A lo largo de la historia de la humanidad, mirar al cielo estrellado ha sido una fuente de inspiración para la humanidad. Así nació la astronomía, como un elemento común en todas las culturas que, desde antiguo, se ha utilizado para establecer calendarios, navegar, descubrir nuevas tierras e impulsar muchas investigaciones científicas.

Pero en las últimas décadas la comunidad astronómica, tanto de profesionales como de aficionados, ha comprobado que cada vez es más difícil desarrollar su labor debido a la creciente contaminación lumínica y otras nuevas amenazas: las nuevas constelaciones de satélites y las interferencias de radio.

Hasta hace solo un par de años nuestra principal preocupación se centraba en la pérdida progresiva del cielo nocturno debido al creciente aumento de la contaminación lumínica, con aproximadamente un 10 % de crecimiento al año y una cuarta parte de la superficie del planeta ya contaminada.

Fuimos los astrónomos los primeros en advertir de este problema y los que señalamos que este deterioro tenía serias implicaciones, no solo en la ciencia sino también en el medioambiente (existe una relación entre sobreiluminación y cambio climático que el público desconoce), en la biodiversidad, la salud, el patrimonio cultural asociado al cielo nocturno y en el desarrollo socioeconómico sostenible a través del astroturismo.

Pero en los últimos años hemos visto despuntar nuevas y muy serias amenazas para la astronomía profesional y amateur. El despliegue de un gran número de satélites en órbita terrestre baja (LEO) ha tenido un impacto imprevisto. Al darnos cuenta, ya los teníamos sobre nuestras cabezas.

Cuando se lanzó un lote prototipo de 60 naves de este tipo en mayo de 2019, los astrónomos se sorprendieron por lo brillantes que parecían desde el suelo. Entre el 5 y el 10 % de estos satélites están presentes sobre lugares astronómicos en un momento dado, y una proporción de ellos está iluminada por el Sol en un cielo oscuro.

Estrella Albireo en la constelación del Cisne tomada el 26 de diciembre de 2019. Dos de las diez exposiciones de 2,5 minutos grabaron satélites Starlink moviéndose por el campo. / Rafael Schmall

Con planes de hasta 400 mil satélites en estas constelaciones para 2030, miles serán visibles desde cada lugar en cualquier momento. Hasta el 30 % de las exposiciones de campo amplio en un gran telescopio se perderían durante las primeras horas de la tarde y antes del amanecer, y casi el 50 % de las exposiciones crepusculares estarían contaminadas.

Uno de los proyectos que se verán fuertemente afectados serán los estudios automatizados en busca de objetos en movimiento como asteroides potencialmente peligrosos.

El tercer problema son las interferencias de radio. La radioastronomía consiste en observar el universo en longitudes de onda que también son utilizadas por las radiocomunicaciones generadas por el hombre. Hemos convivido con ellas y con acuerdos internacionales que permitían definir bandas de radio protegidas.

Pero el incremento del ancho de banda y de la potencia de transmisión de las radiocomunicaciones ha provocado un aumento de las interferencias de radiofrecuencia en las observaciones astronómicas.

El despliegue de constelaciones LEO también producirá cientos de fuentes de radiointerferencias brillantes en rápido movimiento, visibles para los radiotelescopios a cualquier hora del día.

España es pionera en la conservación del cielo

La contaminación lumínica cuenta ya con regulaciones eficaces y tecnología para su disminución y ya se están dando algunos pasos en algunos países como en España que ha sido pionero en la preservación del cielo con la Ley del Cielo de 1988 de Canarias, pero me temo que el riesgo por las megaconstelaciones avanza muy rápidamente y es demoledor.

Los primeros satélites (década de 60 y hasta ahora) no eran maniobrables, pero el avance en la tecnología espacial ha contribuido a construir satélites cada vez más resistentes y maniobrables. Estos ya disponen de sistemas de propulsión que les permiten cambiar su órbita, así como desviarse de trayectorias de objetos entrantes y evitar colisiones, consiguiendo así misiones más largas.

La proliferación de pequeños satélites eleva los riesgos de colisión, especialmente en la órbita baja que ya está densamente poblada y, por tanto, aumentan el riesgo de colisión y de generar basura espacial. Estos impactos pueden poner en peligro satélites de observación, de vigilancia terrestre y para comunicaciones, cruciales para nuestra seguridad entre otros aspectos.

Por otra parte, están los satélites Starlink (operados por la compañía Space X de Elon Musk), equipados con sistemas de propulsión que pueden utilizarse para maniobrarlos fuera del camino de posibles colisiones. Esto podría ayudar a reducir el riesgo de colisiones y evitar aumentar aún más la cantidad de desechos en el espacio. Pero su creciente número no hará sino aumentar este riesgo y el espacio será cada vez menos sostenible.

Amenaza para la astronomía profesional y amateur

Esta contaminación lumínica, en su conjunto, amenaza los observatorios astronómicos profesionales, que se localizan precisamente en lugares remotos del planeta por contar con cielos muy oscuros. Cualquier resplandor del cielo puede saturar la débil señal de los objetos astronómicos, impidiendo su detección.

Sin embargo, las observaciones astronómicas terrestres impulsan importantes descubrimientos de gran repercusión en astrofísica y física fundamental y, a menudo, son esenciales para interpretar las observaciones de los telescopios espaciales. Actualmente existen más de 40 telescopios ópticos terrestres con espejos de 3 metros o más de diámetro.

Por su parte, la astronomía amateur también está fuertemente amenazada por la también llamada luz artificial de la noche (ALAN) y las megaconstelaciones de satélites LEO, especialmente en los ámbitos de los programas de investigación con científicos profesionales, la astrofotografía y el astroturismo.

Ejemplo de contaminación lumínica, sobre todo por el uso de leds blancos y azules y el escaso blindaje de las luminarias. Fernando Rey / SINC

 

Aproximadamente un millón de personas se dedican a la astronomía amateur, dos órdenes de magnitud más que el número de astrónomos profesionales. Los aficionados utilizan cámaras y telescopios con campos de visión más amplios que los grandes telescopios, por lo que es más probable que sus imágenes contengan estelas de satélites artificiales.

Los astrónomos aficionados descubren cometas, buscan supernovas en las galaxias, realizan campañas de seguimiento de estrellas variables y meteoritos, y confirman candidatos a exoplanetas.

Estas operaciones son especialmente vulnerables a la contaminación lumínica porque este colectivo no tiene acceso a los recursos económicos y tecnológicos necesarios para mitigar sus efectos. El incremento de la luz artificial nocturna y las megaconstelaciones satelitales compromete seriamente estas actividades, que serán prácticamente imposibles en la próxima década si se mantienen las tendencias actuales.

Asimismo, la demanda de certificación y formación en astroturismo ha crecido más de un 300 % en los últimos cinco años, atrayendo a decenas de miles de visitantes y proporcionando un retorno económico de más de cien millones de dólares en múltiples territorios, crecimiento que también se ve amenazado por el aumento de la contaminación lumínica.

En busca de soluciones

Es absolutamente necesario que trabajemos juntos y coordinadamente las partes interesadas (observatorios, industria, comunidad astronómica, organismos de financiación de la ciencia, responsables políticos nacionales e internacionales) sobre las medidas técnicas y políticas necesarias para limitar el impacto de la contaminación lumínica, radiofrecuencias y megaconstelaciones en la astronomía.

Respecto a estos últimos, las observaciones astronómicas se beneficiarían enormemente si las constelaciones de satélites planificadas utilizaran el menor número posible de naves espaciales (siendo el número óptimo cero) y mantuvieran las órbitas de los satélites bajas para que entraran en la sombra de la Tierra poco después de la puesta de sol.

También se necesitan establecer estrictas regulaciones y normativas nacionales e internacionales y vigilar su cumplimiento. En este sentido es esperanzador el papel que desempeña el recientemente creado Centro para Protección del Cielo (CPS) oscuro y silencioso de interferencias de megaconstelaciones de la Unión Astronómica Internacional (IAU).

Es necesario un pacto mundial en defensa del cielo. Esto implica educar y concienciar a la sociedad en su conjunto, algo que hacemos desde la Fundación Starlight a través de la difusión de la astronomía y el desarrollo socioeconómico local de las comunidades locales a través del astroturismo.

También sumando adhesiones a la Declaración Mundial de La Palma en Defensa del cielo Nocturno y el Derecho a la Luz de las Estrellas, y dando un paso más, defendiendo ante Naciones Unidas junto con la asociación de mujeres empresarias y profesionales BPW Spain, que el cielo sea un objetivo de desarrollo sostenible, porque sin cielo no hay planeta.