, el elevado nivel de algas provocó un «colapso inmediato del turismo» y de la venta de peces de la que depende para vivir.

La familia Schneider, que pesca en este río desde hace más de un siglo, nunca enfrentó algo semejante. «Jamás vi tantos peces muertos«, asegura el padre de Henry, Peter Schneider, de 65 años.

Picos de salinidad

Según los científicos, las algas se desarrollaron gracias a un alto nivel de salinidad en el río durante un largo período de altas temperaturas.

Estos picos de salinidad «existen desde hace tiempo, pero se agravan con el cambio climático», destaca Pusch. Las altas temperaturas secan los ríos y la sal se diluye menos que antes.

Las asociaciones ecologistas acusan también a las minas de carbón situadas aguas arriba, en Polonia, que vierten en el río aguas residuales cargadas de minerales.

Las autoridades polacas y alemanas se dicen determinadas a evitar que esto vuelva a ocurrir. Pero disienten al tratar de deslindar las responsabilidades sobre lo ocurrido y en las medidas requeridas para evitar que vuelva a acontecer.

Polonia ordenó aislar las zonas afectada con alto nivel de algas, en el marco de un nuevo plan para evitar la repetición del desastre, y prometió instalar más plantas de tratamiento del agua y crear una policía fluvial.

Pero para el gobierno alemán y las asociaciones medioambientales esto no es suficiente.

Muchos peces encontraron refugio en zonas protegidas del río y de sus afluentes, donde la presencia de algas es menor.

Nuevas instalaciones humanas restringirán esos espacios, «aumentando el riesgo de catástrofes», explica a la AFP el director de WWF Polonia, Miroslaw Proppe.

Y con el actual avance del verano, ya se registró un aumento del nivel de  las algas en el cauce superior del Oder, en Polonia.

A pesar de las promesas de Varsovia de revisar todos los permisos que permiten a los industriales verter sus aguas residuales en el río, Berlín acusa a su vecino de inacción.

«No hay grandes esfuerzos para restringir (los vertidos de sal)», dijo esta semana un portavoz del ministerio alemán de Medio Ambiente.

Los pescadores, por el momento, quieren seguir con su actividad, pero con prudencia.

«Somos optimistas. Dentro de dos, tres o cuatro años volveremos a tener muchos peces», afirma Peter Schneider, que espera que le sucedan otras generaciones de pescadores.