Argentina. 

La reciente autorización para comercializar el primer trigo transgénico del mundo en Argentina reaviva el rechazo de sectores científicos, que alegan que representa una amenaza para la biodiversidad y lleva al aumento del uso de agroquímicos. Los exportadores, por su parte, critican el “riesgo comercial” que representa la decisión gubernamental.

El trigo HB4 emerge de estudios liderados por Raquel Chan, investigadora del Conicet y la Universidad Nacional del Litoral (Argentina), y su patente es propiedad de la compañía Bioceres.

Sus creadores destacan la mayor tolerancia a sequías y la resistencia al herbicida glufosinato de amonio, considerado el sucesor del glifosato.

Cruzado con genes del girasol, el nuevo trigo tiene 20 por ciento más de productividad promedio que el convencional, con oscilaciones dependientes de la zona y los factores climáticos.

El gobierno argentino ya lo había aprobado, pero la comercialización estaba sujeta a la autorización de Brasil, que compra casi la mitad de la producción local. Ese paso se concretó en 2021, y desde mayo de este año, Argentina permite su compra y venta.

Por el momento, Brasil importará harina transgénica, pero no la semilla. “Buscamos que se evaluara el grano desde su seguridad alimentaria”, explica a SciDev.Net vía telefónica Claudio Dunan, director de Estrategia de Bioceres, que ahora irá por la aprobación para siembra.

La autorización despertó la oposición de los productores, que alertan que la gran mayoría de los países prohíben el trigo transgénico para consumo humano. “Crea un riesgo comercial absoluto”, criticó el Centro de Exportadores de Cereales. El grano argentino podría devaluarse “por la posibilidad cierta de que llegue a destino un barco y se lo rechace por una contaminación”, agregó a la prensa local la Federación de Acopiadores de Granos.

“Desde hace tres años presentamos pedidos de aprobación en mercados importantes, y esa incertidumbre va a ir desapareciendo”, responde Dunan.

Bioceres, que también exportará trigo HB4 a Colombia, Nueva Zelanda y Australia, gestiona permisos en Estados Unidos, Indonesia, Sudáfrica, Nigeria, Vietnam, Tailandia, Filipinas, Chile y Bolivia.

En tanto, para un sector de la comunidad científica, “el trigo podría correr una suerte similar a la soja no transgénica, que ha sido completamente reemplazada por variedades transgénicas”, según advirtió una carta de más de mil investigadores a fines de 2020.

Aunque el trigo se autofecunda en un gran porcentaje, ocasionalmente se cruza con otras variedades. Una vez liberadas, las transgénicas podrían diseminarse mediante fecundación cruzada por polinización, planteaban los firmantes.

Bioceres responde que ese riesgo es bajo, porque gestiona un sistema de cultivos confinados. De todas formas, proyecta “incrementar la superficie o producir de una manera distinta” cuando consiga nuevas autorizaciones, una estrategia con apoyo oficial debido a la alta demanda de cereales por la guerra entre Rusia y Ucrania.

Otro de los reclamos científicos es que la decisión gubernamental implicará aumentar aún más el uso de herbicidas en un país donde ya se usan más de 525 millones de litros por año.

Al ser resistente al glufosinato de amonio, que elimina las malezas que compiten con su crecimiento, es muy probable que la nueva variedad dispare la demanda de un herbicida que la Organización Mundial de la Salud considera “moderadamente peligroso”.

Este año un estudio advirtió sobre la peligrosidad de su interacción con microplásticos, una señal de preocupación en Argentina, tercer productor de cultivos transgénicos y el mayor fabricante de bolsas plásticas para el acopio de granos del mundo.

“Al estar mezclado con glufosinato de amonio, [el plástico] lo vehiculiza y lo hace más biodisponible, volviéndolo más tóxico”, recordó ante la agencia de noticias de la Universidad Nacional de San Martín el investigador Rafael Lajmanovich, que ya había alertado sobre consecuencias dañinas en anfibios.

Los herbicidas, contrapone Dunan, “implican mejoras en la productividad de los suelos, secuestro de carbono y reducción del uso de diesel. Sin ellos, solo se podría alimentar a la mitad de la población mundial”.

En tanto, un grupo de cocineros también activó una campaña contra este trigo transgénico y la presencia de “venenos” en la comida.

Dunan replica que hay “una sobreestimación” de esas voces, y adelanta que Bioceres ya trabaja en una cerveza a base de HB4.

Consultada por SciDev.Net, Lourdes Gil Cardeza, de la Cátedra Libre de Agroecología de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina), dijo que el avance de los transgénicos se enmarca en “la lógica de homogeneización genética de los ecosistemas, que va a seguir contribuyendo a la pérdida de biodiversidad que nos está llevando al colapso ambiental”.

“La agricultura tiene que cambiar, eso es clarísimo”, reconoce Dunan. “Pero hay que hacerlo basándonos en la ciencia, combinando las tecnologías químicas con la rotación de cultivos, y el manejo integrado de variedades y malezas”.