Las plantaciones de palma de aceite cerca de ríos y arroyos podrían deteriorar seriamente el hábitat de estos ecosistemas y afectar servicios ambientales como la disponibilidad de alimentos y el mantenimiento de la calidad del agua.
Diversas investigaciones[i] responsabilizan a la expansión de la palma aceitera de propiciar deforestación, pérdida de biodiversidad, degradación de turberas, altas emisiones de gases de efecto invernadero[ii] y contaminación hídrica[iii], pero existe poca evidencia de sus efectos sobre ecosistemas acuáticos cercanos a estas plantaciones.
Un estudio realizado en la cuenca de Usumacinta, en la frontera entre México y Guatemala, en cultivos de palma de aceite situados a 500 y 3.000 metros de distancia de cuerpos de agua, identificó que esta proximidad podría tener efectos negativos para las especies acuáticas y alteraciones en los ciclos bioquímicos del agua a causa del uso de agroquímicos.
“Vimos que hay deforestación y que el monocultivo está muy cerca de los sistemas acuáticos, esto es una alarma porque podría impactar en la salud de los ecosistemas”, señaló a SciDev.Net vía Zoom, Vera Camacho Valdez, investigadora del Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), en México, y autora principal del estudio publicado en Plos One.
Con su equipo de investigación, la académica realizó un análisis espacial para mapear la actual extensión de la palma aceitera y el cambio de uso de suelo en la cuenca de Usumacinta, una región ampliamente estudiada que se caracteriza por ser un importante reservorio cultural, hidrológico y biológico y por tener una gran variedad de especies endémicas de peces.
Los autores señalan que en la región mexicana, la palma comenzó a expandirse rápidamente en la última década por el impulso de políticas gubernamentales, inversiones internacionales y la presencia de grandes áreas aptas para este cultivo. Y que hoy, al menos el 50 por ciento de las plantaciones se encuentra cerca o muy cerca de cuerpos de agua.
“Como los cultivos de palma recién están empezando en esta parte del país, creemos que este tipo de análisis puede ayudar a transitar hacia un manejo sustentable”, señala Camacho Valdez y enfatiza que el manejo debería incluir la siembra en paisajes que ya han sido modificados y no donde aún existe selva.
“Estos trabajos sirven para resaltar la importancia de los ecosistemas y la información se puede trasladar a Argentina con el monocultivo de la soja o a Colombia con la expansión de la palma africana. Para alcanzar una producción más sustentable lo primero es conservar los ecosistemas aledaños a los cultivos, que en el caso de Usumacinta es la selva y los ecosistemas acuáticos”, asegura.
Lo mismo opina Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible, entidad no gubernamental que lleva más de una década de trabajo en proyectos de monitoreo y conservación de los paisajes naturales y sociales en Colombia.
“Hoy por hoy el tema de la palma no se puede medir solamente en el tema de la deforestación, se tiene que medir también en el impacto sobre otras coberturas naturales”, asegura Botero, quien no participó en el estudio de Usumacinta.
Por ejemplo, en su país, algunas sabanas de la región de los Llanos Orientales tienen un proceso muy fuerte de cambio de uso del suelo que no ha sido lo suficientemente registrado porque no se trata de bosques. En este sentido, Botero sostiene que es importante avanzar en el estudio de los impactos de las aguas superficiales.
“Hay una práctica muy recurrente a ocupar ecosistemas acuáticos, en particular a desecar áreas de lagos, lagunas, ciénagas, meandros abandonados, todos estos cuerpos de agua que además tienen una condición de grandísima fertilidad por la cantidad de materia orgánica y el tipo de sedimentos que cargan”, asegura.
Estas intervenciones en las llanuras aluviales fluviales, como lo son la Cuenca de Usumacinta y las sabanas de Colombia, afectan los servicios ambientales, entendidos como los beneficios que las personas obtienen de los ecosistemas. El estudio que lidera la investigadora de ECOSUR señala que estos impactos pueden causar una importante disminución en el suministro de servicios ecosistémicos que son vitales para las comunidades locales.
El trabajo señala que, aunque el cultivo de palma aceitera se vincula con la generación de recursos económicos para las poblaciones locales, también se han identificado impactos sociales negativos con serias implicaciones para la seguridad alimentaria de las comunidades rurales, la concentración de la tierra, la pérdida de ingresos y acceso a los recursos naturales.
“Al final de cuentas son las empresas privadas las que se llevan la mayoría de la ganancia económica de este cultivo. En esta región, son pequeños campesinos los que están cultivando la palma, seguramente les pagarán poco y los impactos que vienen a sus tierras como la erosión del suelo son tremendos”, señala la académica.
Los investigadores sostienen que es urgente la implementación de medidas que prioricen la conservación de la tierra y generen una distribución equitativa de los beneficios económicos claves para establecer practicas sostenibles en el sector palmero.
Botero agrega algo más a este análisis y señala que existe en Colombia –y probablemente en otros lugares de la región– un mercado especulativo de tierras de posible expansión y esto también debe ser controlado.
Para él es igualmente necesario un sistema de trazabilidad que permita obtener el seguimiento de los productos en toda su cadena y con esto evitar que las fábricas de procesamiento se vinculen con plantaciones que tienen un comportamiento agresivo con el ambiente y con la población.
Por: Daniela López
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