Ecuador.

En este paisaje configurado por elevaciones de altitud mediana y valles verdes, aquí encontramos a doña Delia María Iles Chuquín y a su hija Gulnara Salazar, preparando el desayuno para enfrentar una nueva jornada. 

Además de ocuparse en los quehaceres domésticos, la vida de las mujeres del campo incluye la realización de múltiples actividades que inician al despuntar el día y se extienden hasta el ocaso. Desde muy temprano, impregnadas del olor inconfundible que produce el humo del fogón de leña, se entregan afanosas a las tareas. 

“Mí papá nos dejó de pequeña edad y ahí he aprendido a trabajar, como se dice, las cosas de hombre cómo se dice y no de mujer. Entonces, yo he cogido la pala, el arado y así todo, lo que es trabajo y he aprendido desde los ocho años”, dijo doña Delia. 

Formada en la lucha diaria por ganarse el sustento, a esta mujer nadie le ha regalado nada. Todo cuanto tiene para ofrecer, es fruto de su determinación y desvelos. Así logró hacerse de este terreno. 

“Han sido cómo 30 años, porque 10 años luchamos en el juicio”, explicó Delia.

Son pocas las alegrías que el campo les deja a sus moradores. Doña Delia no pudo estudiar, pero logró que sus hijos cumplieran ese sueño, aunque tuvieron que privarse de la compañía mutua durante períodos prolongados. Gulnara es una de sus cinco hijos, costurera de profesión, le ha sido difícil conseguir trabajo. Por un tiempo laboró en una plantación florícola y después como empleada doméstica, pero ganaba muy poco, así que decidió volver a la tierra. 

Valorar la labor de los campesinos desde el conocimiento directo de sus actividades y romper la rutina que impone la ciudad en la vida de sus habitantes es una propuesta cultural integradora que puede contribuir a mejorar la situación de este sector deprimido de la sociedad, cuyas posibilidades de desarrollo han sido postergadas por el poder durante décadas de explotación y olvido.

Por: UTN.