Longyearbyen, Noruega.
Hogar de osos polares y escenario del sol de medianoche y las Luces del Norte, un archipiélago noruego enclavado en el Ártico intenta sacar provecho de su naturaleza prístina, pero sin arruinarla.
El archipiélago de Svalbard, a 1 mil 300 km del Polo Norte y accesible por vuelo comercial, ofrece a los visitantes grandes extensiones de naturaleza silvestre, con montañas majestuosas, glaciares y fiordos congelados.
Más bien, los fiordos solían estar congelados. Svalbard está ahora en la línea de frente del cambio climático, con el calentamiento del Ártico tres veces más acelerado que el planeta.
Las minas de carbón, que motivaron los primeros asentamientos humanos en el sitio, han cerrado a lo largo de los años y el turismo se convirtió en uno de los principales pilares de la economía local, junto a la investigación científica.
«Siempre es difícil de defender porque sabemos que el turismo crea desafíos en todos los sitios que la gente visita, así como en la perspectiva más amplia del cambio climático», admitió Ronny Brunvoll, jefe de la junta de turismo Visit Svalbard.
«No podemos impedir que la gente viaje, no podemos impedir que la gente se visite unos a otros, así que tenemos que encontrar soluciones», agregó.
Alrededor de 140 mil personas visitan estas latitudes cada año, según datos previos a la pandemia. La zona tiene 65 por ciento de su territorio bajo protección.
Al igual que los 3 mil residentes locales, los visitantes deben seguir reglas estrictas que les impiden molestar a los animales (seguir a un oso polar puede conducir a una enorme multa) o cortar flores en un ecosistema casi desprovisto de vegetación.
«Estás realmente frente a la naturaleza. No quedan muchos sitios así», declaró Frederique Barraja, un fotógrafo francés, en uno de sus frecuentes visitas a la zona.
«Atrae a gente como todos los sitios raros, pero estos sitios son frágiles, así que se debe ser respetuoso al visitarlos», agregó.
El contaminante combustible pesado, utilizado en grandes cruceros, ha sido prohibido en el archipiélago desde inicios del año, antes de que la restricción se aplique progresivamente en todo el Ártico a partir de 2024.
Los grandes cruceros pueden dejar hasta a 5 mil pasajeros en Longyearbyen, el modesto poblado principal del archipiélago cuya infraestructura, como carreteras y sanitarios, no está diseñada para recibir grupos tan grandes.
Ola eléctrica
Algunos operadores turísticos van más allá de los requerimientos legales, como la línea noruega de cruceros Hurtigruten, que busca convertirse en «el operador de turismo más ambientalista del mundo».
La sostenibilidad «no debe ser una ventaja comparativa», comentó Henrik Lund, un ejecutivo del grupo. «Debería solamente dar derecho de operar».
La empresa prohibió en 2018 los plásticos de un solo uso y ahora ofrece recorridos en motos de nieve eléctricas.
Recientemente también lanzó excursiones a bordo de la moderna nave híbrida Kvitbjorn (oso polar, en noruego), que combina un motor a diésel con baterías eléctricas.
«En las áreas idílicas de exploración, usamos solo electricidad. Vamos en silencio y no dejamos humo de combustión», señaló Johan Inden, jefe del fabricante de motores marinos Volvo Penta.
Pero hay un inconveniente: en Svalbard, la electricidad viene de una planta a carbón, un combustible fósil causante del cambio climático.
«La electrificación tiene sentido, sin importar la fuente de energía», insistió Christian Eriksen del grupo ambientalista noruego Bellona.
Ya sea que venga de fuentes «sucias» o «limpias», la electricidad «hace posible reducir las emisiones», según Eriksen, citando un estudio sobre coches eléctricos que llegó a esa conclusión.
Aún así, Longyearbyen tiene previsto cerrar la planta para 2023, invertir en energías renovables y reducir sus emisiones en 80% para 2030.
«Debemos reconocer que el problema realmente grande que tenemos es el transporte hacia y desde Svalbard, tanto para turistas como para todos nosotros los locales», señaló Brunvoll.
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