El Doctor Frank-N-Furter celebra en su mansión la convención anual de la galaxia Transilvana, a la que pertenece el planeta Transexual, que tiene como tradición uno de los bailes centrales de la fiesta. El doctor, un extravagante científico travesti y bisexual, muestra a los huéspedes su última creación: Rocky Horror, un ‘cachas’ rubio hecho con medio cerebro de un delincuente juvenil. La historia de The Rocky Horror Picture Show se vuelve más delirante conforme avanza. Esta película, dirigida por Jim Sharman y estrenada en 1975, es abiertamente queer en fondo y forma. Desde entonces, se ha convertido en un film de culto y un canto a la libertad sexual.

La película de Sharman es una revisión musical y libérrima de Frankenstein, de Mary Shelley, escrita a principios del siglo XIX y considerada la primera obra de ciencia ficción de la historia.

Mucho antes de Shelley ya se escribían historias de protociencia ficción. En una fecha tan temprana como el siglo II, el filósofo Luciano de Samósata imaginó Relatos verídicos, otra sátira frenética, en este caso de las grandes epopeyas, que enumeraban acontecimientos fantásticos y míticos como si fueran reales. En un viaje accidental por el universo, el protagonista se ve inmerso en una guerra entre la Luna y el Sol: tras unirse a las filas del bando que resulta vencedor, es ofrecido en matrimonio al hijo del rey en el que podría ser el primer ejemplo de relación LGTB plasmada en un texto de ficción especulativa.

“En la ciencia ficción se han planteado alternativas a la sexualidad heternormativa y al género binario desde el principio de los tiempos”, comenta Teresa López Pellisa, profesora de Literatura en la Universidad Alcalá (Madrid) y especialista en la materia.

Por su parte, Bárbara Guirao, editora de LES, una editorial especializada en libros para mujeres de la comunidad LGTB, coincide con López y señala a SINC que “la literatura considerada de ciencia ficción propicia esa normalización de los personajes LGTB, ya que están inmersos en tramas que se encuentran por encima de cualquier orientación o identidad de género”.

Aún así, la ciencia ficción no ha sido rápida sacudiéndose la caspa de un subgénero históricamente pensado para el consumo del hombre joven blanco y heterosexual. Su vertiente feminista puso sobre la mesa la falta de diversidad y sirvió de altavoz a mujeres con historias y personajes que se quedaban fuera de la norma. 

Distopías y recreación de mundos posibles

Una representación más plural de la realidad puede hacerse “desde distopías en las que se refuerza la heteronormatividad obligatoria a partir de la opresión de la diversidad sexual, como en el libro y la serie El cuento de la criada o la película Langosta”, explica López Pellisa. Entre los títulos de cine más icónicos está la película de 2005 V de Vendetta, en cuya trama tienen un peso importante dos historias sobre personas homosexuales que son castigadas por serlo.

Cartel de la película V de Vendetta de 2005 / Warner Bros

 

Esta acción también puede ser hecha recreando mundos posibles “en los que se convive de manera natural con la diversidad de género y sexual, como en los libros Mares cambiande la escritora Lola Robles o La mano izquierda de la oscuridad de Úrsula K. Le Guin”. En este último, la autora, uno de los máximos exponentes de la sci-fi literaria, elabora una de las primeras ficciones abiertamente queer de la literatura.

Más actual es San Junípero, uno de los capítulos más sonados (y más amables) de la serie Black Mirror, cuyas protagonistas son una pareja de mujeres y en el que se plantea una alternativa a la muerte: trasladar la mente a un lugar feliz en el que pasar la eternidad.

Por otro lado, la autora Elia Barceló escribió hace un cuarto de siglo una de las referencias españolas en literatura de ciencia ficción: Consecuencias naturales, una sátira sobre los roles de género en la que un hombre, el teniente Andrade, queda embarazado tras tener relaciones con quien él consideraba una hembra de la raza alienígena Xhroll.

También es interesante el relato Huevos, de Cristina Jurado, parte de la antología Proyectogénesis, que describe una sociedad en la que las personas pueden fecundar y ser fecundadas, existe la posibilidad de la gestación en un útero externo y el género parece indefinido.

Robles, que también es experta en ciencia ficción feminista y queer, explica a SINC que para que una obra sea considerada LGTB debe mostrar personajes protagonistas o con importancia notable en la historia “con orientación sexual o identidad de género no normativas. Pueden estar inmersos en un argumento que no tenga nada que ver con su condición o, por el contrario, su orientación o identidad puede ser también uno de los temas centrales de la obra”.

Según un informe de GLAAD, en 2019 los porcentajes de inclusión de personas LGTB en TV fueron los más elevados de los últimos ocho años

Pluralidad creciente

Las cifras dicen que la pluralidad de personajes es creciente en la ciencia ficción. GLAAD, una organización de activismo LGTB, registra anualmente el número de personajes homosexuales, bisexuales y transgénero que aparecen en televisión. Según su ultimo informe, en 2019 los porcentajes de inclusión fueron los más elevados de los últimos ocho años: de las 118 películas analizadas, 22 (un 18,6 %) incluían personajes lesbianasgaisbisexualestransgénero o queer, un ligero incremento frente al 18,2 % de 2018.

Sin embargo, esta ruptura con la uniformidad también ha despertado sentimientos de rechazo. La diversidad de sexualidades e identidades sexuales “es especialmente difícil en el mundo de la ciencia ficción, al igual que el del comic. Su fandom no siempre reacciona bien cuando se insinúa que algún personaje pueda ser LGTB. La visibilidad es necesaria porque así, en un futuro, nadie dará importancia a la orientación sexual o a la identidad de género de los personajes”, dice a SINC Miriam Guijarro, coordinadora de Cultura de FELGTB (Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales).

En un ejemplo con final simpático de esta defensa apasionada de su territorio, una crítica de un fan masculino al libro Las estrellas somos legión que opinaba que “no es más que un libro de lesbianas en el espacio“, provocó que su autora, Kameron Hurley, cambiara el título de su libro en la siguiente edición, que ahora puede encontrarse como Lesbianas en el espacio.

La plataforma de contenidos Netflix, ha sido blanco de críticas por la inclusividad que, según defiende la empresa, forma parte de su ADN. Señalan también en su web la voluntad de crear “un legado de inclusión perdurable en el sector del entretenimiento. Estamos en las primeras etapas de un cambio trascendental en la narración”.

Sense 8 ejemplifica muy bien la intención de la plataforma. Esta serie de ciencia ficción relata la historia de un grupo de personas que, pese a vivir en distintas partes del mundo, están conectados mentalmente. Hay una pareja gay y una de lesbianas, en la que una de las mujeres es además transexual.

“Es muy interesante el trabajo de esta serie a muchos niveles. Además de que la relación de la pareja lesbiana es muy chula, sus conversaciones sobre feminismo o sobre los problemas que tienen dentro del colectivo debido a la transfobia están muy bien tratadas”, opina Andrea Francisco Amat, investigadora social especialista en diversidad LGTB, en conversación con SINC.

Jamie Clayton y Freema Agyeman como Nomi y Amanita en la serie de ciencia ficción ‘Sense 8’. / Netflix

“El privilegio de estar dentro de la norma es que estás en un espacio reconocido de derechos en el universo de lo social, y en cuanto no estás en ese espacio visible no existes”, explica. Precisamente, el privilegio heteronormativo es el asunto que atraviesa la trama de la otra pareja homosexual de esta serie de Netflix. Formada por dos hombres, uno de los cuales es un actor de éxito encasillado en papeles de héroe y de galán que oculta su homosexualidad. Quedarse en el armario es su manera de no perder el reconocimiento del que goza.

Lilly Wachowski, codirectora de la serie Sense 8 y también de la película Matrix, uno de los emblemas de la sci-fi, ha reconocido que este film es una metáfora sobre cómo es ser una persona transgénero: «Esa era la intención original, pero el mundo no estaba listo. Me alegra de que los fans hayan sabido ver esas aparentes resonancias en nuestras películas”, ha declarado Wachowski a The Guardian. La directora se declaró transgénero junto con su hermana Lana, también directora, después de acabar la trilogía.

De todas las siglas del colectivo, “la identidad trans —ahora mismo, en el ojo del huracán con el tema del borrador de la Ley Trans— es la menos representada en la literatura de la ciencia ficción. Los intersexuales tampoco son muy conocidos. El lesbianismo y la homosexualidad se han ido normalizando”, afirma Robles.

Lo que no vemos no existe

La ciencia ficción española ha llegado al gran público recientemente a través de la serie El ministerio del tiempo. Uno de los personajes principales, Irene Larra, una funcionaria parte de un equipo que se encarga de viajar por el tiempo para asegurarse de que “la historia siga siendo la que es”, es una mujer lesbiana que consigue escapar a un futuro de infelicidad cambiando de época.

La similar y británica Doctor Who (en emisión desde 1963) ha sido más conservadora, pero su spin off, la serie Torchwood con “varios personajes bisexuales, muestra unas relaciones más positivas y respetuosas con esta siglas”, cuenta Guijarro.

La actriz que da vida a Irene Larra, Cayetana Guillén Cuervoha contado que la serie “ha ayudado a normalizar la diversidad” y que muchas jóvenes se han animado a contar a su familia que son homosexuales gracias a ella. Miriam Guijarro lamenta que las lesbianas “de más de 40 años pasaron su adolescencia haciendo una fiesta cada vez que se insinuaba (porque pocas veces se decía) en una película que dos mujeres podrían ser más que amigas”.

La representación de los personajes LGTB no es un capricho, es necesaria en un subgénero, la ciencia ficción, dirigido en gran medida al público joven. La invisibilidad “afecta porque nos limita, culpabiliza e imposibilita. Lo que no es visible no existe o tiene una categoría inferior. Nos cuesta más imaginar los discursos que no están representados”, dice Andrea Francisco Amat.

Pero es algo que beneficia a toda la sociedad, independientemente de cómo viva la sexualidad. “La cultura es una de las armas más potentes que tenemos dentro del activismo LGTB. Por un lado, las personas del colectivo necesitan referentes positivos con los que sentirse identificados; y por otro, esos referentes son muy importantes para las personas de su entorno, que dejan de ver la orientación o la identidad como algo problemático o dramático”, afirma Guijarro.

De la necesidad de visibilizar las distintas realidades surgen editoriales como EgalesDos bigotes, o la ya nombrada LES. “Lo que no se ve parece no existir y lo que no existe no puede normalizarse —dice su fundadora—. Es cierto que hay un puñado de editoriales especializadas en ciencia ficción y fantasía que aprecian la diversidad en las obras que publican, pero también es obvio que este ha sido un subgénero habitado por hombres y escrito por autores. Una buena representación es crucial para que la persona LGTB perciba modelos en los que verse reflejada y sentir que no está sola, pero también para que el resto de la sociedad normalice la presencia de miembros de la comunidad LGTB”.

El síndrome de la lesbiana muerta

Aunque, afortunadamente, los personajes LGTB han llegado a la ficción, parece que aún no se han ganado el derecho a un final feliz. Las comunidades de fans aseguran que los mueren con mucha más frecuencia que los heterosexuales, un fenómeno que se conoce como bury your gays que tiene una derivada más concreta conocida como el síndrome de la lesbiana muerta.

En la serie The 100, un equipo de personas criadas en el espacio baja a explorar la Tierra y chocan con sus habitantes. Las líderes de ambos grupos mantienen una tensión sexual que llega a consumarse, para, justo después, acabar con la vida de una de ellas, Lexa, hecho que dio lugar a una protesta masiva de los fans de la serie.

Se quejan no solo de sus muertes, sino de que estas suceden de una forma evitable y sin interés para la trama, como para deshacerse del personaje en cuanto cumple su función. De hecho, Irene Larra también iba a morir en la primera temporada de El Ministerio del tiempo, aunque los guionistas decidieron ‘salvarla’ y darle más protagonismo.

Fotograma de la película Dune (1984) con los actores Leonardo Cimino y Kenneth McMillan. / Universal Pictures

Monstruos y villanos

Durante años, además de tímida, la representación LGTB ha sido tremendamente estereotipada, caricaturesca e incluso insultante. “No solo han estado infrarrepresentados, sino que a menudo la escasa visibilidad es negativa y contribuye a perpetuar prejuicios y a estigmatizar aún más”, dice Guirao.

A veces, como en Dune, película de 1984, dirigida por David Lynch, el monstruo es aquel que contraviene la normalidad. El villano de la historia, el barón Harkonnen, interpretado por el actor Kenneth McMillan, es homosexual y sufre una enfermedad contagiosa que le llena la piel de pústulas y que se insinuó que era una metáfora directa del sida. Además, su homosexualidad se castiga engendrando una hija débil y deforme.

“Hay una larga tradición de la literatura en general y también del cine en la que los personajes malvados suelen ser de una raza que no es la blanca. Además, con frecuencia son feos o incluso monstruosos. Como el lesbianismo, la homosexualidad, la bisexualidad y la condición trans han sido consideradas también perversiones, patologías o monstruosidades, es normal que hayan aparecido en el papel del antagonista”, dice Robles.

Para Miriam Guijarro, estos estereotipos van “desde los hombres gais con pluma, cuyo único propósito en cualquier ficción era hacer mofa de ellos, hasta las mujeres trans ligadas siempre a un mundo sórdido de prostitución y drogas. ¿Cómo se erradica? Mostrando mucha diversidad en los personajes LGTB. Si no hay ningún estereotipo heterosexual, se puede conseguir que no haya ningún estereotipo LGTB”.

Por: SINC.