Investigadores de América Latina trabajan con productores rurales y poblaciones ribereñas de la Amazonía para desarrollar estrategias con tecnologías capaces de impulsar sus sistemas agroalimentarios y hacerlos más sostenibles, disminuyendo la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero en esa región.
De esta manera, la ciencia se fusiona con el conocimiento tradicional, marcando un cambio respecto del modelo de transferencia de tecnología de arriba hacia abajo, donde las innovaciones se toman del laboratorio y se implementan en el terreno, a menudo sin tener en cuenta las necesidades de la población local.
En el caso del Amazonas se constató también que la transferencia de tecnologías agrícolas no eran suficientes para inducir la innovación de los sistemas de producción familiar y la explotación sostenible de los recursos del bosque, porque generalmente se daban de forma aislada y desconectadas de las necesidades y la vida real de las comunidades.
“[Estas tecnologías] apuntan a incluir a la población local en el Amazonas ayudando a aumentar la productividad y proteger el medio ambiente”, dice a SciDev.Net Judson Valentim, de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) en el estado de Acre, Brasil.
Un ejemplo son los biodigestores tubulares, que brindan a las familias rurales energía limpia para la preparación de alimentos y una fuente rica en nutrientes para complementar los procesos de fertilización del suelo. Estos beneficios incluyen la reducción de los costos externos de combustible para cocinar, así como mejoras en los sistemas productivos debido al uso de fertilizantes orgánicos de alta calidad.
En Perú, investigadores de la Universidad Nacional Toribio Rodríguez de Mendoza, en la región amazónica, crearon un sistema de ese tipo para tratar efluentes de las fincas ganaderas, procesar estiércol de ganado, generar combustible amigable con el ambiente, y reducir el impacto ambiental de la ganadería.
En Ecuador, investigadores de la Universidad Estatal del Amazonas crearon un biodigestor tubular que reduce la contaminación procesando estiércol de cerdo y las aguas residuales de la limpieza de corrales. El biogás obtenido se utiliza como fuente de combustible para producir energía térmica. La materia residual generada por la descomposición, conocida como digestato, se utiliza luego como fertilizante para cultivos de naranja, cacao, café y plátano.
“El diálogo estrecho con las comunidades locales es fundamental no solo para el diseño de las tecnologías, sino también para aumentar la probabilidad de que sean adoptadas”, dice a SciDev.Net Augusto Castro-Núñez, investigador del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), en Colombia. “Muchas veces los productores tienen interés en usarlas, pero no disponen de los recursos o los materiales necesarios para hacerlo”, añade.
Luchando contra las emisiones
La agricultura y la ganadería son dos de los sectores que más contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero. Las emisiones suelen surgir de procesos como la deforestación para el establecimiento de monocultivos o la cría de ganado.
En Juruá, en el estado de Acre, al noroeste de Brasil, los investigadores de Embrapa trabajan desde hace más de diez años con productores rurales en el desarrollo de técnicas capaces de recuperar y aumentar la fertilidad del suelo y hacer más rentables los cultivos de yuca, caupí (Vigna unguiculata) y maíz.
Los suelos de Juruá son poco fértiles y muy ácidos, así que la producción agrícola suele dejar de ser económicamente viable después de tres años. Eso forzaba a los productores a abrir nuevas áreas del bosque nativo para poder seguir cultivando.
“En lugar de decir lo que los productores tenían que hacer, los invitamos a trabajar con nosotros para definir conjuntamente las mejores estrategias para cambiar esa realidad”, refiere Valentim.
Esa colaboración ha resultado en un esquema de fertilización controlada y corrección de la acidez del suelo basándose en la siembra directa del cultivo de gramíneas y leguminosas, y en un sistema de rotación de cultivos agrícolas.
La estrategia ha logrado aumentar los niveles de materia orgánica y nitrógeno en el suelo y reponer parte de los nutrientes eliminados en la cosecha anterior, mejorando su fertilidad. La productividad de la yuca y el maíz en Juruá ha aumentado aproximadamente un 50 por ciento en 13 años en comparación con los cultivos convencionales.
“Además de restablecer la capacidad productiva del suelo y aumentar el rendimiento de los cultivos, hemos logrado mantener la fertilidad de las áreas recuperadas y el uso continuo de la tierra, lo que permite cultivos sucesivos sin necesidad de convertir más áreas de bosque en nuevas plantaciones”, añade.
Cuando el agricultor Sebastião Oliveira se unió al proyecto, gran parte del suelo de su propiedad era improductivo. “Siempre cultivé yuca para la producción de harina utilizando el sistema de tala y quema, pero la propiedad perdía su capacidad de producción”, cuenta a SciDev.Net.
Antes de asociarse con Embrapa, él producía hasta diez toneladas de yuca por hectárea. Con el manejo sostenible y suelos de calidad, su productividad aumentó a 25 toneladas por hectárea. “Pude diversificar mi producción con cultivos de maíz y caupí”, añade. “Dejé la agricultura de tala y quema y volví mi propiedad más productiva”.
Según Valentim, el desarrollo y uso de tecnologías sociales por pequeños, medianos y grandes productores en sus sistemas de producción podría contribuir a evitar la deforestación de entre 58,2 y 75,7 millones de hectáreas de vegetación nativa en el bosque Amazónico.
Los investigadores estiman que en estos 13 años cada hectárea cultivada bajo este sistema dejó de emitir a la atmósfera 1.536 toneladas de dióxido de carbono (CO2), responsable principal del aumento del efecto invernadero.
Freno a la deforestación
La deforestación derivada de la producción de alimentos y la ganadería extensiva ha hecho que la Amazonía pierda su capacidad de extraer CO2 de la atmósfera y de servir como freno al proceso de calentamiento global.
Solamente en la Amazonía colombiana, por ejemplo, la deforestación para el establecimiento de ganaderías en los últimos 34 años ha aumentado hasta en 3 millones de hectáreas.
“Eso da como resultado aumento de las temperaturas, cambios en los patrones de precipitación y aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, causando daños e impactos económicos sustanciales en los sistemas productivos de la región”, asegura Castro-Núñez, quien lidera el tema de investigación de Sistemas Alimentarios Bajos en Emisiones en la Alianza de Bioversity International y CIAT.
Conocida como Mitigate+, la iniciativa tiene como objetivo reducir las emisiones anuales de los sistemas alimentarios mundiales en un siete por ciento para 2030 mediante el trabajo en colaboración con productores locales.
En Colombia, Mitigate+ centra su trabajo en los departamentos de Caquetá y Cesar (sur y noreste del país, respectivamente) ayudando a aproximadamente 700 productores a obtener cacao más productivo, sostenible y capaz, incluso, de promover la paz.
“El cacao es estratégico para Colombia porque se encuentra entre los cultivos cuya producción ha promovido el gobierno para poner fin a la siembra de hoja de coca, vinculada a la deforestación y al conflicto en el país”, dice Castro-Núñez.
Mediante reuniones y talleres con los productores, el equipo de Mitigate+ pudo comprender las brechas que limitan la producción sostenible del fruto. A partir de esos encuentros, desarrollaron una estrategia basada en la incorporación de árboles en las fincas para aumentar la biodiversidad, restaurar las condiciones biofísicas del suelo y protegerlo de la erosión, al tiempo que proporcionan la sombra natural necesaria para que las plantas de cacao se desarrollen.
“El sombreado promovido por el dosel de árboles más grandes impulsa el crecimiento del cacao en sus distintas etapas de desarrollo”, añade Castro-Núñez. “La estrategia también permite la generación de ingresos y alimentos necesarios para la seguridad alimentaria de las familias al proveer diversificación productiva”.
Desde Tefé, en el estado de Amazonas –al norte de Brasil– Maria Cecília Rosinski Lima Gomes, ingeniera ambiental del Instituto Mamirauá para el Desarrollo Sostenible, subraya: “tenemos una población extremadamente necesitada en la Amazonía que depende de la explotación de recursos naturales que se sabe pueden agotarse debido al cambio climático”.
“Es preciso integrar la agricultura y la ganadería local con los ambientes amazónicos y desarrollar procesos de innovación que vayan más allá de las soluciones puramente tecnológicas y generadas externamente a esos territorios”, explica.
La investigadora coordina un proyecto de preservación del pez arapaima gigante (Arapaima gigas), especie que ha sido sobreexplotada en las últimas décadas.
En la cuenca del Amazonas, junto con pescadores locales, su equipo ha llevado a cabo un modelo de gestión colaborativa desde 2010 que ha aumentado la población de estos peces, una de las especies más importantes para las culturas amazónicas.
La estrategia se basa en el conteo de los ejemplares por parte de los pescadores en lagos específicos que funcionan como reservas ecológicas. Esta información luego se utiliza para determinar las cuotas de pesca, que equivalen al 30 por ciento de los individuos registrados el año anterior, utilizando un protocolo desarrollado conjuntamente por los residentes y el equipo de investigación.
En los lagos protegidos y vigilados del río Juruá, el número de individuos es hasta un 425 por ciento mayor en comparación con zonas sin actividad de vigilancia.
Conservación de bosques en llanuras inundables
Otro ejemplo viene del Pará, estado al norte de Brasil, donde el trabajo conjunto de investigadores y productores de açaí (Euterpe precatoria) ha ayudado a conciliar la producción del fruto con la conservación de los bosques de las llanuras inundables del estuario del Amazonas.
La palmera de açaí crece naturalmente en estos ambientes y sus frutos son parte importante de la dieta de las poblaciones ribereñas. Sin embargo, el aumento de su consumo en otras regiones del país ha llevado a una intensificación de su recolección en los bosques paraenses.
La mayor demanda de fruta aumentó los ingresos de las comunidades costeras. Sin embargo, la actividad puso en riesgo la biodiversidad local, ya que los productores comenzaron a eliminar otras especies nativas para dejar espacio para plantar más palmas de açaí, generándose un círculo vicioso de deforestación de la selva.
En colaboración con productores ribereños del archipiélago de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, investigadores de Embrapa-Pará y otras instituciones amazónicas de enseñanza e investigación, desarrollaron una técnica de manejo que limita el número de palmeras de açai a 400 por hectárea y añade 250 árboles de otras especies con troncos finos, medios y gruesos, contribuyendo a mantener la diversidad forestal.
Además, ayuda a aumentar la producción del fruto, porque el açai depende de especies madereras para producir más frutos. Ello, debido a que las raíces de esas especies logran penetrar profundamente en el suelo, extrayendo el máximo de nutrientes. Estos son transportados a las hojas, que caen y se convierten en abono para las palmeras de açaí.
“Sin estas especies, la disponibilidad de nutrientes para las palmeras de açaí disminuye, al igual que la producción de los frutos”, explica a SciDev.Net el ingeniero forestal José Antônio Leite de Queiroz, de Embrapa-Amazonía Oriental.
“Capacitamos a algunos productores para que ellos puedan capacitar a otros productores”, agrega.
Teófro Lacerda Gomes es uno de ellos. Él dice a SciDev.Net que su producción se ha triplicado desde la adopción de la estrategia, pasando de dos a seis toneladas por hectárea. “Eso ha mejorado mucho la producción a lo largo del año”, afirma. “Ahora estoy ayudando a otros compañeros a que hagan lo mismo”.
“Es importante reconocer que existen otras fuentes de innovación y que algunas tecnologías se originan en ecosistémicos específicos donde los actores locales son cruciales para su diseño, ejecución y mantenimiento”, señala Denise Gutierrez, coordinadora de tecnología social del Instituto Nacional de Investigaciones Amazónicas (INPA), en Manaos, capital del Estado de Amazonas, donde desarrolla proyectos de inclusión social por medio de la socialización del conocimiento científico.
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