Oaxaca, México
Ni ayuda, ni atención, ni siquiera una mirada reciben algunas de las pequeñas comunidades indígenas del sur del México, en Oaxaca, uno de los estados con mayor diversidad étnica del país, pero también uno de los más empobrecidos. Abandonadas a su suerte e ignoradas por los gobiernos estatales y federales, estas aldeas se enfrentan solas a un virus mortal. La lucha contra la COVID-19 depende de ellas mismas.
Con improvisadas barricadas de cadenas, piedras y madera, los indígenas se han convertido en guardias voluntarios que vigilan las carreteras para impedir que un temido e imparable invasor les alcance. No se trata de otro más que del SARS-CoV-2, que en México ha provocado ya 2,25 millones de infecciones y 205.000 muertes desde el inicio de la pandemia.
“Las comunidades rurales se enfrentan al desafío de la falta de acceso a la atención médica y los servicios públicos (incluida la más importante, el agua corriente) ante la COVID-19. En respuesta, tienden a mirar hacia adentro y recurrir a sus tradiciones de autosuficiencia basadas en la cooperación. Esto no sustituye lo que falta, pero es una forma de protegerse”, cuenta a SINC Jeffrey H. Cohen, profesor del departamento de Antropología de la Universidad del Estado de Ohio en EE UU.
El experto lleva trabajando y escribiendo sobre las zonas rurales de Oaxaca desde finales de la década de los 80 y en 1992 comenzó una investigación antropológica en el estado. Ahora, junto con Nydia Delhi Mata-Sánchez, su antigua alumna y ahora rectora de la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales de Oaxaca, ha estudiado cómo los indígenas de Oaxaca están lidiando con esta crisis sanitaria.
Cerrar accesos, primera medida
Este estado mexicano es el hogar de muchos grupos minoritarios de indígenas, como los zapotecas. La mayoría de estas pequeñas comunidades están alejadas y eso las ha mantenido menos expuestas al coronavirus en comparación con el resto de México. Cuando Cohen y Mata-Sánchez llegaron a estos pueblos, unos dos tercios de las 500 comunidades indígenas y rurales de Oaxaca no tenían casos de COVID-19. Ahora, solo un tercio aún resiste libre de casos.
A medida que el virus se ha infiltrado en sus casas, los zapotecas y otros poblados indígenas han encontrando formas de hacer frente a la pandemia. Sin esperar a que llegue la ayuda externa y las recomendaciones estatales, los aldeanos han tomado sus propias medidas frente a la contingencia. El primer paso, limitar el acceso a los pueblos.
Con solo un camino de entrada y salida a los poblados, los guardias, llamados topiles, aguardan en la carretera, bloqueando el paso con barricadas para que ningún foráneo y posible portador del SARS-CoV-2 pueda entrar. Tampoco permiten que los propios residentes salgan hacia algún poblado cercano y traigan el coronavirus de vuelta.
“Los aldeanos dependen los unos de los otros para recibir apoyo, auxilio y ayuda. Se basan en relaciones de cooperación que caracterizan a la mayoría de estas comunidades, aunque también esperan que el Gobierno estatal y federal responda de manera más eficaz”, recalca Cohen.
Además de los límites territoriales, los líderes de estas comunidades están fomentando el distanciamiento social y el uso de mascarillas. “Una de las fortalezas de estos líderes locales es que tienen una forma más tradicional de liderazgo que no se basa en afiliaciones políticas”, explica el antropólogo.
Cooperación, aislamiento y autosuficiencia
Debido al aislamiento promovido por ellos mismos, los indígenas están recurriendo a hábitos alimenticios y fuentes de alimentos tradicionales que habían perdido popularidad durante los últimos años, según han constatado los investigadores en el estudio publicado en la revista Global Public Health.
En lugar de visitar mercados de alimentos en localidades cercanas para obtener productos, los aldeanos han empezado a recolectar miel silvestre y los chapulines —unos saltamontes recolectados en los campos y tostados al fuego— han vuelto a formar parte de su dieta.
“Es una alternativa rica en proteínas a las carnes caras compradas en tiendas que ya no están disponibles localmente”, indica Cohen. Estos alimentos dejaron de ser populares, pero nunca desparecieron por completo de generación en generación.
Pero lo que la pandemia ha enseñado a estos pueblos es a fortalecer sus tradiciones de ayuda y reciprocidad entre comunidades. “Las vidas de estas personas han cambiado de muchas formas: han perdido trabajos, amigos y familiares, están aisladas y limitadas. La gente está sufriendo”, señala el investigador.
Por eso, la cooperación es clave. Cuando las personas enferman de covid u otras enfermedades, los miembros de la comunidad se encargan de los cultivos y comparten el agua y alimentos.
“Hay programas para apoyar a las comunidades y las personas, pero son limitados y los años de abandono y la marginalidad general de los pueblos indígenas rurales solo empeoran las cosas”, lamenta a SINC Cohen.
Un sufrimiento compartido por las poblaciones rurales
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan los indígenas de Oaxaca es el acceso al agua potable. La falta de agua aumenta el riesgo no solo de sufrir problemas intestinales, sino que también agrava otras condiciones de salud, que intensifican los efectos de la COVID-19.
Según el experto, además del acceso al agua, otras dificultades a las que se enfrentan las zonas rurales de México es la ausencia infraestructuras de servicios públicos, las escuelas, la educación, internet, el empleo (incluso antes de la pandemia), la atención médica, así como de preocupación por la salud mental. “Todo esto exacerba los desafíos actuales”, manifiesta el investigador.
La precaria situación de los indígenas de Oaxaca no es ninguna excepción. Aunque cada comunidad es única, los desafíos son similares. “La pobreza es un problema importante al igual que el subempleo. La violencia relacionada con las bandas también es un gran obstáculo”, recoge Cohen.
En un estudio, publicado recientemente en la revista PNAS, un equipo liderado por la Universidad del Estado de Utah en EE UU constataba que la población rural, que es la más vulnerable, se había quedado fuera de la mayoría de las investigaciones sobre el impacto de la covid-19. Por ello decidieron medir y evaluar el impacto de la pandemia en el bienestar rural de las poblaciones al oeste de América del Norte. Los resultados muestran impactos significativos en la salud y la economía de las personas durante la pandemia, tal y como ha ocurrido con los zapotecas.
Pero a pesar de luchar contra el SARS-CoV-2 a su manera, los indígenas de Oaxaca necesitarán el apoyo del Gobierno. “Las desigualdades sociales que ocurren en lugares como la Oaxaca rural deben ser reconocidas y abordadas si queremos estar mejor preparados en nuestra respuesta ante epidemias. Además, escuchar a la comunidad y las voces locales es crucial para mejorar en el futuro”, señala Cohen.
Desde la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) también han mostrado su preocupación por los contagios de SARS-CoV-2 en los entornos rurales porque es ahí donde vive la gente más empobrecida y la que más sufre inseguridad alimentaria.
A pesar de su autoaislamiento, la menor densidad de población y la producción propia de alimentos, como sucede en las comunidades indígenas de Oaxaca, las poblaciones rurales “son particularmente vulnerables a sufrir el grave impacto de la pandemia y la consiguiente contracción económica”, reza un informe de esta organización, en el que se presentan recomendaciones generales y políticas para garantizar las necesidades e intereses de los más vulnerables.
“Mucha gente ya estaba sufriendo antes de la COVID-19 y la pandemia solo está empeorando las cosas”, recuerda Cohen. Pero por ahora, la mejor apuesta de poblados como los de los zapotecas sigue siendo ellos mismos.
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