Por: Pablo Corso | SciDevNet América Latina
“El desafío net-zero es una meta muy ambiciosa” para los sistemas de producción latinoamericanos, admite Gonzalo Becoña, asesor en políticas ambientales del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay, al referirse al compromiso global de alcanzar el equilibrio entre las emisiones liberadas en la agricultura latinoamericana y aquellas que pueden ser absorbidas, eliminadas o compensadas (net zero o cero neto para 2050).
Durante la Cumbre Climática de Dubai (diciembre 2023), la ONU advirtió que América Latina necesita avanzar en la descarbonización de su sector agropecuario para alcanzar esa meta estipulada en el Acuerdo de París. Sin embargo, su rol como proveedora global de alimentos hace difícil pensar en una transformación satisfactoria sin afectar la productividad de un sector clave para la salud y la economía mundial.
Al respecto, Becoña señala a SciDev.Net que en la región “existe todavía una brecha importante para mejorar la eficiencia y los niveles de producción utilizando los mismos recursos”.
Con vistas a ese horizonte, “es necesario apostar al fortalecimiento de la evidencia científica, la creación de capacidades, más y mejor transferencia de tecnologías, y financiamiento accesible para mejorar la adopción” de prácticas sustentables.
Menos optimista, el ingeniero ambiental paraguayo Guillermo Achucarro -ex integrante de la ONG BASE en su país, hoy cursando un doctorado en ciencias y tecnología ambiental en la Universidad Autónoma de Barcelona- opina que alcanzar cero emisiones netas para 2050 “es algo bastante complicado, por no decir imposible”.
Y Ricardo Andrade Reis −profesor del departamento de Ciencia Animal en la Universidad Estadual Paulista en Brasil− plantea a SciDev.Net que la factibilidad de llegar al net-zero en la región “implica una combinación de métodos innovadores, apoyo político y prácticas sostenibles”. El principal desafío, sugiere, pasa por adaptar a gran escala los métodos que se están probando como exitosos en distintos países.
El desafío ganadero
A nivel mundial, América Latina tiene la mayor cantidad de emisiones provenientes de la ganadería –una actividad crucial para la región– con 1.889 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente, medida utilizada para calcular la huella de carbono.
Detrás están el este, el sudeste (1576 millones de toneladas) y el sur (1507 millones) asiáticos. Otros dos grandes mercados globales emiten mucho menos: Norteamérica 604 millones y Europa Occidental 579 millones.
Pese a albergar solo el 13,5 por ciento de la población mundial, los países latinoamericanos “producen un poco más del 23 por ciento de la carne bovina y de búfalo, y el 21,4 por ciento de la carne de ave en el mundo”, detalla un documento de la FAO sobre los avances y desafíos de la actividad.
La alta informalidad del sector ganadero, la débil vinculación de los productores con el resto de los actores, su vulnerabilidad socio-educativa y la falta de acceso a créditos fortalecen el pesimismo de Achucarro.
El investigador llama la atención sobre la importancia de considerar el problema del “aumento considerable de cabezas de ganado en detrimento de la reducción de bosque nativo”, pues la agricultura resultante de la deforestación no tiene la capacidad de absorber la misma cantidad de gases de efecto invernadero (GEI) que los bosques nativos.
En su país, el sector agrícola-ganadero es el de mayores emisiones de GEI, con el 50,2 por ciento del total, según datos del Ministerio de Ambiente.
“Cuando se deforesta masivamente para instalar algún monocultivo, el desequilibrio hidrológico, la pérdida de suelo fértil, las alteraciones en la regulación climática y la pérdida de biodiversidad modifican de manera drástica el entorno rural y urbano”, explica a SciDev.Net.
Louis Verchot, líder del proyecto sobre sistemas alimentarios bajos en emisiones del consorcio de investigación CGIAR, coincide con él: “La mayor parte de los abordajes de la agricultura net-zero se focalizan en su faceta productiva, ignorando la deforestación causada por la actividad, que genera emisiones de la misma magnitud”.
“La solución es multifacética; hasta ahora, el éxito ha dependido de una combinación de palos y zanahorias”, metaforiza. Así, menciona el monitoreo y la aplicación de la ley, y el ofrecimiento de alternativas para que los propietarios de tierras que no cumplen con ella vuelvan a hacerlo.
“La experiencia en América Latina ha demostrado la importancia de la gobernanza para resolver el problema de la deforestación”, recalca.
El papel del agro
El sector agrícola latinoamericano también es clave para la seguridad alimentaria global. La región “está cercana a constituirse como la próxima productora global de alimentos”, confirmaron fuentes de la FAO por correo electrónico a SciDev.Net.
Pero sus altas tasas de emisiones suponen un desafío que debe ser atendido no solo para preservar esa posición, sino también la calidad de vida de los agricultores, la sostenibilidad de sus entornos y la integridad de las cadenas de valor.
A fines del año pasado, el Banco Mundial (BM) exhortó a los países latinoamericanos a tomar “medidas urgentes” para reducir los impactos del cambio climático en la productividad y las cosechas, que “podrían exacerbar la inseguridad alimentaria aguda, la cual se incrementó rápidamente durante la pandemia de COVID-19 y afectó a más de 16 millones de personas en toda la región”.
Si no se emprende la transición hacia opciones con bajas emisiones de carbono, el aumento de las temperaturas podría llevar a casi seis millones de habitantes latinoamericanos a la pobreza en 2030 y expulsar de sus hogares a otros 17 millones en 2050.
La agricultura, la ganadería y sus actividades asociadas representan en la región el 47 por ciento de las emisiones de GEI, muy por encima del promedio global del 19 por ciento, según la Hoja de ruta para la acción climática (2021-25) del BM.
Verchot señala que entre las principales razones para ello están la mayor disponibilidad de tierras, el hecho de que las emisiones se contabilizan donde se cultivan los alimentos y no donde se consumen, y la limitada presencia de alternativas con mayores niveles de productividad.
El factor político también resulta central, ya sea para abordar o para exacerbar el problema.
Achucarro plantea que en Paraguay −después de Brasil, el país sudamericano con mayores tasas de deforestación− funciona un esquema de “cooptación del Estado a partir del gran caudal de dinero y poder con que cuenta el sector productivo”, que gracias a su alianza con el Partido Colorado logró incluir a “ganaderos y sojeros” en el gobierno.
Las decisiones de gobierno también entran en tensión con el factor climático en Argentina, uno de los cinco mayores productores mundiales de soja, donde “las sequías podrían provocar pérdidas de rendimiento” en las cosechas de hasta el 50 por ciento para 2050, advierte el BM.
En su relevamiento sobre los compromisos nacionales para reducir las emisiones de GEI, la FAO revela que ese país no tiene ninguna iniciativa de mitigación para el sector, pese a que proyecta aumentar la producción de carne y leche, algo que podría agudizarse bajo la gestión “ultraliberal” de Javier Milei.
Inteligencia climática
Un aspecto crucial de las emisiones agrícolas es el papel que juegan los pesticidas, dado que la mayor parte de los GEI emitidos corresponden al óxido nitroso, derivado del uso de fertilizantes.
Verchot plantea la necesidad de reducir los productos sintéticos, aunque advierte que la aplicación excesiva de nitrógeno en formas orgánicas también puede elevar las emisiones. La clave para disminuirlas, explica, “es hacer coincidir el suministro de nitrógeno del suelo con la demanda real de la planta”.
Los otros dos gases que contribuyen fuertemente a la emisión de GEI a la atmósfera son el metano (por la descomposición o digestión de materia orgánica) y el dióxido de carbono.
Las estrategias más prometedoras para disminuir el primero se relacionan a cambios en las dietas humanas (aumentar el consumo de semillas y proteínas no animales) y al manejo del ganado, con opciones que van desde la mejora de su alimentación hasta la manipulación genética, precisa Verchot a SciDev.Net.
En relación a la nutrición animal, Andrade destaca el potencial de aditivos como aceites esenciales, nitratos y algas para reducir tanto la cantidad como la intensidad de emisiones.
“Dado que contenido de fibra en el forraje y la ingesta de los animales son factores clave” en las emisiones de metano, la introducción de legumbres en las pasturas también es una estrategia de mitigación exitosa, asegura.
Para remover el dióxido de carbono, el mayor potencial está en las técnicas de captura y almacenamiento (extrayéndolo de la biomasa y eliminándolo de la atmósfera) y en la reforestación.
Achucarro cita dos ejemplos de estas últimas propuestas: los proyectos REDD del mercado voluntario de carbono, basados en la certificación y comercialización de iniciativas privadas de conservación de bosques, y −en su país− el programa estatal Proeza, focalizado en la plantación de 187 mil hectáreas de eucaliptos con fines de mitigación, energéticos y madereros.
Las medidas para aumentar la productividad por cabeza de ganado, el freno a la deforestación y la mejora en la eficiencia en el uso de recursos permiten a los ganaderos recibir créditos de carbono, recuerda Andrade.
“Los suelos de más de la mitad de las tierras de cultivo de la región están degradados, por lo que restaurar su salud y acumular materia orgánica es una buena solución”, agrega Verchot. “Eso mejora la productividad de la tierra, aumentando rendimientos y disminuyendo la susceptibilidad a sequías, plagas y enfermedades”.
La FAO también impulsa técnicas ganaderas “sostenibles y regenerativas”, es decir, bajas en emisiones y responsables con el medioambiente.
De las 24 analizadas en la región en 2021, 16 mostraron disminuciones en las emisiones de metano, incluyendo mejoras productivas de hasta el 68 por ciento, según un documento de la Comisión de Desarrollo Ganadero de la entidad, que ofrece asistencia técnica para facilitar la transición.
Uno de los ejemplos más destacados es el proyecto Ganadería y Clima de Uruguay, que busca implementar iniciativas de reducción de GEI por kilo de carne y captura de carbono en pastizales.
“En primer lugar se establece una línea de base, el proceso de diagnóstico para abordar un plan de rediseño del establecimiento, elaborado y acordado con cada familia o empresa”, explica Becoña.
“A partir de ahí, se hacen las recomendaciones para la adopción de tecnologías validadas para mejorar la productividad y así reducir la intensidad de emisiones GEI, y aumentar la captura de carbono”, agrega.
Entre ellas, menciona el pastoreo rotativo, la provisión de forraje según los requerimientos de cada animal, el manejo de los períodos de preñez y destete de las vacas, la alimentación diferencial y la suplementación si fuera necesaria.
Los productores notaron un incremento de 28 por ciento en sus ingresos y una disminución de 2 por ciento de los costos una vez aplicadas estas prácticas, incluso durante períodos de sequía.
Los enfoques climáticamente inteligentes también incluyen la diversificación de la producción agrícola, el uso de semillas y especies resistentes a la sequía y la integración de la vegetación mediante sistemas agroforestales y silvopastoriles, que combinan árboles, plantas forrajeras y ganado en la misma superficie, solución que gana adeptos en la región amazónica occidental y en América Central.
“Brasil ha sido un líder en la implementación de sistemas integrados de cultivos, ganadería y silvicultura”, confirma Andrade. “No solo mejoran la productividad sino que también aumentan la capacidad de secuestro de carbón del suelo y reducen las presiones para deforestar”.
En su país, el plan gubernamental de Agricultura Baja en Carbono otorga desde hace 15 años acceso a créditos y financiamiento para implementar estos proyectos en las granjas.
El CGIAR, por su parte, invierte unos US$ 300 millones anuales en la investigación de iniciativas como la inundación intermitente de sistemas arroceros, promovida por cooperativas de productores en Colombia que reduce el agua y las emisiones de metano.
Ese método “no solo contribuye a la sostenibilidad ambiental y la seguridad alimentaria, sino que también representa un avance crucial en la lucha contra el cambio climático, mejorando la resiliencia de los agricultores y optimizando el uso de recursos naturales”, pondera Sandra Loaiza, investigadora senior asociada de la Alianza de Bioversity International y el CIAT.
La entidad también apoya a los campesinos que trabajan en el Sistema Quesengual en Centroamérica, modalidad de producción con maíz, frijol o sorgo que implica la poda selectiva de árboles y la cobertura del suelo con ramas y hojas, que ayuda a retener la humedad y mejorar su fertilidad.
Ese sistema “presenta un gran potencial para mejorar tanto la conservación de la diversidad arbórea como el almacenamiento de carbono a nivel de parcela y paisaje”, agrega Pablo Siles, científico posdoctoral en las mismas entidades. Se ha probado como “una solución efectiva para rehabilitar paisajes degradados y mejorar los servicios ecosistémicos en el Corredor Seco de Centroamérica, donde la degradación del suelo y la escasez de agua son desafíos constantes”.
Consolidar el camino
El éxito y la continuidad de estos proyectos dependerán también de las decisiones políticas nacionales y regionales. En ese sentido, el BM sugiere la necesidad de que los subsidios agrícolas destinados a las prácticas que promueven la deforestación se reorienten hacia otras más sostenibles.
El manejo de pasturas ajustado a la cantidad de animales en la tierra, basado en la disponibilidad de forraje y en una mejor fertilización del suelo, aumenta la productividad por área, con un menor requerimiento de espacio que a su vez evita la deforestación, ejemplifica Andrade.
De forma complementaria, la FAO propone a cada país fortalecer los sistemas de monitoreo participativos y basados en información científica, mejorar el acceso a mecanismos de financiamiento, optimizar sus inventarios nacionales de GEI y establecer estrategias de apoyo a pequeños productores.
“Asistir a los países en la superación de estas barreras puede derivar en mitigaciones cuantitativamente significativas, en el corto plazo y de bajo costo, al mismo tiempo que se alcanzarían importantes beneficios en la adaptación climática y el desarrollo”, agrega.
Si se tienen en cuenta todos estos factores e iniciativas, resultará más plausible alcanzar el complejo equilibrio entre el objetivo net-zero y la continuidad en la provisión de alimentos, tanto para la región como para el resto del mundo.
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